Si lo único que quieres obtener con tu salvación es el privilegio de ir al cielo cuando mueras, no necesitas leer este artículo. Por el contrario, escribí este artículo para personas que quieren algo adicional.
Es para personas que no se conforman con nacer de nuevo y continuar con sus vidas terrenales de enfermedad y derrota. Es para los creyentes que no se conforman con dejar que Satanás dirija sus vidas, destroce sus familias y les robe su dinero.
Es para aquellos que no quieren posponer su victoria hasta el “más allá”, y que desean vivir como más que vencedores, aquí y ahora.
Si eres esa clase de persona, Dios te está buscando.
Así es. Si lees la Biblia, descubrirás que, desde los orígenes del tiempo, Él ha estado buscando a personas que, por fe y obediencia, le permitan bendecirlos aquí mismo, en la Tierra. Él ha estado buscando a gente que le permita demostrar Su poder en sus vidas. Personas cuyas vidas sobrenaturalmente abundantes los conviertan en anuncios publicitarios de Su misericordia y Su poder.
Por ejemplo, observa en el Antiguo Testamento a los hijos de Israel. Se trata del pueblo que Él quería que fueran. Preparó una tierra maravillosa que pudieran habitar. Una tierra, según la Escritura, que manaba leche y miel (Éxodo 3:8). Era una tierra de descanso. Un lugar en el que ningún enemigo podría hacerles frente y ninguna enfermedad o dolencia podría permanecer en sus cuerpos (Éxodo 23:25).
De hecho, después de que Dios los sacara de la esclavitud en Egipto, Su deseo era que alcanzaran inmediatamente ese destino. Sólo era un viaje corto, y Dios estaba listo para guiarlos. Pero no quisieron ir. Por el contrario, pasaron 40 años vagando por el desierto, sin avanzar.
Entiendo que ese relato sucedió hace miles de años, pero… Dios no ha cambiado en absoluto desde entonces (lee Santiago 1:17). Él todavía quiere llevar a Su pueblo a un lugar de bendición y prosperidad.
El problema radica en que, en muchos aspectos, Su pueblo tampoco ha cambiado demasiado. Así, el mismo impedimento que dejó a Israel por fuera de la Tierra Prometida en aquel entonces le impide acceder hoy a la tierra prometida a la mayoría de Su pueblo. ¿Sabes cuál es?
La incredulidad.
Apuesto a que estás pensando: Bueno, ese no es mi caso. Yo creo en Dios. Sin embargo, eso no necesariamente te libra de la trampa. Israel también creía en Dios. Lo habían visto hacer señales y maravillas con sus propios ojos.
Sin embargo, aunque creían en Dios, muchas veces no creían lo que Él decía. Por ejemplo, cuando les habló de la Tierra Prometida, les aseguró que no tendrían que conquistarla por sus propias fuerzas. Les dijo: «Enviaré mi terror delante de ustedes y confundiré a todos los pueblos a los que se acerquen, y haré que todos sus enemigos se alejen de ustedes [huyendo]… Entregaré en sus manos a los habitantes de la tierra y los expulsarán delante de ustedes» (Éxodo 23:27, 31, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Pero, cuando la mayoría de los exploradores que enviaron a la tierra regresaron e informaron la existencia de gigantes, se asustaron. «No podemos luchar contra ellos», dijeron. «Parecemos saltamontes».
Si le hubieran creído a Dios, no habría importado el tamaño de esos gigantes; podrían haber marchado hacia su destino, a la espera de que Dios hiciera que esos gigantes se dispersaran en todas direcciones. Pero no le creyeron. Así que, en lugar de seguir Sus instrucciones y avanzar hacia la victoria, simplemente se negaron a moverse.
Ahora bien, quiero que entiendas lo siguiente: su incredulidad los llevó a la desobediencia, ¿correcto? La incredulidad siempre produce el mismo resultado.
No es para inteligentes
Muchas veces tratamos de usar nuestra inteligencia y resolver las cosas por nosotros mismos en vez de confiar en Dios y hacer lo que Él nos instruye hacer. En consecuencia, terminamos en desobediencia.
La verdad es que Dios no nos pide que seamos inteligentes. Todo lo que nos pide es que escuchemos Su Palabra y obedezcamos Su voz. ¿Por qué? Porque Él sabe que, si no lo hacemos, terminaremos viviendo nuestra vida terrenal en un desierto de derrota como lo hizo esa generación de israelitas.
Lee la advertencia que el Apóstol Pablo nos da en Hebreos 3. Allí dice:
Entonces, mientras [todavía] exista lo que denominamos hoy, si escucharan Su voz y, cuando la escucharen, no endurezcan sus corazones como en la rebelión [en el desierto, cuando el pueblo provocó e irritó y amargó a Dios contra ellos]… [Porque] vemos que no pudieron entrar [en Su reposo], a causa de su falta de voluntad para adherirse, confiar y apoyarse en Dios [la incredulidad les había cerrado el paso] (versículos 15, 19, AMPC).
En el siguiente capítulo, Pablo añade algo que es muy importante, así que léelo cuidadosamente. Dice: «Por lo tanto, aunque la promesa de entrar en Su reposo todavía se mantiene y se ofrece [hoy], tengamos temor [de desconfiar de ella]» (Hebreos 4:1, AMPC).
Temamos desconfiar de la promesa de Dios. ¿Sabías que no debemos temerle al diablo? Se supone que debemos temerle a Dios. Debemos tener tanta reverencia y respeto por Él que, de inmediato, hiciéramos cualquier ajuste en nuestras vidas sólo para complacerlo.
Cuando Él nos dice que hagamos algo que parezca arriesgado desde un punto de vista natural, deberíamos tener más miedo de la potencial pérdida a causa de la desobediencia que de lo que ocurriría si lo haciéramos.
En otras palabras, cuando Él dice que eres más que vencedor (ver Romanos 8:37) y te instruye marchar y recuperar alguna parte de tu vida que el diablo te haya robado, no debes sentarte a debatir si puedes hacerlo o no. Simplemente, ¡es tiempo de empezar a marchar!
“Bueno, simplemente no podría hacerlo. Al fin y al cabo, he sido derrotado en esa área de mi vida durante tanto tiempo que tengo una pobre imagen de mí mismo”.
Si eso es lo que estás pensando, déjame decirte algo. Si realmente le crees a Dios, ni siquiera una pobre imagen de ti mismo te impedirá el éxito. Hay un israelita que ya nos lo demostró: Moisés.
Moisés no tenía una muy buena imagen de sí mismo. Cometió un terrible error en sus comienzos. Fue un error que lo llevó al desierto y lo mantuvo allí durante 40 años, pastoreando las ovejas de otra persona.
Sin duda, debió haber asumido que su ministerio como libertador del pueblo de Dios había terminado. Pero, para Dios, ni siquiera había empezado.
De hecho, cuando Dios vino a Moisés en el desierto y le reveló su aparentemente imposible misión, no se detuvo a preguntarle por sus credenciales ni experiencia. Tampoco le mencionó su turbia historia. Solamente le dijo que fuera a ver a Faraón e informarle que dejara ir al pueblo de Dios.
Moisés, sin embargo, seguía luchando con su baja autoestima. “¿Quién soy yo para ir a ver a Faraón?”, balbuceó.
Créele a Dios
¿Sabes qué le respondió Dios? Simplemente dijo: «Ve, pues yo estaré contigo» (Éxodo 3:12).
No dijo ni una palabra sobre quién era Moisés. Sólo le dijo: «Yo estaré contigo». No importaba quién era Moisés. Lo que importaba era que el Dios viviente estaba con él.
Lo mismo ocurre contigo hoy en día. Cuando Dios te llama a hacer algo, ya sea imponer las manos sobre un enfermo o ir a otro país a predicar el Evangelio, no importa quién seas. Lo que importa es Quién está contigo.
Tenemos que dejar los complejos de lado, y de estar pendientes de lo que creemos que podemos o no podemos hacer. Eso mismo es lo que nos impide entrar en nuestra tierra prometida. En lugar de simplemente obedecerle a Dios, empezamos a preguntarnos, ¿Qué pensará la gente de mí si hiciera eso? ¿Y si le ordeno a esa persona que se levante de la silla de ruedas y no se levanta? ¿Y qué si empiezo a creer en la prosperidad y termino en la quiebra? ¿Qué pasaría, Dios? No luciría muy bien, ¿verdad?
¡Nada de eso importa! Lo que cuenta es que obedezcas a Dios. Tu propia reputación no cuenta y, cuanto antes la olvides, mejor te irá.
Pero, la gran ironía es la siguiente: Una vez que lo hagas, tu reputación mejorará. Es curioso. Cuando pierdes ese deseo de proteger tu imagen, ésta mejora. ¿Por qué? Porque entonces la imagen del Señor Jesús puede brillar en lugar de esa imagen insignificante que tenías de ti mismo.
«Yo estaré contigo», dijo Dios. Y nos lo ha dicho a nosotros tan ciertamente como se lo dijo a Moisés (Hebreos 13:5).
Debemos aferrarnos a esa revelación. Provocará que vivamos en lo sobrenatural y que hagamos cosas imposibles. Debemos dejar de aferrarnos a la idea que tenemos de nosotros mismos. Tenemos que hacer lo que Moisés hizo al final: abandonar nuestra manera de pensar y empezar a estar de acuerdo con Dios.
Tenemos que dejar de mirar las cosas con una perspectiva natural. La perspectiva natural y mundana nos impedirá vivir la vida que Dios quiere que vivamos. Nos impedirá estar sobrenaturalmente saludables, prósperos y en paz.
¿Recuerdas lo que mencioné hace un instante acerca de temerle a Dios en lugar de temerle al diablo? Los creyentes que tienen una perspectiva natural en vez de una sobrenatural piensan al revés. En lugar de caminar en el temor de Dios, caminan en el temor del diablo y su obra. En el temor de la muerte. En el temor a la enfermedad. En el miedo a la pobreza. Y esos temores les impiden escuchar y obedecer la Palabra de Dios.
Mira otra vez lo que hicieron los israelitas cuando salieron de Egipto. Acababan de ver un despliegue maravilloso del poder milagroso de Dios. Sin embargo, al enfrentarse al Mar Rojo con el ejército egipcio a sus espaldas, se volvieron contra Moisés y le dijeron: «¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos has traído hasta el desierto para que muramos aquí? ¿Por qué nos has hecho esto? ¿Por qué nos sacaste de Egipto?»
¿Qué podría haberles hecho dudar de Dios y hacer una declaración tan traicionera después de todo lo que Él ya había hecho por ellos? El temor.
Comenzaron a temer lo que el enemigo podría hacerles, y fueron abrumados por el impulso de la autopreservación. Déjame decirte algo: Ese deseo aparentemente inocente que tienes de protegerte a ti mismo te costará caro cuando se trate de seguir a Dios.
Infectó a los israelitas a tal grado que se olvidaron de las señales y maravillas. De repente volvieron a verse como simples personas; no personas que cohabitan con Dios, sino meras y simples personas.
Si te descuidas, Satanás también tratará de infundirte esa perspectiva. Cuando empiezas a creer en las promesas de Dios y a marchar hacia la victoria sobre la enfermedad, el pecado o la pobreza, Satanás tratará de convencerte que eres sólo un ser natural. Te dirá que no puedes confiar en el poder sobrenatural de Dios para salir adelante.
Descansa en Él
Es por ello que necesitas aprender a pensar con la mente de Cristo. Necesitas aprender a vivir con tus pensamientos enfocados en las cosas de Dios en lugar de las cosas del mundo, para llegar a un lugar donde descanses en el poder de Dios.
Dios quiere que descansemos en Su poder. Él quiere que lo conozcamos tan bien y que confiemos tanto en Él que, cuando Satanás trate de amenazarnos, cuando nos diga que terminaremos en la quiebra, que moriremos o cualquier otra manipulación por el estilo, simplemente nos riamos de él.
Tú y yo necesitamos alcanzar en este mundo ese lugar de plena confianza en Dios para cada detalle de nuestra vida. Cuando lo hagamos, sin enfocarnos en nuestra preservación u autoprotección, sino confiando en el Dios viviente para que lo haga por nosotros, estaremos en ese lugar de descanso que menciona el libro de Hebreos.
Pero no nos equivoquemos: ese lugar de descanso no es un lugar de inactividad. De hecho, para alcanzarlo y permanecer en él, tendrás que tomar una acción más agresiva que la que hayas tomado antes. La diferencia será tu accionar, ahora basado en los planes y el poder de Dios en lugar de los tuyos.
Cuando Moisés y los israelitas estaban atrapados entre el Mar Rojo y el ejército egipcio, Moisés apeló a Dios y Dios le dijo algo extraordinario.
Le dijo: “Moisés, ¿por qué clamas a mí? Habla a los hijos de Israel. Diles que avancen. Levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar y divídelo.” Eso mismo es lo que debemos hacer. Necesitamos callar nuestras quejas y levantarnos con fe. Cuando lo hagamos, nos ocurrirá lo mismo que les ocurrió a ellos. Dios nos dará Su plan de acción, y nos dará el poder para llevarlo a cabo.
Si decides seguir adelante con Dios, Él te dirá qué pasos debes dar. Moisés no sabía qué hacer en esa situación imposible. Pero sí sabía cómo levantarse. Sabía cómo decirles a los hijos de Israel: “De pie. Vamos a seguir.”
La parte difícil de caminar con Dios no es lo milagroso. Moisés no necesitaba saber cómo dividir el Mar Rojo. Todo lo que tenía que hacer era levantar su vara y dar la orden. Dios se encargó del resto.
Te diré cuál es la parte difícil de caminar con Dios. Es aprender a darle tu tiempo y atención para que puedas llegar a conocer Su voz.
Ahí es donde comienza el trabajo. Para marchar y seguir adelante en victoria hacia tu tierra prometida, haciendo lo que Dios dice que hagas, tendrás que saber lo que Él dice. Tendrás que aprender a escuchar Su voz.
La parte difícil para Moisés no fue ese momento en el Mar Rojo, cuando levantó su vara y ordenó a las aguas. Lo difícil fue el tiempo de preparación; ese tiempo en el que nada significativo parecía estar sucediendo. Ese tiempo de aprender sobre Dios, de aprender a confiar en Él, para que Moisés obedeciera Su voz y conociera Sus caminos.
Y si, durante esos días de preparación, Moisés se hubiera dicho a sí mismo: “No entiendo nada. Ya he fracasado tanto. Creo que nunca aprenderé a conocer la voz de Dios”. ¿Y si hubiera dejado que su pasado, sus opiniones o su imagen de sí mismo lo detuvieran?
Gracias a Dios, no lo hizo. Y tú tampoco tienes por qué hacerlo. No importa si crees que has fracasado o triunfado, o lo que creas que ya hayas alcanzado con Dios en el pasado. Recuerda, no importa quién eres… solo importa Quién está contigo.
Así que no mires al pasado. Hoy es un nuevo día. Toma la decisión de levantarte con fe, dejar de lado el miedo y dejar de lado la incredulidad que te ha impedido creerle a Dios y a Su Palabra.
Toma la decisión de levantarte y seguir adelante. No lo pospongas más. Tu tierra prometida está más cerca de lo que crees. V