Cuando se habla de física, comprendemos que existen ciertas leyes que gobiernan el funcionamiento de las cosas materiales. Si cooperas con éstas, saldrás beneficiado. Por el contrario, si las ignoras, no lo harás.
Por ejemplo, tomemos las leyes que gobiernan la conductividad de la electricidad. Al obedecerlas, la electricidad se convierte en una verdadera bendición. Nos permite utilizarla para hacer tostadas en la mañana e iluminar la casa por las noches, de una forma segura y predecible.
No tienes que preguntarte qué sucederá cada vez que enciendas el interruptor de la luz o la tostadora. Ya lo sabes, porque la electricidad se rige por leyes naturales, y esas leyes siempre funcionan.
Lo mismo es cierto del ámbito espiritual. No funciona al azar de manera imprevisible. El reino espiritual está gobernado por leyes definidas e identificables, tan predecibles como las leyes naturales.
Por ejemplo, Romanos 3:27 cita “la ley de la fe”. Es la ley fundamental del reino de Dios y el SEÑOR comenzó a enseñarme acerca de ella en 1967. Fue la primera ley espiritual que aprendí y ha revolucionado mi vida.
Otra ley que el SEÑOR me introdujo casi al mismo tiempo ha demostrado ser igual de revolucionaria. Comencé a aprenderla a comienzos de este ministerio y, en gran medida, el éxito que he experimentado personal y ministerialmente se debe a la comprensión que me ha dado el SEÑOR acerca de la misma.
¿Cuál es esa ley tan poderosa? La llamo “el intercambio de la unción”.
Podemos encontrarla a través de toda la Biblia, y el primer lugar en el que se la menciona es en Génesis, el libro de “los comienzos”. Allí, en el capítulo 12, Dios hizo un pacto con Abraham, al decirle: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.» (versículos 1-2).
Nota que en esos versículos Dios hizo más que BENDECIR a Abraham al comisionarlo para ser una BENDICIÓN. Lo llamó al ministerio de LA BENDICIÓN y le dijo que lo llevara a todo el mundo. Claramente, para cumplir con ese llamado, Abraham necesitaría de algunas PERSONAS que lo BENDIJERAN, y que se le sumaran para ayudarlo. Entonces Dios dijo: «BENDECIRÉ a los que te BENDIGAN.»
En otras palabras, en lugar de tener que BENDECIR individualmente a cada PERSONA QUE LO BENDIJERA, Dios estableció una ley de intercambio. La diseñó para que LA BENDICIÓN de Abraham se desbordara de manera automática sobre cualquiera que se asociara con él.
Eso fue lo que le sucedió a Lot, el sobrino de Abraham. Se mantuvo cerca de Abraham y, a pesar de no era necesariamente tan agudo espiritualmente, prosperó exponencialmente. La BENDICIÓN de Abraham lo alcanzó, y sus pertenencias crecieron a tal punto que él y su tío tuvieron que separarse porque, en conjunto, eran demasiado para una misma área geográfica.
“Sí, hermano Copeland, pero eso sucedió en el Antiguo Testamento.”
Lo sé. Pero el mismo principio lo encontramos en el Nuevo Testamento.
Por ejemplo, piensa en el ministerio de Jesús. ¿Qué sucedió cuando Sus discípulos se le unieron y lo ayudaron a predicar el evangelio? Pudieron hacer las mismas cosas que Él hizo. Pudieron sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y expulsar demonios.
¿Por qué? Porque, como colaboradores de Jesús en el ministerio, LA BENDICIÓN y la unción que estaba sobre Él vino sobre ellos.
Jesús incluso les dijo, antes de enviarlos, que a través de su ministerio este intercambio de unción estaría disponible también para otros. En Sus propias palabras: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta porque es profeta, recibirá igual recompensa que el profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, recibirá igual recompensa que el justo.» (Mateo 10:40-41).
El sistema de distribución de la unción de Dios
No todo el mundo está llamado al ministerio del profeta, o al ministerio del apóstol, el pastor, el maestro o el evangelista. Pero, según Jesús, eso no significa que no todos podamos participar de esas unciones. ¡Sí podemos! Al recibir a aquellos que son llamados a tales ministerios y ayudarlos a hacer su trabajo, podemos aprovechar la gracia que está sobre ellos y recibir la misma recompensa.
¡Este es el sistema de distribución de la Unción de Dios!
“Bueno”, podrías decir, “lo que Jesús dijo en Mateo 10 solo se aplica a los que trabajaron con Él en el ministerio y ese era un grupo muy reducido.”
No, no fue así. Jesús tenía un gran equipo de trabajo que viajaba con él a dondequiera que fuera. Según Lucas 8, incluía no solo a los 12 discípulos, sino «también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían sido expulsados siete demonios; Juana, la mujer de Chuza, el intendente de Herodes; Susana, y muchas otras que los atendían con sus propios recursos.» (versículos 1-3).
Para resaltar el principio que estamos exponiendo, llamaremos a estas personas “colaboradores” ministeriales de Jesús. Lo ayudaron a difundir la PALABRA que estaba predicando. Ellas testificaron sobre los milagros que vieron y, además, contribuyeron financieramente a Su ministerio para que Él pudiera cumplir Su llamado.
¿Qué recibieron a cambio?
Primeramente, revelación. Como vemos más adelante en Lucas 8, cuando Jesús predicó la parábola del sembrador, a diferencia de las multitudes que abandonaron la reunión preguntándose de qué había estado hablando Jesús, su equipo de colaboradores obtuvo información privilegiada. Le pidieron mayor revelación y Él dijo: : «A ustedes se les concede conocer los misterios del reino de Dios» (versículo 10). Luego les explicó exactamente el significado de la parábola.
¡Sus colaboradores estaban conectados a la unción de la revelación! Eso es parte de la recompensa del profeta y, por lo tanto, estaba disponible también para ellos. También podría haber estado disponible para los demás, porque Jesús dijo a toda la multitud: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» (versículo 8). Pero la multitud ese día no lo recibió como el Ungido de Dios, así que no participaron en el intercambio de la unción.
La gente de Nazaret cometió el mismo error la primera vez que Jesús les predicó. Cuando les dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18), no le creyeron.
Para ellos, él era tan solo uno más de su ciudad natal. “Eres el hijo de María y José. ¡No puedes estar ungido!” le dijeron, y se negaron a recibirlo como el Mensajero de Dios.
Como resultado, el intercambio de la unción se interrumpió y «Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos.» (Marcos 6:5).
Partícipes de Mi Gracia
La unción es el poder de Dios que quita las cargas y destruye los yugos, y la misma fluye a través de un recipiente humano (Isaías 10:27). Es el Espíritu Santo manifestándose como «el espíritu del Señor; el espíritu de sabiduría y de inteligencia; el espíritu de consejo y de poder, el espíritu de conocimiento y de temor del Señor.» (Isaías 11:2).
Esas son todas unciones. Todas están disponibles para nosotros como creyentes, y hay dos formas de acceder a las mismas. Primeramente, a través de nuestra unión con Jesús «a quien Dios ha constituido como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención» (1 Corintios 1:30). De igual manera, accedemos a ellas a través de nuestra conexión con otros creyentes, particularmente con aquellos que son llamados al ministerio quíntuple.
El apóstol Pablo escribió sobre esto último a los filipenses. Debido a que eran sus colaboradores en el ministerio quienes, en sus propias palabras: «ninguna iglesia participó conmigo en cuanto a dar y recibir sino ustedes solos.» (Filipenses 4:15), les dijo:
«Doy gracias a mi Dios en toda memoria de vosotros, siempre en todas mis oraciones haciendo oración por todos vosotros con gozo, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora: estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; Como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, sois todos vosotros compañeros de mi gracia.» (Filipenses 1:3-7, RVA).
La frase, compañeros de mi gracia se remonta a lo que Dios dijo en Génesis 12 acerca de aquellos QUE BENDIJERAN a Abraham: participaron de su BENDICIÓN. Según Pablo, el mismo principio estaba en funcionamiento para sus colaboradores ministeriales. Por eso podía orar por ellos con tanta confianza. Sabía que la misma unción que estaba sobre él también reposaba sobre ellos, y quería que lo supieran.
Para los filipenses, ¡esta fue una noticia emocionante! Gozaban de una experiencia de primera mano con el poder de la unción de Pablo. Años atrás, cuando él y Silas habían sido arrestados y encarcelados en su ciudad por predicar el evangelio, el ahora pastor de los filipenses había sido entonces el director de la prisión, y había sido testigo ocular de lo que pasó esa noche.
A la medianoche, mientras Pablo y Silas oraban, cantaban y alababan a Dios, un terremoto impactó el lugar. Sacudió la prisión en su totalidad, abrió todas las puertas e hizo que se cayeran todas las cadenas de los presos. El terremoto tampoco vino del cielo. Vino del interior de Pablo y Silas.
Ahora Pablo les estaba diciendo que tenían acceso a la misma unción, no solo para defender el evangelio sino para confirmarlo. ¿Cómo se confirma el evangelio? Con señales y maravillas. Jesús lo dijo en Marcos 16: «En mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán en sus manos serpientes, y si beben algo venenoso, no les hará daño. Además, pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán.» (versículos 17-18).
El apóstol Pablo experimentó tales señales sobrenaturales. Marcaron su ministerio, por lo que les dijo a sus colaboradores que también deberían esperar por su manifestación. “¡Ustedes son partícipes de mi gracia!” les dijo. “¡El mismo poder obrador de milagros que está obrando en mí también les pertenece a ustedes!”
El mejor trato
Esta es la revelación que estalló en mí hace años cuando trabajaba para el hermano Oral Roberts. Como su copiloto y chofer personal, estaba con él en sus reuniones y lo escuché predicar sobre el poder de la colaboración en el Evangelio. Fui testigo de grandes milagros cuando él imponía sus manos sobre las personas para que fueran sanados, y luego lo vi imponer sus manos en una lista de peticiones escritas por sus colaboradores y orar por ellos mientras la unción de sanación aún estaba sobre él.
¡Eso era poderoso! Quería participar en eso. Entonces, la primera vez que asistí a una de sus reuniones de colaboradores, decidí unirme a su ministerio como tal.
Cuando llegué a casa, estaba tan emocionado que casi no podía esperar para contárselo a Gloria. “Gloria”, comencé, “¡somos colaboradores de Oral Roberts por $10 al mes!”
Ella me miró aturdida. En ese entonces apenas teníamos suficiente dinero para la comida.
“¿De dónde sacaremos $10 al mes?”, me preguntó.
Le respondí predicando de la mejor manera posible lo que había escuchado del hermano Roberts. “Gloria”, le dije, “podemos tener la unción de Oral Roberts por $10 al mes. Este es el mejor trato que he escuchado en mi vida.”
Sus ojos se agrandaron.
“¡Sí, hagámoslo!” me respondió.
De inmediato Dios comenzó a hacer milagros especiales de $20 para nosotros. Mes tras mes, sea como fuere, aparecerían $20 adicionales. Diezmaríamos $2, daríamos $10 al hermano Roberts y nos quedaríamos con el resto.
Además, comencé a tener la oportunidad de ayudar al hermano Roberts a imponer las manos a las personas en sus reuniones de sanación. Efectivamente, la misma unción que estaba sobre él fluiría a través de mí. Años más tarde, la esposa del hermano Roberts, Evelyn, me dijo que el efecto era visible. “Kenneth, es muy extraño”, me dijo. “Fisonómicamente no te pareces a Oral en absoluto pero, a veces, cuando ministrabas a las personas en la línea de oración, en realidad lucías como él.”
¿Qué estaba viendo ella?
¡Jesús estaba ministrando a través de mí de la misma manera que lo hizo a través del hermano Roberts! No porque fuera copiloto en su avión, sino porque, como su colaborador, había activado la ley del intercambio de la unción. Era partícipe de su gracia.
Si eres colaborador de este ministerio, lo mismo aplica en tu vida en lo que respecta a Gloria y a mí. Estamos en esto juntos. Las unciones que están sobre nosotros para hacer la obra de Dios también te pertenecen a ti.
Como nuestro colaborador, recibes tanto crédito como nosotros por todo lo que logra este ministerio. Cada persona que ha recibido a Jesús como su SEÑOR, o ha sido sanada o edificada en su fe a través de La PALABRA que predicamos, ha sido acreditada a tu cuenta celestial.
ERES partícipe de nuestra gracia. Créelo. Libera tu fe para que el intercambio de la unción trabaje en tu vida y espera que los mismos milagros, señales y maravillas que suceden en nuestro ministerio sucedan en tu casa.
«Así que mi Dios suplirá todo lo que les falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19, Reina Valera Contemporánea). V
Consejos prácticos:
- Cuando Dios BENDIJO a Abraham y lo llamó a ser una BENDICIÓN, dijo que cualquiera que lo ayudara a cumplir con su asignación participaría de su BENDICIÓN. (Génesis 12:3)
- Lot, el sobrino de Abraham, se mantuvo cerca de Abraham; como resultado, LA BENDICIÓN vino sobre él. (Génesis13:5-6)
- En el ministerio de Jesús, la misma unción que estaba sobre él vino sobre sus discípulos y les permitió hacer Sus mismas obras. (Mateo 10:1)
- Jesús les dijo a Sus discípulos que a través de Su ministerio, el mismo intercambio de la unción estaría disponible para otros. (Mateo 10:40)
- El apóstol Pablo les escribió a los filipenses que ellos no solo eran sus colaboradores financieros en el ministerio, sino que también eran colaboradores en su unción. (Filipenses 1:7)