¿Has deseado alguna vez resultados palpables cada vez que oraste la oración de fe?
Yo ciertamente lo he hecho.
Pienso que sería maravilloso que cualquier cosa que le pidiera a Dios apareciera de inmediato. ¡Realmente me gustaría!
Por ejemplo, creer por finanzas o por una manifestación de sanidad en mi cuerpo, y en el momento que lo creyera, recibirlo —listo— así de fácil.
He experimentado esa clase de milagros instantáneos en diversas ocasiones, los cuáles hacen que recibir algo de parte de Dios sea mucho más fácil. También son emocionantes, así que siempre estoy a la búsqueda. Desearía que sucedieran cada vez que oro. Sin embargo, no es así.
En la mayoría de los casos, tengo que agregar la paciencia a mi fe para ver la manifestación de las promesas de Dios en mi vida (Hebreos 6:12). Tengo que mantenerme firme por un tiempo en la Palabra de Dios antes de notar un cambio en este ámbito natural.
¿Por qué?
Porque la fe es un proceso. A menos de que uno de los dones del Espíritu esté acompañándola, la fe generalmente funciona con el pasar del tiempo. Podrás ver lo que quiero decir al leer Marcos 11:14. Allí vemos a Jesús decirle a la higuera que no tenía fruto: «¡Que nadie vuelva a comer fruto de ti!». A pesar de que Él lo dijo por fe, inicialmente no sucedió nada. La higuera continuó allí, luciendo tan saludable como siempre. No mostraba ninguna evidencia de cambio externo alguno.
Sin embargo, al día siguiente, Jesús y sus discípulos pasaron de nuevo por el mismo lugar y la escena había cambiado por completo.
«Vieron que ésta se había secado de raíz. Pedro se acordó y le dijo: «¡Mira, Maestro! ¡La higuera que maldijiste se ha secado!» (versículos 20-21).
El hecho de que el árbol se haya secado desde la raíz es indicativo de que la fe de Jesús comenzó a operar desde el momento mismo que Él la liberó. Sin embargo, sus efectos fueron invisibles por un tiempo porque comenzó a trabajar bajo la tierra, donde no podía verse. A menudo, lo mismo es cierto en nuestra vida como creyentes. Cuando liberamos nuestra fe por algo, ésta comienza a trabajar primero en el ámbito del espíritu, en lo invisible. Esta comienza a cambiar las cosas a ese nivel, y al permanecer en fe, esos cambios eventualmente comienzan a hacerse visibles. Aquello por lo que estábamos creyendo se manifiesta, y nuestra fe se materializa.
El tiempo transcurrido entre que liberamos nuestra fe y que vemos la higuera seca (o la manifestación de la sanidad, o que nuestras finanzas empiecen a llegar, etc.) es la parte dificultosa de la fe. Es en esa parte del proceso donde debemos rehusarnos a tambalear por las circunstancias contrarias. Es en esa parte en la que, aun cuando parece que nada está sucediendo, debemos mantenernos creyéndole a Dios y resistiendo la tentación de la duda.
¿Cómo lo hacemos?
Siguiendo las instrucciones que Jesús le dio a sus discípulos en Marcos 11, versículos 22-25. Cuando ellos se maravillaron con la higuera, Él les dijo:
«Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas».
De enfermo y más enfermo… a mejor y mucho mejor.
De acuerdo con esos versículos, las palabras son la clave para liberar tu fe. Nada comienza a funcionar hasta que crees la Palabra de Dios en tu corazón, la declaras con tu boca y aguardas con expectativa la materialización de lo declarado. Muchos cristianos parecen no entenderlo. Oran con sinceridad y le piden a Dios lo que necesitan; sin embargo, eso es todo lo que hacen. Ellos continúan pidiendo y pidiendo. Si necesitan sanidad, oran: “¡Señor, por favor sáname! ¡Señor, por favor sáname! Sin embargo, nunca dan el siguiente paso. No se mantienen firmes en la Palabra y declaran: “Señor, 1 Pedro 2:24 dice que por las llagas de Jesús fui sanado, así que CREO Y RECIBO MI SANIDAD AHORA MISMO. ¡Te agradezco por ella y desde este momento declaro que estoy sano!”
Esas son la clase de palabras que ponen la fe en acción. Comienzas declarándolas en oración, y luego sales de tu lugar de oración declarando que has recibido lo que has pedido. Mientras continúas haciéndolo, el proceso de la fe continúa su operación. Seguirá transformando lo material hasta que se manifieste en tu vida aquello por lo que has estado creyendo.
Si meditas al respecto, descubrirás que el diablo opera por lo general de la misma manera. Él hace su trabajo sucio a través de un proceso. Cuando la enfermedad te ataca, normalmente no pasas de estar perfectamente sano a enfermo de muerte en un instante. Comienzas a sentirte enfermo, la enfermedad progresa y así te enfermas más y más.
Cuando crees que recibes tu sanidad y comienzas a llamarte sano, el proceso se revierte. La fe comienza a desplazar esa enfermedad. Esta libera el poder sanador de Dios en tu cuerpo, y con el tiempo te sientes mejor y mejor, hasta que eventualmente un día, todos los síntomas de la enfermedad se han ido.
Es posible que un día estés por ahí continuando con la rutina diaria y de repente lo notes. “¡Ya no tengo ese dolor en mi cuerpo! ¡Me siento completamente bien!”
Financieramente, las cosas también tienden a trabajar de esa manera. Estas cambian gradualmente, con el tiempo. Si estás enfrentando una montaña de deudas, es probable que te haya tomado varios años meterte en esa situación. Así que, si comenzaste hoy a mantenerte firme en la Palabra de Dios por la prosperidad, probablemente no seas libre de deudas a la misma hora la mañana siguiente. Tendrás que ejercitar la paciencia y darle a Dios tiempo para que trabaje.
No estoy sugiriendo que le tomará muchos años hacer el trabajo. A Dios no le llevó mucho tiempo para librarnos a Ken y a mí. Cuando comenzamos a vivir por medio de la fe, estábamos tan hundidos en deudas, que en lo natural no podíamos ver cómo saldríamos alguna vez de esa situación. Pero, una vez que comenzamos a creer la Palabra y a llamarnos libres de deudas, ¡Dios hizo lo imposible y esas deudas se pagaron en tan solo 11 meses!
“Pero Gloria” podrías decir, “si me llamo libre de deudas, o sano, cuando el banco y el doctor dicen lo contrario, estaré diciendo cosas contrarias a los hechos naturales. ¡Esencialmente, estaría mintiendo!”
No, no estarías mintiendo. Si declaras por fe la Palabra de Dios, estarás hablando como Dios lo hace. La Biblia dice que Él no puede mentir (Tito 1:2), y que Él «llama las cosas que no existen, como si existieran.» (Romanos 4:17).
¿Recuerdas la historia de Abraham? Dios lo llamó el “padre de muchas naciones” cuando él y su esposa estéril eran viejos y no tenían ni un solo hijo. Después, Dios lo llevó al próximo nivel al instruirle al propio Abraham a hacer lo mismo.
Con seguridad, Abraham obedeció, y fue por ahí llamándose “padre de muchas naciones”. Aun cuando en lo natural todavía no parecía como si él y su esposa pudieran tener hijos, el continuó diciendo lo que Dios decía acerca de la situación: «Además, su fe no flaqueó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (pues ya tenía casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.» (versículos 19-21).
Con razón que el versículo 11 se refiere a Abraham como: «padre de todos los creyentes» ¡Él es nuestro ejemplo de fe! Nosotros recibimos el cumplimiento de las promesas de Dios haciendo exactamente lo mismo. Dejamos de focalizarnos en las circunstancias contrarias y mantenemos nuestros ojos en la Palabra de Dios. Miramos lo que Él dice, en lugar de lo que nuestros síntomas dicen, o lo que el balance del banco dice, y hablamos de acuerdo a Su manera. Como el apóstol Pablo lo dijo en 2 Corintios 4:13: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo con lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos».
Ponte el abrigo
Declarar la Palabra de Dios acerca de nuestra situación —además de perdonar a aquellos que habían pecado en contra nuestra (Marcos 11:25) y caminar en amor (Gálatas 5:6)— nos capacita para adherirnos al proceso de la fe. Hacerlo mantiene el poder de Dios operando en nuestras vidas hasta que experimentamos la plenitud de lo que Él nos ha prometido.
Por otra parte, las palabras de duda o incredulidad provocan lo contrario. Estas interrumpen el proceso de la fe. Nos desconectan de la fuente poder y causan que nuestra fe se atasque.
Esta es la razón por la que es tan difícil ministrarle sanidad a alguien cuando la persona insiste en continuar hablando de la enfermedad en su cuerpo. Ellos no pueden recibir lo que la Palabra dice que les pertenece, porque lo continúan alejando con sus propias palabras. Mientras continúen declarando “enfermedad y dolencias”, realmente no existe manera alguna de hacer que sean sanados sobrenaturalmente.
Es como tratar de ponerle un abrigo a alguien que no coopera. A pesar de que están sintiendo frio, y de que tienes una chaqueta para ayudarlos, no puedes ponérsela porque cada vez que tratas de colocarla sobre sus hombros, ellos los encogen. Si ellos no toman el abrigo y se lo colocan, sin importar lo que hagas, su condición no cambiará.
Lo mismo aplica para nosotros cuando se trata de recibir de parte de Dios. Él nos dijo que podríamos tener cualquier cosa que dijéramos. Así que Él necesita tener nuestras palabras para cambiar las cosas. Si no logra que declaremos palabras llenas de fe, no tendrá herramientas para trabajar en nuestra situación.
Recuerdo una mujer que conocí en una ocasión que había estado enferma durante muchos años. Ella tenía un problema en su sistema inmunológico y hablaba al respecto cada vez que se le presentaba la oportunidad.
En verdad era una persona muy callada, sin embargo, cuando comenzaba a hablar de sus problemas, nada la detenía.
“Mi sistema inmunológico no funciona”, decía. “Tuve una operación y algo salió mal. Mi sistema inmunológico se destruyó y ahora, sin importar qué hagan los doctores, sigo empeorando más y más”.
Esta querida señora era una creyente y amaba al Señor. Así que, cuando me contaba todo esto, también enfatizaba cómo Dios había estado a su lado.
“Obviamente Dios quiere enseñarme algo a través de todo esto”, me dijo, “y ha estado enseñándome fielmente ya por nueve años”.
“¡Nueve años!” le dije. “¿Has estado enferma nueve años? ¿Cuánto tiempo te tomará aprender lo que necesitas aprender?”
Le hice esa pregunta para hacerla pensar. A continuación, le mostré en la Palabra que Dios no estaba detrás de la enfermedad que padecía. Le mostré en las escrituras que la enfermedad es parte de la maldición de la que nosotros, como creyentes, hemos sido redimidos; que Dios nos ha provisto sanidad a través de Jesucristo y que ella simplemente podía creer y recibirla.
Parecía estar feliz de escuchar lo que la Biblia decía, pero, aun así, continuaba hablando de lo enferma que estaba. Fue verdaderamente frustrante. Mientras la escuchaba, me imaginaba que aun Dios mismo quería interrumpirla. Me imaginaba que quería decirle: “¡Deja de hablar de esa enfermedad y debilidad! Comienza a declarar Mi Palabra sobre tu cuerpo. Si tuvieras fe, ¡lo podrías decir, y te obedecería!”
Esto es algo que todos necesitamos escuchar en algunas ocasiones. Todos nosotros, como creyentes, necesitamos recordar por medio de la Palabra de Dios que: «La muerte y la vida están en el poder de la lengua» (Proverbios 18:21, RVA-2015) y que: «con el corazón se cree para alcanzar la justicia» (y todas las BENDICIONES que esto conlleva), «pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación» (Romanos 10:10).
Esa es una ley espiritual y no cambiará. Nosotros tendremos aquello que decimos. Si ponemos la Palabra de Dios en nuestro corazón y la declaramos con nuestra boca, podremos vivir días del cielo en la Tierra (Deuteronomio 11:21).
Jesús ya ha hecho Su parte para que esa vida celestial esté disponible. A través de Su muerte y resurrección, Él recobró para nosotros todo lo que Adán había perdido con la caída. Él llevó nuestras enfermedades y cargó nuestras dolencias (Isaías 53:4). Él se hizo pobre para que nosotros pudiéramos ser ricos (2 Corintios 8:9). Él pagó el precio para que, por medio de la fe, nosotros podamos vivir nuestra vida en victoria (1 Juan 5:4).
Si no estamos caminando en victoria en algún área de nuestra vida, es simplemente por la incredulidad. Es porque no hemos declarado consistentemente la palabra de fe en esa área. La parte de declarar es nuestra responsabilidad. Es la manera en la que nos aferramos a todo lo que nos pertenece en Cristo.
¡Así que, adelante y sigue haciendo tu parte! Aun si pareciera como si nada estuviera pasando, mantente declarando palabras de fe hasta que éstas creen en tu interior una imagen que viene del cielo. Después, continúa declarando esas palabras hasta que esa imagen en tu interior cambie las cosas en el exterior.
¡Adhiérete al proceso! Pronto, la higuera que te ha estado dando problemas, se secará. La montaña de enfermedad y escasez se moverá. Las cosas por las que has creído que recibirás se manifestarán y el resultado de tu fe se hará visible.