Últimamente, ¿te has sentido incómodo en la iglesia, como si algo faltara? La alabanza es maravillosa y la predicación está mejor que nunca. Estás tan lleno de la PALABRA que te sientes a punto de explotar. Sin embargo, en medio de ese banquete, todavía te sientes hambriento.
Allí está el problema. No te sientes conectado a las personas a tu alrededor. No tienes una sensación de pertenencia. La iglesia no se siente como tu hogar.
Muchos cristianos han llegado a aceptar esa sensación de aislamiento como algo normal. ¡Sin embargo, no lo es!
De acuerdo con Efesios 3, la iglesia es la familia de Dios y los miembros deberían estar unidos en amor (Colosenses 2:2). En una familia, las personas te conocen. Te extrañarán cuando estés lejos y se emocionarán cuando vuelvas. Se reirán cuando estés feliz y te animarán si estás triste. Tu familia servirá la torta en la boda de tus hijos. Te animarán y apoyarán cuando llegue el momento de decirle adiós a los familiares que se van a vivir con El SEÑOR.
Espiritualmente, necesitas esa clase de relaciones, no solamente con tus familiares, sino también con tus hermanos y hermanas en El SEÑOR. Así que no trates a la iglesia como un centro de entrenamiento impersonal en el que extraños se juntan para alabar y escuchar la última enseñanza. Por el contrario, sigue las instrucciones del apóstol Pablo: «Den la bienvenida y reciban [en sus corazones] a los demás…» y «a propósito sean una bendición, especialmente con aquellos… que pertenecen a la familia de Dios.» (Romanos 15:7, Gálatas 6:10, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Comienza a estrechar relaciones con las personas a tu alrededor. Descubre quiénes son, dónde trabajan y qué pasa en sus corazones. Invítalos a comer. Busca distintas maneras de ministrarlos.
Al igual que lo harías en tu casa, presta atención en la iglesia para descubrir qué se necesita. Encuentra un lugar en el cuál conectarte y así trabajar con otros miembros. Aprende de ellos al compartir tiempo mientras lavas los platos al finalizar la cena después de la iglesia, al cambiar pañales en la guardería o al orar por alguien en el hospital.
Por supuesto que es importante tener buenas enseñanzas y una alabanza maravillosa. Pero cuando atraviesas esas puertas y observas los rostros, Dios quiere que sepas que estás en tu casa.