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Kenneth Copeland

El poder ilimitado de Dios

septiembre, 2014 No hay comentarios
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El poder ilimitado de Dios
La Voz de Victoria del Creyente septiembre, 2014
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Yo? Quizá te preguntes. Ni siquiera tengo suficiente dinero para suplir mis propias necesidades, ¡mucho menos podría ser de bendición para otros!.

Sin duda alguna, los discípulos de Jesús también pensaron lo mismo, cuando una multitud hambrienta de más de 5.000 personas necesitaban ser alimentadas, y Jesús se volteó hacia ellos y les preguntó: «… ¿Dónde compraremos pan, para que estos coman?» (Juan 6:5). Me imagino que los discípulos quedaron atónitos después de escuchar esa pregunta. Es probable que se cuestionaran entre ellos mismos por qué Jesús había hecho esa pregunta. Después de todo, Él sabía que ellos no tenían dinero para comprarle comida a toda la multitud.

¿En qué estaría pensando Jesús al hacer esa pregunta?

La Biblia nos dice exactamente lo que Jesús estaba pensando: «Pero decía esto para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que estaba por hacer» (Versículo 6).

Jesús ya había recibido el plan de parte de Dios. Él no les preguntó dónde comprarían el pan para alimentar a la multitud porque no supiera qué hacer. Jesús ya sabía con exactitud cómo alimentaría a esas 5.000 personas.

Pero, ¿lo sabían Sus discípulos? Ésta era una prueba para ver lo que ellos habían aprendido de Él. Jesús los había enseñado y entrenado. Ellos habían estado observándolo y escuchándolo, así que sabían los métodos básicos que utilizaba para hacer cosas. Era de esperar que ellos tuvieran al menos una idea de lo que Jesús estaba por hacer.

¿A quién estás escuchando?  

Sin embargo, Sus discípulos no respondieron correctamente —no pasaron la prueba—. En lugar de eso, uno llamado Felipe se levantó y dijo: «…Ni doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno de ellos recibiera un poco» (versículo 7).

La respuesta de Felipe comprueba que en realidad ni le había prestado atención a la pregunta. Jesús no les preguntó cuánto dinero tenían. Él no mencionó nada que tuviera que ver con dinero. Lo único que preguntó fue dónde comprarían el pan para alimentar a la multitud.

Felipe cometió el mismo error que nosotros cometemos algunas veces. Se quedó pensando en el problema, haciendo los cálculos de cuántas personas estaban en ese lugar… cuánto dinero tenían disponible… y en cuánto dinero costaría el pan. Estaba tan preocupado en sus propias dudas y preguntas, que los problemas le estaban hablando más fuerte que el SEÑOR. Y como resultado, le respondió a Jesús sin haberle escuchado realmente.

Todos cometemos el mismo error en algunas ocasiones, ¿no es cierto? Nos enfocamos tanto en nuestros problemas, que no podemos escuchar las preguntas y respuestas apropiadas que están en la PALABRA de Dios. Y terminamos tratando de pensar en lo que haremos, ¡en lugar de poner nuestra mirada en Dios, y en lo que Él puede hacer!

Afortunadamente, ese día había al menos un discípulo que sí le había prestado atención a la pregunta de Jesús. Su nombre era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Mientras los demás discípulos pensaban dónde comprar algo de pan, Andrés vio a un niño que trabajaba vendiéndole panes y pescado a las personas. El pequeño ya había vendido casi todo lo que tenía; pero aún así Andrés lo llevó a donde Jesús estaba, y le dijo: «Aquí está un niño, que tiene cinco panes de cebada y dos pescados pequeños; pero ¿qué es esto para tanta gente?» (Versículo 9).

Andrés estaba en la sintonía espiritual correcta cuando hizo esto. Había escuchado bien, y respondió a Su pregunta. Sin embargo, se distrajo rápidamente cuando comenzó a pensar en los recursos limitados que tenía, en lugar de poner la mirada en su Dios ilimitado.

Andrés, al igual que Felipe, también se centró en el problema, en lugar de mantener su atención enfocada en Jesús.

Involúcrate en un milagro

Es interesante notar que Jesús no le contestó a Felipe, ni a Andrés. No resolvió sus dudas en lo absoluto. Ellos no le habían prestado atención a Su pregunta, ni habían aprendido lo que Él les había enseñado. Por esa razón, Jesús no tenía nada que decirles.

Recuerda eso la próxima vez que parezca que Dios no está contestando tus preguntas, o no está resolviendo tus inquietudes. Es probable que se deba a que no le has prestado atención a Su PALABRA. O tal vez porque has estado tan ocupado pensando y reaccionando a tus problemas, que has fallado en escuchar (y obedecer) lo que Él ya te dicho. Y si ése es el caso, entonces Dios no tiene ningún motivo para comunicarse contigo.

En esa misma posición se encontraban los discípulos ese día. Sin embargo, Jesús no los abandonó En su lugar, les dio una instrucción muy sencilla: «Entonces Jesús dijo: «Hagan que la gente se recueste». Había mucha hierba en aquel lugar, y se recostaron como cinco mil hombres. Jesús tomó aquellos panes, y luego de dar gracias los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados. Esto mismo hizo con los pescados, y les dio cuanto querían» (versículos 10-11).

Aunque los discípulos no habían pasado la prueba, Jesús les dio el derecho y el privilegio de ser parte de lo que Él estaba haciendo. A pesar de su debilidad, Jesús podía apoderarse de sus pensamientos e involucrarlos en el milagro.

Jesús tomó en Sus manos los pequeños panes y los pescados que Andrés le llevó. Los bendijo, los repartió en porciones para cada discípulo y —como un milagro de milagros— ¡esas porciones se multiplicaron alimentando a toda la multitud!

¿Qué hizo posible ese milagro?

¡La unción del incremento!

¡Ésa es la unción que está en las manos de Jesús! ¡Está en Su ministerio, en Su PALABRA, en Su Espíritu, en Su nombre, en Su sangre, y está sobre y dentro de Su pueblo! Los discípulos de Jesús también tenían esa unción del incremento en ellos, aunque no la habían entendido muy bien.

Y como resultado de eso, pudieron colaborar con Jesús, convirtiéndose en una fuente de bendición para las miles de personas que se encontraban en ese lugar. Pudieron darles a las personas, no sólo un poco para comer, sino como Felipe hizo «…les dio cuanto querían».

Dios puede hacerlo

Ése era el plan de Dios. Ese día no quería que Sus discípulos estuvieran a la merced de los recursos de este mundo. ¡El quería que ellos fueran la fuente de esos recursos!

Si ellos se hubieran dado cuenta de eso, le hubieran respondido correctamente cuando Jesús les preguntó:

«… ¿Dónde compraremos pan, para que éstos coman?». Debieran  haber contestado: “SEÑOR, no hay ningún lugar en la Tierra que tenga suficiente comida para alimentar a esta gran multitud. ¡La comida tendrá que venir directamente del cielo!”.

Lo mismo es cierto para tu vida hoy. No tienes que tener suficientes recursos naturales para ser el tipo de bendición que Dios quiere que seas para el mundo. Y tampoco puedes trabajar suficientes horas para ganar todo el dinero que Dios quiere poner en tus manos.

Esto significa que existe otra forma de obtener esas finanzas. Y consiste en tomar lo poco que Dios ha puesto en tus manos, ¡y estar expectante a que Él lo multiplique! Y en lugar de poner tú mirada en los recursos limitados de esta Tierra, ¡tendrás que enfocarte en los recursos ilimitados del cielo!

Pero para hacerlo, vas a tener que dejar de sentarte a pensar en tu poca capacidad financiera, y en lo que puedes y no puedes hacer. Deja de pensar en lo que puedes hacer en tus propias fuerzas, y comienza a pensar más allá de eso. Empieza a meditar en la PALABRA, y en lo que Dios puede hacer.

Recuerda lo siguiente: Cuando dejas de pensar en lo que puedes hacer por ti mismo, y comienzas a pensar en lo que la PALABRA de Dios puede hacer, ¡entonces saldrás de tus limitaciones y entrarás al poder ilimitado del Dios todopoderoso!

¡Su poder es verdaderamente ilimitado! Él puede resolver cualquier necesidad financiera que este mundo te presente. De hecho, ni siquiera toda la necesidad financiera del mundo puede poner presión alguna ante los recursos de Dios. Podrías tomar todas las riquezas del mundo y apilarlas, y aun así no impresionarían a Dios ni por cinco segundos. ¡Él lo creó todo!

Así que, deja de pensar en lo que puedes hacer, y comienza a pensar en lo que Dios puede hacer. Cuando haya una presión financiera, y comiences a pensar: “¿Cómo obtendré lo suficiente para…”. ¡Ni siquiera termines ese pensamiento!

En lugar de eso, comienza a pensar en Jesús. Deja que Su PALABRA te hable. Abre tu boca y confiesa: ¡Mi Dios suplirá todas mis necesidades conforme a Sus riquezas en gloria! Él puede hacer que toda la gracia abunde sobre mí, para tener siempre suficiente en todas las cosas, y ¡en abundancia para toda buena obra!.

Comienza a pensar más allá de lo que puedes hacer en tus propias fuerzas meditando en la PALABRA — ¡y deja que Jesús bendiga al mundo a través de tu vida!—.


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