¿Alguna vez te has detenido a recordar cómo era tu vida antes de haber sellado un pacto con Dios? Puede parecer algo sorprendente, pero, la Biblia nos dice a los creyentes específicamente que lo hagamos. En Efesios 2:11-12 dice: «…deben recordar esto: En aquel tiempo ustedes estaban sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a los pactos de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza.» (Efesios 2:11-12).
Recordar significa “rememorar/evocar algo conocido o que se ha experimentado”. Por lo tanto, antes de que nosotros, los creyentes, podamos «recordar» que una vez estuvimos «sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y [éramos] ajenos a los pactos de la promesa» (Efesios 2:12), primero debemos saber el significado de tal afirmación. Debemos entender lo que es un pacto, y que ahora tenemos uno con el Dios Todopoderoso.
Es triste decirlo, pero millones de cristianos en todo el mundo no saben nada al respecto. Aunque han nacido de nuevo, todavía viven ajenos a los pactos de Dios.
Saben que la Biblia se compone del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, pero ignoran que la palabra testamento significa “pacto”. No saben que esos dos Testamentos son documentos legales vinculantes entregados por Dios a Su pueblo de pacto que declaran Su voluntad y revelan lo que Él ya ha provisto para ellos.
Durante años tampoco lo supe. Recuerdo el día en que lo descubrí por primera vez. Fue como si alguien me hubiera abofeteado: Nuevo Testamento significa Nuevo Pacto. Es un testamento. Es la última voluntad expresa, el testamento del Señor Jesucristo.
Según el diccionario, un testamento es “un instrumento escrito y legalmente ejecutado por el cual una persona hace disposición de su patrimonio para que tenga efecto después de la muerte.” Jesucristo es el único Hombre que dejó un testamento, y luego resucitó de entre los muertos para legalizar Su propio testamento ¡y asegurarse que se cumpliera! Esa revelación cambió mi vida. Una vez que lo entendí, comencé a leer la Biblia de manera diferente. De repente, comencé a encontrar la revelación del pacto a lo largo de sus páginas.
Por ejemplo, la vi en 2 Pedro 1:3-4 (RVA-2015). Dice que Dios en «Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia. Mediante ellas nos han sido dadas preciosas y grandísimas promesas». Hoy en día, cuando leo esos versículos, ¡me doy cuenta de que están hablando de promesas del pacto sumamente grandes y preciosas!
La mayoría de los cristianos leen esos versículos sin que el pacto se les pase por la cabeza. No piensan en las promesas de Dios en términos de pacto porque nunca han oído predicar el pacto, y eso es trágico. ¿Por qué? Porque para vivir la vida victoriosa y abundante que Jesús nos ha provisto, debemos tener siempre en mente el Pacto de Sangre.
Logré captarlo cuando conocí al obispo David Oyedepo. Él vive en África, lugar donde la cultura está impregnada del conocimiento del pacto. También es uno de los hombres con más mentalidad de pacto que haya conocido. Permanece ante Dios hasta que recibe una tarea y entonces –fundamentado en su pacto— simplemente va y hace lo que Dios le ha dicho que haga, sin importarle lo que sea o lo imposible que parezca.
La primera vez que fui a Nigeria a visitarlo, recorrimos el complejo de su ministerio. “Hermano Copeland, esta sería la primera etapa”, me dijo. “Costó 250 millones de dólares estadounidenses y se construyó sin deudas ni dinero americano; tan solo con fe en Dios. La segunda etapa costará otros 250 millones de dólares. El dinero para construirla ya está en el banco.”
Luego me contó cómo aprendió a creer en Dios para las finanzas. Me compartió que, cuando empezó a aprender sobre la fe, aunque aprendió rápidamente a creer para la sanidad, le costaba hacer lo mismo con respecto a la prosperidad. “Cuando recibí el libro de mamá Gloria La voluntad de Dios es la prosperidad, lo vi”, me dijo. “¡La prosperidad es un pacto!”
“Una vez que lo identifiqué, no hubo problema. Cuando leo: «busquen primeramente el reino de Dios… y todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6:33), eso es todo lo que necesito saber porque está respaldado por la sangre. Dios lo dijo en Su Pacto, así que no hay duda alguna de que se cumplirá.”
El patrón eterno para todos los pactos de sangre
La fe del obispo Oyedepo me recuerda el tipo de fe que tuvo Abraham en la Biblia. Romanos 4:11 lo llama el «padre de todos los creyente», y su pacto con Dios estableció el patrón para todos los pactos de sangre futuros. Génesis 17 nos cuenta cómo se estableció:
«Abram tenía noventa y nueve años cuando el SEÑOR se le apareció y le dijo: —Yo soy el Dios Todopoderoso; camina delante de mí y sé perfecto. Yo estableceré mi pacto entre tú y yo, y te multiplicaré en gran manera. Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él diciendo:—He aquí que mi pacto es contigo: Tú serás padre de muchas naciones. Ya no se llamará más tu nombre Abram; tu nombre será Abraham, pues te he constituido en padre de una multitud de naciones. (versículos 1-5, RVA-2015).
Fíjate, el SEÑOR le dijo a Abram: «Yo soy el Dios Todopoderoso». En hebreo, lo que Él realmente dijo fue, Yo soy El Shaddai. Traducido literalmente, significa Yo soy el Dios que es más que suficiente.
La palabra Shaddai también puede usarse para referirse a una madre lactante. Eso es muy revelador. Una madre representa todo para su bebé. Ella le dio la vida a ese bebé. Ella es el alimento, la protección y lo que fuere necesario para ese bebé. Así que, cuando Dios se llamó a sí mismo El Shaddai, le estaba diciendo a Abram: “Yo soy todo lo que vas a necesitar.”
Lo siguiente que dijo fue: «camina delante de mí y sé perfecto». Una traducción dice, sé sinceramente irreprochable. En el idioma hebreo está claro que Dios no le estaba exigiendo a Abram que fuera perfecto como nosotros lo concebimos. Simplemente le estaba diciendo a Abraham que se mantuviera en relación con Él y que, si fallaba, que se arrepintiera.
La parte de Dios era la siguiente: «Yo estableceré mi pacto entre tú y yo, y te multiplicaré en gran manera». Este pacto es la voluntad de Dios. Abraham ni siquiera tuvo que aceptarlo. Dios dijo: «He aquí que mi pacto es contigo».
Una vez que los términos del pacto fueron establecidos y acordados, hubo un cambio de nombre. En la práctica de pactos, es el momento en que los dos se convierten en uno. Es como lo que ocurre hoy en día cuando la gente se casa. Por ejemplo, cuando Gloria y yo nos casamos, antes de pronunciar nuestros votos, ella era Gloria Jean Neece y yo, Kenneth Max Copeland. Después, ella se convirtió en Gloria Jean Copeland. ¿Por qué? Porque hicimos un pacto matrimonial.
Cuando Dios hizo un pacto con Abram, cambió el nombre de Abram agregándole una H entre medio. En hebreo, la H representa a Hashem, que significa “El Nombre, el Nombre de Dios”. El nuevo nombre de Abraham significaba que él y Dios eran ahora uno, y que siempre lo serían. Para Dios, nunca se divorciarían. «Yo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre tú y yo, y tu descendencia después de ti por sus generaciones, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti» (versículo 7).
¡A eso le llamo un ascenso! Cuando Dios unió Su Nombre al de Abram, lo elevó a Su propio nivel. ¿Por qué pudo hacerlo? Porque es DIOS.
Hay un incidente en la vida del gran general y emperador Napoleón que ilustra maravillosamente este principio. Según cuenta la historia, un día estaba pasando revista a sus tropas, cuando el enorme semental que montaba se desbocó y un soldado, arriesgando su propia seguridad, se salió de la fila y agarró al caballo por las riendas. Después de que el soldado asentara al semental, Napoleón le dijo: “Gracias, capitán.”
“Señor, sólo soy un soldado raso”, le respondió el soldado.
“No, no lo eres, Capitán”, repitió Napoleón. Luego, preguntándole el nombre al soldado, Napoleón le dijo: “Capitán, cabalgará a mi lado y pasará revista a las tropas.”
Napoleón era el Comandante en Jefe. Este hombre era su soldado. Él lo convirtió en lo que quiso porque tenía la autoridad para hacerlo.
Lo mismo ocurre con el pacto. El pacto se trata del mayor que eleva al menor y lo pone en un plano de igualdad con el mayor. Es lo que Dios Todopoderoso hizo cuando entró en pacto con Abraham. Y es lo que hizo por nosotros a través de Jesús.
Toma el terreno elevado… y mantenlo
Esto es lo que el Apóstol Pablo estaba diciendo en 2 Corintios 5, donde escribió:
Porque el amor de Cristo nos impulsa, considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron. Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y nos ha dado el ministerio de la reconciliación (versículos 14-15, 17-18, RVA-2015).
¡Esas son palabras de pacto! Pablo nos está recordando que Jesús vino como nuestro Representante del pacto, que derramó Su sangre, murió y resucitó para que pudiéramos morir con Él al pecado y resucitar con Él a una nueva vida.
A través del Nuevo Pacto nos hemos hecho uno con Jesús. Él está vivo, así que nosotros estamos vivos. Es más, Él ya no es el Hijo unigénito de Dios; Él es el Primogénito de muchos. En el Primer Pacto, el primogénito obtenía todo. Como creyentes, porque estamos “en Cristo”, se nos ha dado el estatus de primogénitos en el pacto del Dios Todopoderoso.
Jesús nos quitó el estatus de “don nadie” y nos transformó en “alguien”.
¿Recuerdas que Dios le dijo a Abraham: «He aquí»? Jesús nos dice lo mismo a nosotros: “He aquí. Hay un pacto entre Mi Padre y Yo, y por creer en Mí puedes entrar en él.”
Por eso Filipenses 2 nos dice: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios» (versículos 5-6, RVA). Somos coherederos de Jesús (Romanos 8:17). A través de Él, y por Su sangre, hemos sido resucitados y puestos en un plano de igualdad con Dios Padre.
Cuando tú, como creyente, dices: “Me cubro con la sangre”, ¡eso es muy significativo! No es sólo una frase religiosa. Es lenguaje legal de pacto. Cuando lo dices, estás invocando el estatus de pacto que te pertenece a través de Jesús. Te estás apoyando en el hecho de que cada una de las grandísimas y preciosas promesas del pacto de Dios te pertenecen con la misma certeza con la que le pertenecen a Jesús Mismo.
Hay más de 7.000 de esas promesas registradas para ti en los dos Pactos de sangre que llamamos la Biblia. Son privilegios celestiales, y todos fueron comprados para ti y pagados con la preciosa sangre de Jesús.
No es de extrañar que Apocalipsis 12:11 diga que vencemos al diablo por la sangre del Cordero y la palabra de nuestro testimonio. Cuando aplicas la sangre, ejecutas tu pacto con Dios en la cara del diablo y todo lo que él representa. Cuando te mantienes firme por fe en tu pacto con Dios respaldado por la Sangre, te afirmas en terreno alto.
Los generales militares han comprendido por siglos que en la guerra nunca quieres quedar atrapado en terreno bajo. Nunca querrías estar en la posición donde miras hacia arriba a tu enemigo. Así que nunca renuncies al terreno elevado de tu Pacto de Sangre con Dios: «y también junto con él nos resucitó, y asimismo nos sentó al lado de Cristo Jesús en los lugares celestiales» (Efesios 2:6). ¡Hablando de terreno elevado!
Toma tu posición en Él y «después de haberlo logrado todo, quedar firmes» (Efesios 6:13-14, RVA-2015).
Su Hesed perdura para siempre
“Pero hermano Copeland, tengo miedo de que…”
¡Detente!
Déjame preguntarte algo: ¿De qué tienes que tener miedo? Eres un hombre de pacto. Eres una mujer de pacto. Tu hermano de pacto de sangre, el Señor Jesucristo, murió y fue al infierno por ti. Él derrotó al diablo en su propio territorio, salió de ese pozo victorioso con las llaves en Su mano… y Él te entregó esas llaves en el momento en que entraste en este Pacto de Sangre.
¡El miedo no debiera ser parte de tu vida!
Incluso en el Antiguo Testamento, los judíos que entendían lo que significaba estar en pacto con Dios eran invencibles. Lee 2 Crónicas 20. Habla de un tiempo cuando Judá estaba enfrentando un ataque por un ejército enemigo tan masivo, que no había manera de que pudieran sobrevivir. ¿Qué hicieron? Oraron y le recordaron a Dios su pacto con Él.
En respuesta, Él les dijo que bajaran a la batalla y les dijo: «No teman ni desmayen delante de esta multitud tan grande, porque la batalla no será suya, sino de Dios» (versículo 15, RVA-2015). El pueblo de Judá le creyó. Actuaron conforme a Su PALABRA y se prepararon para la batalla designando «a algunos de ellos para que cantaran al SEÑOR y lo alabaran en la hermosura de la santidad, mientras iban delante del ejército, diciendo: “¡Alaben al SEÑOR, porque para siempre es su misericordia!» (versículo 21).
La palabra traducida como misericordia es la palabra hebrea hesed. Es una palabra de pacto. Habla del amor compulsivo y obligatorio. Los judíos entendieron que al prometerles hesed, Dios les estaba diciendo: “Porque estoy en pacto con ustedes, los amo y estoy obligado a BENDECIRLOS. Por el pacto, estoy obligado a protegerlos y a proveer para ustedes. Porque estamos en pacto el uno con el otro, cuando ustedes vayan a la guerra, yo estoy obligado a ir con ustedes y asegurarme de que salgan de ella sin daño alguno.”
En el momento en que el pueblo de Judá comenzó a cantar y alabar el hesed de Dios, Su pacto de Amor, la batalla estaba ganada. «El SEÑOR puso emboscadas» contra el ejército que se había levantado contra ellos e hizo que los soldados se volvieran unos contra otros, de modo que todo el ejército fue destruido (versículo 22).
Esa es la clase de victoria que experimentarás cuando la realidad de tu Pacto de Sangre con Dios cobre vida en ti. V