He escuchado a hombres y mujeres de Dios profetizarlo durante varios años. Lo he leído en la Palabra. Lo he visto por medio de la fe con los ojos de mi espíritu, desde que Dios empezó a enseñarme al respecto hace casi 20 años. La Iglesia que el Señor Jesucristo viene a recibir para sí mismo no será una Iglesia oprimida, rezagada ni debilitada, sino que será llena de la gloria de Dios (Efesios 5:27).
Ahora es el momento. Ha llegado la hora. Los eventos en el mundo, en Israel y en las naciones marcan el final de los tiempos. Es el momento para que la Gloria de Dios se derrame y se manifieste a través de la Iglesia.
Están sucediendo manifestaciones maravillosas de la gloria de Dios y podemos esperar cambios en la Iglesia de un nivel de gloria a otro, hasta que Él aparezca para llevarnos con Él.
Ha sido profetizado que aun los rostros de los creyentes cambiarán a tal punto que brillarán con la gloria de Dios. Milagros y sanidades que sobrepasarán cualquier cosa que hayamos visto u oído. ¿Te sorprenden estas ideas? No deberían. La Biblia declara de principio a fin que nosotros estamos destinados para esa clase de gloria. De hecho, he visto que la Biblia no es otra cosa distinta que “la historia de la Gloria”.
Un círculo sobrenatural
En realidad, para ver la historia de la Gloria necesitamos entender que toda la verdad gloriosa de la Biblia fluye de manera circular: comienza y termina con Dios.
Jesús mismo ilustró este patrón circular. Él dijo en Su ministerio: «Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre» (Juan 16:28). ¿Puedes verlo? Su misión empezó en el cielo donde empiezan todas las cosas preciosas. Jesús salió del seno del Padre para llegar al mundo, y luego completó el círculo volviendo al Padre.
Estudia cuidadosamente Isaías 55:10-11, para que veas la ruta circular que siempre sigue la Palabra de Dios.
También para ver la historia de la Gloria, debemos volver al libro de los comienzos: el libro del Génesis.
El día que la luz desapareció
«Dios, en el principio, creó los cielos y la Tierra. La Tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo…» (Génesis 1:1-2).
Al contrario de lo que uno pudiera pensar al leer estos versículos de manera superficial, éstos no dicen que Dios creó la Tierra desordenada y vacía. Las palabras hebreas tohu v’bohu, traducidas como “desordenada y vacía” significan, de acuerdo con el léxico hebreo: “confusión, caos, desperdicio…” En otras palabras, un desorden, un desastre.
Estaba enseñando acerca de este tema en una universidad Bíblico en Alemania, cuando una mujer me ayudó. Ella dijo: “Nosotros sabemos lo que significa tohu v’bohu. Nosotros usamos ese dicho. Lo aprendimos de los mismos judíos. Es como cuando has limpiado la casa perfectamente y ha quedado resplandeciente; a continuación, caminas por el corredor y abres la puerta de la habitación de tu hijo adolescente y gritas: “Este lugar está ¡tohu v’bohu! ¡Límpialo y ordénalo ahora mismo!”
La Biblia nos dice, específicamente en Isaías 45:18, que Dios no creó tohu «Porque así ha dicho el SEÑOR que ha creado los cielos; El mismo Dios que formó la tierra y la hizo, él la estableció; no la creó para que estuviera vacía, sino que la formó para que fuera habitada» (RVA-2015).
Dios no creó la Tierra como un desorden caótico. Él la creó perfecta, de la misma manera que hace todo Su trabajo. La Tierra era habitable y llena de vida.
Yo creo que los dinosaurios eran parte de la vida en la Tierra en el primer trabajo de la Creación de Dios. Los científicos siempre han debatido lo siguiente: “¿Qué les pasó a los dinosaurios?”, y respondieron con teoría tras teoría, pero recientemente muchos se han puesto de acuerdo en una en particular: todos los dinosaurios murieron al mismo tiempo en un evento catastrófico. Personalmente creo que se están acercando a la verdad.
Algo verdaderamente catastrófico sucedió entre el versículo primero y el segundo del Génesis. Creo que transcurrieron millones, quizás miles de millones de años entre ambos. Alguien ha dicho: “tantos años como la ciencia genuina lo requiera”.
En un gran momento de clímax, el juicio cayó sobre “el mundo que existía en ese entonces” y, “la Tierra se volvió [traducción alternativa] sin forma y vacía”.
En Jeremías 4:23, el profeta registra ese momento como si Dios le hubiera permitido verlo: “Me fijé en la Tierra, y la vi desordenada y vacía [tohu v’bohu]. Me fijé en los cielos, y no había en luz en ellos”.
Dios removió la luz de la Tierra. No solamente la luna y las estrellas. Dios removió Su luz, ya que «Dios es luz» (1 Juan 1:5). Cuando Dios, la Luz de la Vida, se apartó de la Tierra, todas las criaturas vivientes, incluyendo los dinosaurios, murieron al instante.
Jeremías 4:26 nos dice que este juicio que destruyó las ciudades de la Tierra y la vida, fue el resultado de: «el ardor de su ira».
¿Cuál fue la causa de esa ira? Una rebelión tan grande que dividió las fuerzas angelicales del cielo. Una rebelión en contra de Dios liderada por el ser más hermoso que Dios había creado, el arcángel Lucifer. Isaías 14:12-15 describe este preciso evento:
«¡Cómo caíste del cielo, lucero de la mañana!… ¡Tú, que en tu corazón decías: “Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios, y allí pondré mi trono! En el monte del concilio me sentaré, en lo más remoto del norte; subiré hasta las altas nubes, y seré semejante al Altísimo”. Pero ¡ay!, has caído a lo más profundo del sepulcro, a lo más remoto del abismo».
Como todas las criaturas perfectas de Dios, Lucifer tenía voluntad propia. Sin embargo, en vez de someterla a la voluntad de Dios, Lucifer fue el primer ser que se rebeló en contra de la voluntad del Padre. Este pasaje en Isaías revela cinco “aspiraciones” o “deseos” de Lucifer. Él lideró la rebelión en contra de Dios con la meta de apoderarse del Su trono.
Jesús nos dice qué sucedió con el usurpador fracasado: «Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lucas 10:18).
Dios estaba tan furioso que removió la Luz de la Tierra, donde Lucifer había tenido dominio y ésta se convirtió en tohu v’bohu— un desorden, un desastre, un lugar inhabitable, sin forma y vacío.
“Creemos al Hombre…”
En el vasto intervalo de tiempo, me pregunto qué era lo que pensaban los ángeles sobre el único lugar oscuro en la perfecta Creación de Dios. ¿Hablaban al respecto? ¿Lo ignoraban? Porque definitivamente, ellos estaban presentes como testigos oculares del momento en que las cosas empezaron a cambiar, cuando el Espíritu Santo empezó a moverse sobre las aguas oscuras del planeta Tierra.
Ellos escucharon las primeras palabras de Dios: «¡Que haya luz!» (Génesis 1:3).
¡Luz! Él no hablaba del sol ni la luna. Estos no aparecieron hasta el cuarto día. No, Dios hablaba de Su propia Luz. En esencia, estaba diciendo: Estoy dándole a la Tierra nuevamente Luz y vida. Me aparté de ese lugar, pero trabajaré nuevamente allí. Mi propósito en ese lugar se cumplirá. ¡La Tierra será llena de Mi gloria como las aguas cubren el mar!
Y así, Dios comenzó el trabajo de la semana ordenando de nuevo las cosas ya desordenadas. Él separó las aguas. Llamó a la vida a las plantas de la Tierra. Creó una nueva especie de vida animal. En vez de dinosaurios, creó elefantes, jirafas y animales de similar apariencia. Puso la luna, el sol, las estrellas, etc. El primer día… el segundo día… el tercer día… el cuarto día… el quinto día…
¡Y después, el sexto día! ¡El día más emocionante de todos! Con toda la creación como testigo ocular, Dios se paró en el centro de la escena e hizo una declaración que sacudió toda la creación, reverberando desde las regiones de gloria hasta las regiones de los malditos. «Entonces dijo Dios: «¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra!» (Génesis 1:26). Al escuchar tales palabras, un ángel lleno de asombro dio un paso al frente y formuló una pregunta que otros ángeles seguramente también se estaban haciendo (Hebreos 2:6 nos la revela): «¿Qué es el hombre?».
El Salmo 8 registra las preguntas del ángel, justo después de haber observado a Dios trabajando en la Creación. «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has formado, digo: “¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes?» (Versículos 3-4) (RVA-2015).
En otras palabras: ¡te he visto crear los cielos y son tan maravillosos! Pero, tengo una pregunta. ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el hombre para que Tú, grandioso Creador, lo tengas en mente?
A continuación, se registra lo que el ángel dijo: «¿Y el hijo de hombre, para qué lo visites?» (Versículo 4).
Imagina el asombro entre los ángeles por la relación de Dios con esta nueva criatura llamada hombre. Después de todo, ellos siempre tenían que ir a Dios para presentarse ante Su santo trono. Pero aquí estaba una criatura que Dios valoraba a tal punto que Él iba a la Tierra y lo visitaba todos los días.
El ángel continuó con sus preguntas: «Lo has hecho un poco menor que [Elohim]…» (Versículo 5). La palabra Elohim es la palabra usada para Dios; de hecho, es una palabra plural. Literalmente denota a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Lo que le llama la atención tanto al ángel es que el orden de la creación ha cambiado. Los ángeles solo conocían este orden: la Trinidad de la Deidad, luego los arcángeles, y luego los ángeles. Ahora había un nuevo orden. El hombre había sido clasificado justo debajo de la Deidad. Los ángeles ni siquiera sabían que ese nivel estuviera disponible.
Pero la maravilla de todas las maravillas se verbaliza en el cuestionamiento angelical: «y lo has Coronado» (Versículo 5).
¡Dios coronó al hombre! Dios no le pidió a Gabriel o Miguel que lo hicieran. En medio de la majestad y la pompa que sobrepasa cualquier coronación de cualquier monarca terrenal, Dios mismo se levantó y coronó a Su hombre.
Los reyes usan coronas. En esta coronación, Dios fijó para siempre el lugar del hombre en el corazón de Dios y en Sus planes.
¿De qué estaba hecha la corona? ¿De diamantes? ¿De oro? ¡No! Dios pavimenta las calles con oro. La corona estaba hecha de la sustancia más valiosa de toda la creación. El ángel nos revela de qué estaba hecha: «y lo has coronado de gloria…» (Versículo 5).
¡La corona estaba hecha de gloria! ¡La gloria de Dios! La gloria que para algunos parece tan abstracta es la realidad más alta del cielo. Porque la gloria de Dios es la presencia de Dios manifiesta. Esa gloria es Dios mismo.
La gloria de Dios se posó sobre el hombre como su corona y rodeó su ser como una vestimenta.
El misterio de los siglos
Sin embargo, una vez que el hombre recibió su corona, y la Palabra de Dios dijo que el hombre tendría dominio sobre la obra de Sus manos… un Lucifer caído vino a desafiar esa Palabra. Lo hizo porque él sabía que, si lograba detener la manifestación de esa Palabra, él podría derrotar a Dios.
Las tácticas de Satanás fueron simples. Él tentó la voluntad del hombre. El hombre se dejó llevar y desvió su voluntad de la de Dios.
Cuando lo hizo, cayó, y ¡oh! ¡La altura desde la que cayó! El hombre se cayó de la gloria de Dios. «Porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Romanos 3:23, RVA-2015).
El hombre, revestido con la gloria de Dios y preparado para la comunión con el Creador, había caminado en la presencia de Dios todos los días. Cuando su vestidura gloriosa desapareció, Adán estaba desnudo y temeroso y se escondió de la presencia de Dios (Génesis 3:10).
Satanás pensó que había ganado. Él sabía que el pecado no podría soportar la Presencia de la gloria de Dios. Él sabía que la gloria de Dios consumiría el pecado en el que Adán se había convertido. Él pensó que había separado a Dios de Su hombre para siempre.
Yo vi esta escena en el espíritu. Vi esa difícil situación. Yo sabía que la reacción de un padre natural con un hijo caído sería tomarlo y sujetarlo contra su pecho. Después supe: Si hubiera abrazado a Adán contra Mi pecho, lo habría consumido. Y con él a la humanidad toda. Satanás habría detenido Mi plan para el hombre y Me habría vencido.
Me parecía escuchar la voz diminuta de Satanás diciéndole a Dios una y otra vez: “¿Y ahora-qué-vas-a-hacer? ¿Y-ahora-qué-vas-a-hacer?”
Supe que Dios no le respondió a Satanás. Sin embargo, yo sabía que Dios tenía un plan. Un plan que empezó en el cielo desde antes de la fundación del mundo. Un plan que completaría el círculo y llevaría de nuevo al hombre a la gloria en la que había comenzado.
La Biblia llama a los planes de Dios misterios. La palabra griega significa “secretos divinos”. Este plan, el misterio de la iglesia, Dios no lo reveló tan pronto. La Biblia dice: “que estaba escondido en Dios”. Los profetas del Antiguo Testamento profetizaron al respecto, y aun ellos se preguntaban de qué o de quién estaban hablando. Ni siquiera los escritores de los evangelios entendieron el significado del misterio. No fue sino hasta que un hombre llamado Pablo apareció en escena, a quién Dios reveló Su misterio de la Iglesia.
«Sin embargo, entre los que han alcanzado la madurez sí hablamos con sabiduría, pero no con la sabiduría de este mundo ni la de sus gobernantes, los cuales perecen. Más bien hablamos de la sabiduría oculta y misteriosa de Dios, que desde hace mucho tiempo Dios había predestinado para nuestra gloria, sabiduría que ninguno de los gobernantes de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria» (1 Corintios 2:6-8).
Si Satanás hubiera conocido el plan, nunca habría llevado a ese Cordero inmaculado a la Cruz. Cuando lo hizo, la propia sangre de Dios fue derramada para limpiar al hombre para que pudiera una vez más estar en la presencia de la gloria de Dios.
Con la resurrección de Jesús, cualquier hombre que crea que Jesús murió en esa cruz, que crea que Dios lo resucitó de entre los muertos, y confiese que Jesús es Señor, instantáneamente nacerá de nuevo. En un momento glorioso se convierte en una creación nueva con Cristo, el Ungido, viviendo en su interior, su esperanza de regresar de nuevo a la plenitud de la gloria de Dios.
Este es el plan, el misterio de la Iglesia: «El misterio que había estado oculto desde los tiempos antiguos, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los no judíos, y que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:26-27).
¡Gloria a Dios! Por eso tú y yo somos salvos. No solamente somos salvos del pecado—somos salvos para Dios y Su gloria. La Iglesia está destinada a permanecer ante el rostro de Dios para siempre, coronada con la plenitud de Su gloria y poder, donde, siendo seres glorificados, ¡operaremos con Dios en Su plan a través de los siglos de la eternidad!
Este es el final de los últimos tiempos. Muy pronto caminaremos en las calles con nuestros rostros resplandecientes y hombres y mujeres se nos acercarán para aceptar al Señor Jesucristo que ven en nosotros. Muy pronto la gloria de Dios será manifestada en Su Iglesia.
¿Cómo lo alcanzaremos? ¡Por la sangre de Jesús! Es la sangre la que nos limpia y nos cubre, permitiéndonos permanecer en esa gloria nuevamente. Comienza ahora a estudiar la sangre. Pídele a Dios que amplíe tu revelación.