Tan sorprendente como pueda parecer, la mayoría de los cristianos no creen realmente que Dios los ama.
Ellos piensan que lo creen. Con sus intelectos, cada vez que en la iglesia el pastor les predica que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), rápidamente dicen: “¡Amén!”. Sin embargo, cuando están afuera en el mundo, lidiando con alguna de las tormentas de la vida, no tienen la misma confianza. No están absolutamente seguros de que, en toda situación, el Dios que: «…de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3:16), les mostrará la misma clase de amor a modo personal.
Aun los creyentes bautizados en el Espíritu Santo, que más hablan en leguas y que confiesan la PALABRA, tienen este problema. Y esa es la razón por la que muchísimas veces su fe no funciona como debería. Están tratando de creer la PALABRA de Dios sin creer por completo que Él los ama.
Como resultado, cuando el diablo aplica la mínima presión sobre ellos, su fe comienza a desfallecer. Comienzan a dejarse llevar por el miedo y a hablar duda e incredulidad.
Esto mismo es lo que les sucedió a los discípulos en Marcos 4. Cuando ellos se encontraron con la tormenta en el mar de Galilea, se asustaron y perdieron su fe. Vieron los azotes de la tormenta y el agua llenando la barca y decidieron que la cosas no lucían tan bien. Ni siquiera los confortó el hecho de que el mismo Jesús estuviera allí presente, durmiendo en la parte trasera de la embarcación. Llenos de pánico, lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» (versículo 38).
¡Sólo imagínatelos hablándole así a Jesús! Imagínatelos mirando directo a los ojos del Hijo del Amor y diciéndole a Aquel que tanto los amó que dejó la comodidad del cielo para venir a la Tierra y derramar hasta la última gota de Su sangre para comprar su redención: “¿Acaso no te importa que estamos por naufragar? ¿No te importa que estamos a punto de perecer?”
¡A eso le llamo imprudencia! Es el peor insulto que los discípulos pudieron haber dicho.
Por supuesto que ellos ni se dieron cuenta. Ellos estaban hablando desde lo más profundo de su ignorancia ya que todavía no sabían quién era Jesús.
Hoy, nosotros como creyentes no tenemos ninguna excusa. ¡Nosotros sabemos quién es Jesús, y aun así decimos lo mismo!
Todos nosotros lo hemos hecho en una u otra ocasión. A pesar de todo lo que sabemos acerca del precio que Jesús pagó por nosotros, a pesar de todos los sufrimientos que Él soportó y de todas las BENDICIONES que Dios nos ha dado a través de Él, hemos dicho cosas como: “No sé por qué Dios no me ha sanado de esta enfermedad. No entiendo por qué no me ha provisto las finanzas que necesito. Realmente me duele aquí. ¡A veces creo que ni siquiera le importa!”
¿Sabes qué sería lo mejor que podrías hacer cuando te sientas de esa manera?
¡Mantén tu boca cerrada!
Ese tipo de declaraciones te meterán en problemas cada vez más serios. Palabras como esas le abrirán la puerta de par en par al diablo para que te golpee en la cabeza y destruya tu casa de un extremo al otro.
Cuando sientas como que Dios no te ama, mejor usa tu boca para declarar, por medio de la fe, que Él lo hace. Cuando sientas que Él no cuida de ti, mejor escoge creer en: «el amor que Dios tiene para con nosotros.» (1 Juan 4:16) y dile al diablo: “¡Satanás, no vengas a decirme que a Jesús no le importa! ¡Cómo te atreves a insultarlo de esa manera en frente mío! Yo lo amo con todo mi corazón, mi alma, mi mente y mis fuerzas. Y aún más importante, Él me ama con todo Su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Por esa razón fue a la Cruz. Y por esa razón se hizo hombre, sufrió, murió y resucitó, y ahora vive para interceder por mí. ¡Él hizo todo esto, porque me ama!”
Tanto como ama a Jesús
Jamás olvidaré el tiempo en que comencé a entender y a apropiarme de esta verdad. Sucedió en los primeros días como estudiante de la Universidad de Oral Roberts (ORU). Un día estaba en la casa estudiando la Biblia y comencé a leer la oración que Jesús oró en Juan 17. Yo acababa de aprender acerca del poder del acuerdo, así que me propuse: “Ya que Jesús está orando aquí, y sé que definitivamente Él está orando en fe, al leerlo me pondré de acuerdo con todo lo que Él diga”.
Pensé que hacerlo sería relativamente fácil (después de todo, ¿cuán difícil puede ser ponerse de acuerdo con Jesús?). Así fue, hasta que llegué al versículo 23. Allí Jesús oró por todos nosotros, como creyentes: «para que sean perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.»
¡Me sorprendí mientras lo leía! ¿Qué? ¿Quieres decir que Dios me ama tanto como ama a Jesús? Jamás había escuchado algo similar en toda mi vida. Leyéndolo de nuevo, dije en voz alta: “¡Si no estuviera escrito en letras rojas, no podría creerlo!”
En ese entonces no sabía nada acerca de ser una nueva criatura en Cristo. De niño, mientras crecía en la iglesia, siempre había escuchado que solamente era un pobre pecador salvado por la gracia. No podía pensar ni en una sola razón por la que Dios me amara como ama a Jesús. No tenía sentido alguno.
Aun así, decidí que, si el Hijo del Dios viviente dijo que era cierto, no podía quedarme allí parado y decir lo contrario. Tenía que ponerme de acuerdo con lo que Él había dicho porque Él es mi SEÑOR y Salvador. Literalmente, estaba temblando de miedo por lo que estaba a punto de declarar; sin embargo, con la Biblia abierta en frente, continúe. “Bueno, aquí voy. Padre, quiero agradecerte porque me amas tanto como amas a Jesús.”
Instantáneamente, sentí a mi espíritu engrandecerse en mi interior. Así que lo dije de nuevo. “Dios me ama tanto como ama a Jesús”. A pesar de que todavía estaba temblando, esas palabras me emocionaron en lo más profundo, y caminé alrededor de la pequeña habitación repitiéndolas una y otra vez. “¡Dios ama a Kenneth! ¡Dios ama a Kenneth! Dios ama—¡a este estúpido, ignorante y tonto Kenneth!”
Mas tarde descubrí que, como creyente nacido de nuevo, no era estúpido. Tengo la mente de Cristo. Pero, aun así, sin esa información, la verdad acerca del amor de Dios me había penetrado. Estaba tan emocionado que salí corriendo del cuarto a decírselo a Gloria.
“¡Mira esto!” le dije, mostrándole la Biblia abierta. “Dios nos ama tanto como Él ama a Jesús!”
Cincuenta años más tarde, todavía estoy hablando de esta revelación—y si tú eres un hijo de Dios nacido de nuevo, también necesitas estar haciendo lo mismo. Necesitas mirar tu Biblia en Juan 17:23 y enfocar tus ojos en lo que Jesús dijo en ese pasaje… y decirlo… y decirlo, no porque te sientas de una u otra manera, sino porque has escogido creerlo.
“Bueno, hermano Copeland, me gustaría hacerlo; sin embargo, no creo que funcione igual conmigo. Yo necesito sentir el amor de Dios para recibirlo.”
No, no lo necesitas. A pesar de que los sentimientos son buenos (y si has decidido caminar por fe, eventualmente lo sentirás), puedes recibir el amor de Dios de la misma manera que recibiste el nuevo nacimiento. Puedes hacerlo siguiendo las instrucciones de Romanos 10:9: confesándolo con tu boca y creyéndolo en tu corazón. No necesitas tener un sentimiento especial para hacerlo. Solamente necesitas saber lo que la PALABRA de Dios dice al respecto.
Recuerdo cuando el SEÑOR me enseñó ese mismo principio aplicado a la sanidad. Fue antes de que comenzara las clases en ORU. Había estado sufriendo síntomas gripales y me dolía todo el cuerpo. ¡Sentía como si hasta el pelo me doliera! Había manejado para llevar a Gloria a la tintorería para que dejara algunas prendas, y mientras ella entraba, me recosté en el auto pensando: Voy a tener que dejarla manejar hacia la casa. Estoy tan enfermo que no creo que pueda regresar.
Mi Biblia estaba en el asiento del acompañante, y la había abierto en 1 Pedro 2:24. Guiado por el Espíritu Santo, la tomé y leí el versículo en voz alta: «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados.»
Ciertamente en ese momento no me sentía sanado. Mas bien, me sentía muy enfermo. Sin embargo, como un acto de mi voluntad, dije: “Escojo creer esto”. Después, leí el versículo otra vez. “Escojo creer esto. Por las llagas de Jesús, estoy sano”.
Cuando Gloria regresó al auto le mostré el versículo. “Por las llagas de Jesús estoy sano” le dije. “Decido creer esto.”
Ella dijo: “Bueno.” y manejé de regreso a la casa. Cuando llegamos, ya me sentía mejor. Creo que puedo comer la cena, pensé. Todavía no me sentía cien por ciento bien, así que después de cenar me fui a la cama. Cuando me desperté la mañana siguiente, todo síntoma había desaparecido.
¿Qué había sucedido? Decidí creer lo que Dios dijo, sin importar si lo sentía o no. Ese es el cimiento sobre el que se basa toda la fe. A pesar de que sabía muy poco acerca de la fe en ese momento, sin ni siquiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, me mantuve firme sobre esa base. Creí la PALABRA de Dios en mi corazón y la declaré con mi boca y ésta se manifestó en mi cuerpo.
Ten fe en el Amor mismo
Si quieres ver un ejemplo de lo poderoso de operar de esta manera, referente al amor de Dios, estudia la vida y los escritos de Juan. Él creía demasiado en creer en su corazón y confesar con su boca que Jesús lo amaba. Él lo hizo a tal punto, que llegó a identificarse en las escrituras como el discípulo que Jesús amaba.
Él se refirió a sí mismo de esa manera, por ejemplo, en la historia de la última cena que Jesús celebró con sus discípulos (Juan 13). En la parte final del capítulo, donde Jesús les dijo que uno de ellos lo traicionaría, Juan dijo:
«Los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, Simón Pedro le hizo señas, para que preguntara quién era aquel de quien Jesús hablaba. Entonces el que estaba recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?» Respondió Jesús: «Es aquel a quien yo le dé el pan mojado.» Enseguida, Jesús mojó el pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.»
¿Puedes imaginarte la escena? Ahí estaba Juan, quien firmemente creía que Jesús lo amaba, tan cerca como era prácticamente posible. Luego tenemos a Pedro que quería saber quién sería el traidor, pero que estaba tan asustado de preguntarle a Jesus que decidió entonces pedirle a Juan que lo hiciera por él.
“¡Pregúntale tú!”, dijo Pedro. “Él te dirá quién es. Tú eres el favorito.”
Por supuesto que no estoy sugiriendo que Jesús tiene favoritos. Sin embargo, pienso que así es como Juan se veía a sí mismo. Él sabía de manera real y muy clara de ese favor tan grande que gozaba porque creía en su corazón y confesaba con su boca una y otra vez: “¡Soy aquel a quien Jesús ama!”
Para algunas personas puede sonar como que Juan estaba alardeando. Sin embargo, no es así como él declaraba estas cosas. Él las decía porque él estuvo allí cuando Jesús predicó Marcos 11:22-23. Él escuchó a Jesús decir: «Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá.»
Juan sabía que Dios es Amor, así que se dio cuenta que Jesús esencialmente estaba diciendo en esos versículos: “Tengan fe en Dios, quien es el Amor. Tengan fe en el Amor mismo.” Así que eso fue lo que Juan hizo. Él creyó en «el amor que Dios tiene para con nosotros.» Él tenía fe que: «Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.» (1 Juan 4:16), y por lo tanto hablaba de esa manera.
¿Qué efecto tuvo en su vida?
¡Lo convirtió en un vencedor del mundo tal, que el diablo mismo no pudo encontrar una manera de vencerlo!
Juan fue el único que no salió corriendo cuando Jesús fue a la cruz.
Él vivió más que los demás discípulos.
Sus enemigos trataron una y otra vez de matarlo, sin embargo, siempre fallaron.
Aun la historia misma tiene registrado que en una ocasión los que perseguían a Juan lo hirvieron en aceite. Esta no es una metáfora de aquella época. En ese entonces, literalmente sumergían a las personas en ollas con aceite hirviendo. Después de un rato, pescaban con un gancho, y sacaban el cuerpo de la persona y la carne se desprendía por sí sola de los huesos.
Sin embargo, en el caso de Juan, eso no sucedió. Cuando lo sacaron con ese gancho, él salió entero.
Te lo digo: ¡Dios puede hacer cosas gloriosas cuando crees que Él es Amor! ¡Él puede hacer milagros en tu vida cuando verdaderamente crees que Él te ama!
Así que busca esa revelación con todas tus fuerzas. Renueva tu mente a esa verdad. Llena tu corazón y tu boca con lo que la PALABRA de Dios dice al respecto, y llámate a ti mismo como Juan lo hizo. Declara todos los días: “¡Yo soy aquel a quien Jesús ama!