“Trabajo 16 horas al día. Siete días a la semana. Hace años que no tengo vacaciones.”
¿Has escuchado alguna vez algo por el estilo?
Incluso los mismos creyentes y ministros pueden caer en este hábito. Hablan de lo cansados que están, convencidos de que la fatiga es demostración suficiente –para Dios y los demás— de sus logros alcanzados.
Una cosa es estar cansado, dormir para reponer fuerzas y recuperarse. Otra cosa muy distinta es vivir agotado, no sólo físicamente, sino también en lo más profundo de nuestro ser.
Nuestra sociedad denomina este tipo de cansancio como el síndrome de fatiga crónica.
La misma se caracteriza por anomalías del sueño, dolor generalizado, fatiga profunda que dura más de seis meses y otros síntomas que sólo empeoran con la actividad.
Si ese es tu caso, que éste sea un llamado de atención: La fatiga crónica es una enfermedad a la que debemos resistirnos con la fe, y no una insignia que portemos con orgullo. Los creyentes debemos evitar ministrar y vivir agotados a causa de la fatiga crónica. Es hora de cambiar.
El poder de Dios para nosotros
Servimos a un Dios poderoso. No estamos destinados a vivir en un constante estado de agotamiento, porque Él nos provee toda la fuerza necesaria para cumplir con Su llamado. Isaías 40:28-29 dice: «¿Acaso no sabes, ni nunca oíste decir, que el Señor es el Dios eterno y que él creó los confines de la tierra? El Señor no desfallece, ni se fatiga con cansancio; ¡no hay quien alcance a comprender su entendimiento! El Señor da fuerzas al cansado, y aumenta el vigor del que desfallece» (Reina Valera Contemporánea).
Dios es omnipotente y da su fuerza a los débiles. Los versículos 30-31 nos prometen acceso a esa fuerza: «Los jóvenes se fatigan y se cansan; los más fuertes flaquean y caen; pero los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan». Podemos contar con Dios para que nos fortalezca y nos libre del cansancio. Jesús fue nuestro ejemplo perfecto.
La cura de Jesús para el cansancio
Jesús comprendía la fatiga a la perfección. En Juan 4, leemos que Él y Sus discípulos habían estado ministrando en Judea. De camino a Galilea, tuvieron que pasar por la ciudad de Sicar en Samaria. Decidieron detenerse junto a un pozo que su antepasado, Jacob, había entregado a su hijo. Allí descansó Jesús después de “estar fatigado del camino” (versículo 6, RVA). La Traducción Ampliada Wuest de la Biblia lo expresa de esta manera: “Jesús [estaba] cansado al punto de la extenuación.”
Jesús estaba tan cansado que no podía dar un paso más. Envió a Sus discípulos a comprar comida a la ciudad (versículo 8) mientras Él descansaba. Su fatiga era comprensible, ¿no? Después de una larga y agotadora caminata, ¿quién no estaría cansado? Fue durante este descanso que tuvo su famosa conversación con la mujer samaritana.
Cuando los discípulos regresaron al pozo, Él ya se había recuperado… pero ellos no salían del asombro. Al dejarlo para que descansara, pensaron que no podía dar un paso más. Sin embargo, cuando regresaron, estaba lleno de vitalidad. Pensaron que alguien le había traído algo de comer. Pero Jesús les dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (versículo 34). Jesús estaba haciendo la voluntad del Padre, y eso lo refrescó por completo.
Jesús demostró que, así como la comida fortalece, sustenta y satisface al cuerpo, descubrir y hacer la voluntad de Dios también nos fortalecerá cuando estemos débiles. Pero aquí está la clave: Debemos hacer lo que Dios quiere que hagamos. Si estamos persiguiendo nuestros propios planes, viviremos crónicamente fatigados. Experimentaremos dolor, insomnio y la incapacidad de recuperarnos al dormir.
Es fácil ocuparse en hacer más y más “cosas”. Miramos a los demás y vemos lo que les funciona, para luego intentar seguir su ejemplo. Sin percatarnos, estamos haciendo toda una lista de actividades que Dios nunca nos llamó a hacer, sin importar lo buenas que parezcan.
Cuando estés esforzándote en llevar a cabo un proyecto, te desafío a que te detengas un instante, retrocedas un paso y te preguntes: “¿De quién fue la idea?” Si no fue idea de Dios, entonces inevitablemente te agotará.
Esa fatiga que lucimos como una medalla de honor no hará que Dios llame a nuestras puertas y nos agradezca, diciéndonos: “Gracias por agotarte, hijo. Gracias por ponerte en una tumba temprana, hija. Sí, tus hijos me odian, pero gracias. Llevas ocho años de mal humor… pero igual, gracias.”
¡No! Dios no nos va a agradecer por hacer un montón de cosas que Él no nos dijo que hiciéramos. Su voluntad debe ser nuestro único enfoque.
Finaliza la obra
Estudiemos otra vez cómo Jesús les respondió a Sus discípulos. Él dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (versículo 34). Además de hacer la voluntad de Dios, Jesús pensaba día y noche en “terminar su obra”. En otras palabras, valoraba el factor tiempo.
Tiempo atrás, mientras leía los evangelios y estudiaba la vida y el ministerio de Jesús, me sentía frustrado. Sentía que mi ministerio no había progresado lo suficiente en algunas áreas, especialmente cuando lo comparaba con el ministerio de Jesús.
En sólo tres años y medio, el ministerio de Jesús puso patas arriba el mundo que lo rodeaba. Dos mil años después, nuestro mundo todavía sigue patas arriba.
“¿Cómo lo hiciste?” le pregunté al Señor.
Me respondió con cuatro palabras: Sin perder el tiempo.
Debemos ocuparnos de terminar el trabajo y valorar el tiempo del que disponemos. Es una de las claves para librarse de la fatiga crónica.
Redime el tiempo
Gálatas 3:13, Nueva Versión Reina Valera, dice: “Cristo nos ha redimido…” La palabra redimido en este versículo significa “haber comprado para salvar de la pérdida”. ¿No es eso lo que Jesús hizo por nosotros? Nos compró para salvarnos de la pérdida. Eso mismo es lo que debemos hacer con nuestro tiempo: comprar oportunidades. El Espíritu Santo nos instruye en Efesios 5 a redimir nuestro tiempo. Esa palabra redimir es la misma que encontramos en Gálatas 3:13, que dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley», la cual significa volver a comprar y salvar de la pérdida. Eso es lo que Jesús hizo por nosotros y eso es lo que debemos hacer con nuestro tiempo.
Cuando muchas personas escuchan el mensaje de la prosperidad, lo entienden sólo en relación con lo que la Palabra tiene que decir acerca del dinero. Si bien el dinero forma parte de la misma, la prosperidad bíblica es mucho más grande. Se trata de lo que Dios valora y cómo lo valora. A continuación te presento algunas de las Escrituras que mencionan cosas más valiosas que el dinero:
– La sabiduría: “Bienaventurado el hombre que halla sabiduría, y el que adquiere inteligencia. Porque su valor es mayor que el de la plata, y su ganancia mayor que la del oro fino” (Proverbios 3:13-14).
– El amor: “Es mejor un plato de verduras con alguien a quien amas que un filete con alguien a quien odias” (Proverbios 15:17, Nueva Traducción Viviente).
– Paz y unidad en el matrimonio: “Mejor es morar en un rincón del terrado, que con una mujer pendenciera en casa ancha” (Proverbios 21:9).
¿Qué otro recurso valioso tenemos? El tiempo. Vale más que el oro. ¿Pero adivina quién más sabe lo valioso que es el tiempo? Nuestro enemigo, el diablo, el ladrón, quien no está interesado en robarte la chatarra. Él está detrás de las cosas valiosas, incluyendo nuestro tiempo. Quiere robarnos nuestro tiempo haciendo que posterguemos la voluntad de Dios, para que nos dejemos atrapar por el ajetreo y el cansancio, y evitemos estar atentos.
La salida
La manera en que tú y yo resistimos al enemigo y escapamos de la fatiga crónica es haciendo la voluntad de Dios y terminando Su obra. Eso significa entender y obedecer lo que Dios nos ha llamado a hacer individualmente, como si fuera poco. Cualquier otra cosa le abrirá la puerta al enemigo y nos conducirá a la fatiga crónica.
Si te sientes cansado, entonces es tiempo de dejar lo que estés haciendo y preguntarte: “¿De quién fue la idea?” Si no fue de Dios, entonces pon una mano sobre tu cuerpo y ora en voz alta: “Fatiga crónica, ¡me resisto y te reprendo! No te toleraré en mi vida. Soy fuerte en el Señor y en el poder de Su fuerza. Saco fuerzas de mi íntima unión con el Señor. Él es mi luz y mi salvación. Él es la fuerza de mi vida. Seguiré Su voluntad y terminaré sólo Su obra.”
Luego, respira hondo y sé consciente del tiempo que tienes por delante. ¡Es uno de los recursos más valiosos que tienes! V