Jessie Johnson se levantó del viejo sofá caído en la casa rodante donde vivía desde que había perdido su trabajo.
Se imaginó que el 4 de agosto de 1998 era un día tan bueno para morir como cualquier otro. La ciudad de Denton, Texas, era también un lugar tan bueno como cualquier otro.
Sin hogar. Sin trabajo. Sin esperanza. No podía pensar siquiera en una sola cosa que lo motivara a mantenerse vivo. La onza de cocaína que había ingerido debería hacer el truco.
Tambaleando para salir, se sentó en los escalones de la entrada, mientras su corazón latía como un martillo neumático. Ni la brisa disipó el calor de agosto. Logró aferrarse, empalagoso como perfume barato en una habitación llena de gente. El calor agobiante hacía difícil hasta la respiración. O tal vez, era la cocaína.
“¿Crees en Dios?”
Jessie abrió los ojos contra el sol deslumbrante.
Era la novia de su amigo, quien flotaba también a causa de las drogas.
“Claro”, dijo Jessie, “ese árbol es mi dios. La luna es mi dios. Todo a mi alrededor es mi dios.”
“¡Eso no es Dios!”, insistió ella. “¡Jesucristo es el único camino!”
Ella siguió predicándole a Jesús.
No era un tema que Jessie hubiera querido escuchar. Dios y Jesús no querían nada que ver con él. Por supuesto, eso no era ninguna novedad. ¿Por qué debería importarle a Dios lo que le había sucedido si sus propios padres lo habían odiado tanto como para abusar de él? Si era posible, literalmente, golpear a un niño de manera infernal, él debería haber recibido el título de santo. Había intentado suicidarse dos veces en su infancia. Lo que comenzó su familia, los novios de su hermana habían finalizado. Un miembro de la familia comenzó a darle marihuana cuando tenía 8 años. Quizás se suponía que le aliviara el dolor.
Pero no lo hizo.
Ese mismo año, un vecino lo había llevado a la iglesia. Sentados en un santuario fresco y escuchando una hermosa música, la esperanza había cobrado vida. ¿Podría Dios ayudarlo?
Jessie aún recordaba ese día. El pastor dijo algo como: “¿No sabes que las personas que hacen el mal no van al cielo?” Habló de personas que eran sexualmente inmorales. Codiciosas. Borrachas. Probablemente también habló de las drogas, pero no lo recordaba.
Aun así, el mensaje había sido lo suficientemente claro para la mente de Jessie a sus 8 años.
Estaba condenado al infierno.
Sería mejor acabar de una vez y pagar su deuda.
“Jesús dijo que Él era el camino, la verdad y la vida…”
Su amiga todavía hablaba.
Jessie trató de levantarse, pero algo poderoso lo inmovilizó. Ahora otra voz habló. No era la de ella. Esta voz era fuerte y autoritaria. Sin saberlo, hubiera pensado que era la voz de Dios.
Siéntate, cállate y escucha, o morirás esta noche e irás al infierno.
Un futuro y una esperanza
“Cuando escuché esas palabras”, recuerda Jessie, “me recosté y la escuché hablar. Mientras escuchaba, me puse sobrio. Un rato después, la hija de mi amiga llegó a la casa. Recordé que alguien le había dado una Biblia de estudiante y le pedí que me la dejara ver. Todavía no creía que existiera esperanza alguna de escaparle al infierno, pero me quedé despierto toda la noche leyendo esa Biblia, buscando allí por esas palabras que seguro me condenaban.”
“Horas más tarde, encontré lo que estaba buscando en 1 Corintios 6: 9-10: «¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.» (Nueva Versión Internacional).
“Allí estaba en blanco y negro. Estaba claro: ya estaba condenado. Entonces, vi algo que no sabía que existía. El siguiente versículo decía: «Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.»”
“Me quedé atónito mientras leía y releía ese versículo. Por primera vez en mi vida, supe que no estaba sin esperanza. Abrí el directorio telefónico en la sección de iglesias y encontré en la lista al Templo de Betel. Leí la Biblia por el resto de la noche y me presenté en la iglesia a la mañana siguiente a las 7:15. Cuando alguien llegó, pregunté cuándo habría un servicio. Habría uno esa noche. Pasé todo el día leyendo la Biblia, luego pedí prestado un camión y regresé a la iglesia esa misma noche.”
“Durante la adoración, sentí que algo se apoderaba de mí. Nunca había experimentado algo similar, pero era el amor de Dios. El pastor John Stout se arrodilló frente a mí y me llevó al Señor. Después del servicio, me invitó a comer. Esa noche volví a mi sofá, sabiendo que era una persona diferente.”
Rodeado de Amor
Sin saber qué hacer consigo al día siguiente, Jessie se presentó en la Iglesia. El pastor lo puso a trabajar pintando y haciendo trabajos intermitentes. Invirtió el dinero que ganó al comprar su primera Biblia. Cada día, durante el almuerzo, el pastor le enseñaba acerca del Señor. Cuando la iglesia internacional de la Catedral del Calvario en Fort Worth celebró unos avivamientos, Jessie asistió todas las noches.
“La catedral del Calvario tiene un colegio bíblico”, le explicó el pastor Stout. “Si quieres asistir, pagaré tu matrícula.”
Jessie se inscribió en el programa, se mudó a Fort Worth y compartió un departamento con otro estudiante y su padre. Se unió a la iglesia y se convirtió en miembro del coro. Una mañana, al levantar la vista de su cancionero, notó a una mujer hermosa.
Ella es la que tengo seleccionada para ti.
Jessie buscó consejo sobre la situación y le recomendaron esperar y que experimentara lo que Dios haría. Meses después, en la fiesta de Navidad del coro, la mujer, Shelly, vino como invitada. Se conocieron, y poco después Jessie le propuso matrimonio. En marzo de 1999, se casaron. Tanto Jessie como Shelly se graduaron de la universidad bíblica en el año 2000.
Ese verano hicieron un viaje misionero con la iglesia a Rumania. Mientras ministraban, Jessie y Shelly vieron muchos milagros innegables. Los ojos de los ciegos se abrieron. Los oídos sordos fueron sanados. Una niña en un campamento de gitanos había nacido sorda y muda. Ella nunca había escuchado o hablado. Después de la oración, ella podía escuchar y hablar. Hablaba con fluidez holandés y rumano.
Una familia y una carrera
“En el 2001, mi compañía nos transfirió a Austin”, comenta Jessie. “Mientras estábamos allí, comencé mi propia compañía informática. No tenía suficiente capital y decidí endeudarme por $ 100.000. No quería decepcionar a Shelly, así que seguí tratando de encontrar una manera de solucionar el problema. Cuando me di cuenta de que tendríamos que declararnos en bancarrota, estaba seguro de que Shelly me abandonaría. Siempre esperé que lo hiciera, pero no lo hizo. Ella dijo que le había hecho una promesa a Dios y a mí y que se estaba quedando.”
“Siempre dudé acerca de tener hijos, porque no sabía cómo ser padre. No lo había aprendido en casa. Pero, después de cinco años, tuvimos un hijo: Matthew. Todavía era pequeño cuando mis padres se mudaron a una casa grande en un lote de más de 5 hectáreas. Nos invitaron a mudarnos con ellos para que Shelly y yo pudiéramos volver a estudiar. He trabajado arduo para establecer una mejor relación con ellos a lo largo de los años. Ninguno de los dos conocía al Señor. Entonces, en el 2005, nos mudamos a Arkansas para vivir con ellos.”
“Shelly era una practicante de enfermería y quería convertirse en una enfermera con licencia. Decidí estudiar enfermería también. Me tomó un tiempo, pero ambos nos graduamos como enfermeros. En el 2010, mi madre aceptó al Señor Jesús como su Salvador antes de morir ese mismo año.”
Los años pasaron, mientras Jessie y Shelly forjaban una buena vida para ellos y su hijo Matthew.
En el 2014, Jessie aceptó un trabajo con un buen salario y excelentes beneficios. Aunque había dejado de consumir drogas años atrás, en ocasiones apostaba. Con el tiempo, se obsesionó más y más con el juego.
Una montaña de deudas
En abril de 2016, Shelly se encontró con un correo electrónico eliminado en su computadora que revelaba que se habían gastado casi $ 28.000 de un préstamo estudiantil que había sacado para obtener su maestría. El problema era que ella no lo había usado. Furiosa, levantó el teléfono para llamar a Jessie, que estaba fuera de la ciudad por trabajo. Jessie estaba en el aeropuerto, preparándose para abordar un vuelo de regreso a casa, cuando respondió la llamada.
“Sé lo que hiciste”, comenzó Shelly.
Sin tratar de ocultar el engaño, Jessie le respondió: “Tengo un problema. Hablaremos cuando llegue a casa.”
Shelly revisó todas las cuentas, sumando una a una las deudas. El número era asombroso. Era imposible. No veía escapatoria. No había manera de confiar en Jessie otra vez ni de salvar su matrimonio. El dolor de su traición era abrumador.
Shelly se dio cuenta de que estaba frente a una encrucijada. Si ella se dejaba llevar por la carne, terminarían teniendo que declararse en bancarrota, y probablemente terminar en una corte de divorcio. ¿Debía quedarse, o irse? Percibía el mundo como si se hubiera inclinado sobre su eje.
Con una claridad repentina, ella supo qué hacer. Sacando su chequera, le escribió un cheque a KCM.
“Habíamos escuchado a Kenneth y Gloria de vez en cuando”, comenta Shelly. “Habíamos ofrendado a su ministerio esporádicamente, y sabía que dar en su ministerio era la clave para un milagro. No quise declararme en bancarrota. Quería salir de deudas a la manera de Dios. Parte de la solución fue a través de nuestras ofrendas. Otra parte fue responder a Jessie con el amor de Dios, sin culparlo ni enojándose.”
Necesitaban más que un milagro financiero, comenta Shelly. También necesitaban el poder de Dios para reparar y restaurar lo que rápidamente se había convertido en un matrimonio roto.
“Sabía lo que tenía que hacer para que eso sucediera, pero, para que funcionara, Jessie tenía un gran rol por jugar”, relata Shelly. “No iba a suceder de la noche a la mañana. Este fue un proceso que tuvimos que trabajar. Tomó trabajo. Pero confié en que Dios me ayudaría a aprender a confiar en Jessie nuevamente.”
De regreso a lo básico
“Siempre habíamos diezmado, pero no entendíamos el poder de dar como parte de nuestro pacto. No habíamos entendido el concepto de sembrar semillas. Pero sí sabía esto: cuando escribí ese cheque a KCM, hice un retiro del poder de Dios pidiendo ayuda.”
“Mientras trabajábamos para pagar las deudas, dábamos $25 al mes a KCM. Luego se volvieron $50 y más tarde, $100 mensuales. No solo estábamos dando dinero; también dimos posesiones. Una vez, cuando un pastor necesitaba un refrigerador, le dimos uno en buen estado que teníamos y nos quedamos con el viejo. Dimos ropa a los necesitados. Hicimos del dar un estilo de vida. También nos sumergimos en la Palabra de Dios y nos mantuvimos firmes en las Escrituras.”
“Ambos necesitábamos sanidad, pero sabía que Jessie tenía que experimentar el amor de Dios a través de mí. Aplicábamos un método estructurado de contabilidad, pero a medida que pasaron los meses, Jessie se volvía más y más responsable. Me di cuenta de que estaba indeciso porque durante meses se había estado culpando. El punto de inflexión llegó cuando experimentó un verdadero perdón de mi parte. No creo que pudiera haberse sentido libre hasta antes de ese momento.”
Jessie dio un importante paso por su cuenta. Él fue a la iglesia para recibir oración de sanación. Compartiendo lo que había sufrido de niño, oraron por ese abuso. A pesar de que habían orado por él antes, no era nada tan profundo y completo como había sido ahora. Las cadenas que habían mantenido ese dolor y las conductas adictivas en pie se rompieron.
Lo que cambió el juego
En octubre de 2016, Shelly escuchó un mensaje de Kenneth Copeland y otro de Bill Winston. No había nada específico en ninguno de los mensajes sobre su situación, pero se sintió guiada a pedirle a Jessie que también los escuchara. Lo hizo, y fue cuando todo cambió. A partir de ese momento, él se sumergió en la Palabra y comenzó a aprender a vivir por la fe. Cuanto más tiempo pasaba en la Palabra, más se transformaba con la renovación de su mente. Hubo un cambio radical en él.
“Asistí a un programa llamado Celebrate Recovery”, Jessie recuerda. “Fue un buen programa, pero lo que me liberó fue la Palabra de Dios en grandes dosis. Fue necesario escuchar a Kenneth Copeland, Bill Winston, Creflo Dollar, Jerry Savelle y Jesse Duplantis. Cuanto más escuchaba, más daba. Cuando fui transformado por la Palabra, los cambios comenzaron a manifestarse en nuestras finanzas.”
“Recibí un increíble aumento de sueldo. Shelly asistió a un programa de enfermería profesional y consiguió un nuevo trabajo con un excelente salario. Lo primero que dimos fue nuestro diezmo de cada cheque. Y dimos nuestras posesiones. Papá se había mudado a nuestro barrio y, cuando se mudó a una casa para ancianos, nos dejó mudarnos a su casa. Vendimos nuestra casa e hicimos suficiente dinero para pagar una gran cantidad de deuda.”
En menos de 18 meses, Jessie y Shelly estaban totalmente libres de deudas, y sin hipoteca.
“La deuda nunca volverá a tocar a mi familia”, dice Jessie. “Ha sido derrotada. Sin deudas, y con nuestros buenos salarios, tuvimos que empezar a aprender cómo ser administradores de la riqueza. Una de las mayores bendiciones durante ese tiempo fue que papá le dio su corazón a Jesús. Celebramos con él el 1º de abril de 2018 cuando se fue al cielo, listo para encontrarse con Dios.”
Tras la muerte de su padre, Jessie se enteró de que les había dejado dos casas que tenía. También descubrieron que el padre de Jessie les había dejado una pequeña póliza de seguro. Shelly decidió usar el dinero para comprarle a Jessie algo que había deseado durante la mayor parte de su vida: una motocicleta Harley-Davidson®. Para su sorpresa, el cheque del seguro era el costo exacto de la motocicleta, hasta el último centavo, dijo Shelly.
“Creemos que fue la manera de Dios de decir: ‘Mira, Jessie, realmente te amo’”, explica Shelly.
En los últimos dos años, han recibido 100 veces la semilla sembrada. Se dan cuenta de que lo que el diablo quiso usar para el mal, Dios lo transformó para bien.