En 1972, el hermano Copeland había sido invitado a la Convención de los Hombres del Evangelio Completo en Birmingham, Alabama. Entonces me dijo: “Vayamos a Birmingham y pasemos un par de días en oración antes de que la reunión comience. Dios ha estado hablándome acerca de salir en televisión y necesito la mente de Cristo, la sabiduría de Dios para poder saber cómo hacerlo.
Además, Dios también me ha hablado acerca de la necesidad de que este ministerio tenga un avión más grande y veloz. Necesito recibir sabiduría de Dios acerca de estas cosas y viajaremos antes para invertir dos días en oración”.
Así que volamos a Birmingham en el pequeño Cessna 310 del hermano Copeland. Nos registramos en el hotel y esa primera noche me dijo: “Quiero que te reúnas conmigo en mi habitación a las 6 de la mañana; oraremos y recibiremos de parte de Dios respecto a estas cosas”.
Yo estaba realmente emocionado porque, por primera vez, él me había invitado a participar de su tiempo de oración personal. Yo lo había visto orar en reuniones públicas, pero nunca había recibido una invitación para participar de la intimidad de su momento de oración. Usualmente, él se aísla durante ese tiempo especial.
La mañana siguiente nos reunimos y me dijo: “Comencemos a orar en el Espíritu. Si escuchas algo de parte de Dios, por favor compártelo”.
Así lo hicimos. Yo estaba sentado en una esquina del cuarto y noté que el hermano Copeland estaba arrodillado al lado de su cama con su libreta y su Biblia. Él oraba en el espíritu para luego hojear las páginas de su Biblia, una y otra vez. Yo pensé: eso está muy bien. Así que me arrodillé en frente de una silla y oré en el espíritu, hojeando las páginas de mi Biblia siguiendo su ejemplo.
Kenneth oraba en el espíritu por unos minutos y luego declaraba el versículo que tenía en frente, acerca de la sabiduría de Dios. Por ejemplo, leía en Corintios dónde dice: “Jesús se hizo sabiduría por nosotros”; luego iba a Santiago y declaraba: “si a alguno le falta sabiduría, que se la pida a Dios, y Él se la dará libremente… pero que pida con fe sin dudar”.
Él empezaba buscando los versículos que se correlacionaban acorde a lo que estaba pidiendo y luego los declaraba. A medida que declaraba esa escritura, yo lo imitaba. Después, el hermano Copeland se quedaba en silencio y solamente escuchaba.
Hicimos eso la primer mañana durante casi dos horas. Luego, él dijo: “bueno, vamos a arreglarnos y a desayunar”.
La mañana siguiente hicimos lo mismo. Nos reunimos a las 6 y repetimos en esencia el mismo proceso.
Después del desayuno, Kenneth me llamó a la habitación y me dijo: “Creo tener la mente de Cristo referente a cómo empezar el ministerio televisivo. He recibido el formato”.
Luego continuó: “Creo que Dios pagará en efectivo por esta petición. Sabemos que requerirá de muchísimo dinero para grabar en el estudio en Dallas. Así que primero tendremos que sembrar una semilla, para poder recibir la cosecha que pagará por todos los gastos”.
Por supuesto, yo estaba de acuerdo en todo. Sin embargo, le prestaba mayor atención a cómo planeaba hacerlo. Estaba aprendiendo a acceder la sabiduría de Dios y a apropiarme de esa sabiduría una vez recibida.
Él continuó: “Nuestro primer paso es conseguir el dinero necesario para los programas de televisión y para el avión nuevo. Tú sabes que yo no pido dinero prestado. Nosotros pagamos en efectivo por todo. Obviamente no hay manera alguna de hacerlo sin antes sembrar una semilla. Tengo que sembrar mi mejor semilla. La mejor semilla que tengo es mi avión, y la sembraremos”.
¿Cómo regresaremos a casa?
Usualmente, cuando Kenneth decía que regalaría algo, lo hacía de forma inmediata. Así que yo estaba preocupado por cómo regresaría a casa. No respondí “Alabado sea Dios”, sino que me quedé callado y actué como si estuviera totalmente de acuerdo. Algunas veces las personas no sabrán tu nivel de ignorancia si tan solo te quedas callado.
Él prosiguió: “Dios me ha dado el nombre del predicador al que quiere que se lo regale. Lo llamaré ahora mismo y le comunicaré lo que Dios me ha instruido”.
A continuación llamó a un predicador amigo y lo escuché decir: “Joe, soy Kenneth”. Yo sabía que Joe estaba creyendo por un avión. No podía escuchar lo que Joe decía hasta que el hermano Copeland le dijo el motivo de su llamada—¡el hermano Copeland tuvo que alejar el teléfono de su oreja porque Joe comenzó a dar gritos de júbilo! Me lo imaginaba bailando y corriendo en círculos.
Después el hermano Copeland le dijo: “Joe, regresaremos a casa y haremos los arreglos necesarios para entregártelo. Sin embargo, antes de transferirlo, rectificaremos el motor”.
Me quedé allí sentado… mudo y sin palabras. Mi siguiente pensamiento fue: ¿si lo está por regalar, porqué invertirá dinero adicional? Deja que Joe repare el motor. El hermano Copeland percibió mis pensamientos y me dijo: “Sé lo que estás pensando”.
“Estás pensando que si voy a regalarlo, qué necesidad hay de invertir dinero extra”.
Le respondí: “sí, es exactamente lo que estoy pensando; jamás había escuchado nada parecido”.
Kenneth Copeland no sólo predica acerca de la prosperidad; no sólo predica acerca de la siembra y la cosecha; él lo practica—cada día de su vida. No solamente desde el púlpito sino en cada área de su vida. Tienes que entender que yo no tenía el nivel financiero del hermano Copeland. Yo todavía estaba creyendo por dinero para suplir las necesidades básicas en mi casa y para poder vestirme. Estaba creyendo por dinero para darle a Carolyn y a las bebés mientras viajaba. ¡Estaba creyendo por el dinero de la renta… y él estaba regalando aviones!
Así que le pregunté: ¿Por qué gastarás dinero en ese avión que estás a punto de regalar?
Lo mejor es para Dios
Él me respondió: “Porque creo en el principio del retorno del ciento por uno”.
Identifiqué que estaba hablando acerca de Marcos 10:29-30. “¿Qué quieres decir con eso? le pregunté.
“No quiero regalar un avión que tenga fallas en el motor, porque si lo hago, recibiré el ciento por uno de esa semilla, y terminaré con un avión más grande que necesitará reparaciones en el motor” me explicó. “Quiero dar algo que es muy bueno. Voy a hacer todo lo necesario para que esté en perfectas condiciones cuando lo regale, y así el avión que reciba será también de primera clase”.
Unos 11 días después de sembrado el avión en el ministerio del hermano Joe, el hermano Copeland me llamó y me preguntó: “¿Quieres presenciar un milagro, tú y toda la familia?”
Le respondí: “Nos gustaría muchísimo”.
“Entonces encontrémonos en el aeropuerto de Oak Grove”.
Fuimos al aeropuerto y vimos al hermano Copeland, a Gloria, Kellie y John parados en la zona de abordaje con su mirada fija en la pista de aterrizaje. Nos paramos detrás de ellos y exclamé: “¿Qué están haciendo?”
Él me respondió: “Esperando el milagro. Tan sólo mantén tus ojos al final de la pista… y lo verás”.
Nosotros nos paramos allí, mirando. Poco tiempo después, vi unas pequeñas luces a la distancia y pude identificar que era un avión en maniobras de aproximación. Tan solo once días después recibió un avión más grande y más rápido, totalmente pago. Entramos a la nueva nave y alabamos a Dios. ¡Fue un milagro grandioso!
Yo estaba tan impresionado que quería regalar algo—¡cualquier cosa! Yo había estado dando, pero no a ese nivel. Pensé: Iré a casa y buscaré algo que pueda regalar. Necesito un auto nuevo—regalaré el auto.
El Señor siempre me protegió. Él sabía que cometería un error. Él sabía que yo estaba siendo sincero; sin embargo, estaba equivocado. El Señor me dijo: antes de que salgas saltando de aquí y lo hagas, asegurémonos que es una revelación para ti tal como lo es para el hermano Copeland. No estás listo para hacerlo ahora; pero estarás listo si me escuchas.
He visto a personas hacer lo mismo que el hermano Copeland hizo, sin resultados. Ellos terminarían sin creer el mensaje. Sin embargo, no hay nada malo en el mensaje ni el mensajero—simplemente, eso no era una revelación para ellos.
Tú no puedes vivir de la revelación de otras personas—debe ser una revelación personal para ti.
Una revelación por la cual vivir
Yo aprendí a no apresurarme después de ver ese milagro. La fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios. Así que me mantuve alimentando mi espíritu, escuchando los casetes del hermano Copeland acerca de las leyes de la prosperidad, sembrando y cosechando, observándolo aplicar esos mismos principios en su vida personal. Después de un tiempo, se volvió una revelación para mí.
Comencé a ver la bendición de Dios sobre Carolyn y en mi propia vida. Aprendí las leyes de la siembra y la cosecha al observar al hermano Copeland ponerlas en práctica. Éstas se convirtieron en una revelación para mí y todavía hoy operan en mi vida. Todo lo que hemos recibido en nuestro ministerio ha llegado de esa manera. He regalado varios aviones y Dios me ha bendecido con mejores aviones. Ésta es la manera en la que mi familia y yo operamos.
Te animo ahora mismo a que alimentes tu espíritu con la Palabra de Dios y que estudies las leyes de la prosperidad hasta que se conviertan en una revelación para tí. Después, ponlas en práctica. Dios suplirá cada necesidad. ¡Él es fiel!