A veces, como creyentes, le damos demasiado crédito al diablo.
Suponemos que todos los problemas en nuestras vidas son exclusivamente obra suya. Lo señalamos como la razón por la cual hemos sido tenazmente perseguidos por la enfermedad, o la escasez, u otra cosa negativa, cuando en realidad no es él quien está perpetuando el problema.
¡Son nuestras propias palabras las que han estado trabajando en contra nuestra! Hemos estado abriendo la puerta a esas situaciones malditas por lo que hemos estado diciendo con nuestras propias bocas.
Eso no significa que el diablo no esté involucrado, por supuesto. Él es el ladrón que viene a robar, matar y destruir (Juan 10:10). Pero él no tiene el poder de hacer eso por sí mismo. Jesús lo despojó de ese poder a través de la cruz y la resurrección. Entonces, para que el diablo aplique con éxito su mala voluntad en nuestras vidas, tiene que engañarnos para salirse con la suya. Él tiene que engañarnos para que le permitamos que se apodere de nuestras palabras.
¿Por qué son tan importantes nuestras palabras?
Porque este es un mundo creado por palabras, y sostenido por la palabra: Dios lo creó con palabras (Hebreos 11:3). Jesús lo sostiene por la PALABRA de Su poder (Hebreos 1:3), y declaró en Marcos 11:23-24 que tenemos todo lo que creemos y decimos.
«…Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca cosas malas de su mal tesoro. Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado. Porque por tus palabras serás reivindicado, y por tus palabras serás condenado.» (Mateo 12:34-37).
Mira de nuevo esos versículos. No están diciendo que las cosas buenas y malas te sucedan por casualidad. Tampoco dicen que lo que pasa en tu vida está determinado por el diablo. No; lo que sucede es lo que declaras. Son las palabras que tú hablas, las que salen de tu corazón, las que marcan la diferencia.
No puedes declarar palabras muertas acerca de una situación y esperar que produzcan vida en abundancia. Para experimentar una vida abundante en un área en particular, debes alimentarte de lo que dice la PALABRA de Dios al respecto y hablar eso mismo. Tienes que decir sobre esa área lo que Dios dijo porque «Las palabras… son espíritu y son vida.» (Juan 6:63).
¡Así es como recibes la sanidad en tu cuerpo físico!
Escuchas, crees y dices lo que Dios ya ha dicho al respecto. Meditas en escrituras como Deuteronomio 28:61, que identifican la enfermedad como parte de la maldición; o Gálatas 3:13, que dice que Jesús te redimió de esa maldición; y 1 Pedro 2:24, que dice que por sus llagas fuiste sanado. Mantienes esos versículos a la vista, en tus oídos y en medio de tu corazón, hasta que salgan de tu boca sin siquiera tener que pensarlo.
“Pero el hermano Copeland, eso requiere de gran esfuerzo.”
Sí, pero vale la pena, porque, para bien o para mal, siempre estarás creyendo y declarando algo. Si lo que hablas no es la PALABRA de Dios, serán las mentiras del diablo. Y si dices lo que dice el diablo, cavarás tu propia tumba con tu boca.
El Salmo 19:14 dice: «Tú, Señor, eres mi roca y mi redentor; ¡agrádate de mis palabras y de mis pensamientos!» No es agradable para Dios que medites y estés de acuerdo con lo que el diablo dice y hace. Eso produce muerte, y la muerte no es agradable para Dios. Él no quiere que hables maldición sobre ti y tu familia. «La muerte y la vida están en el poder de la lengua». (Proverbios 18:21), por lo tanto, Él quiere que pongas LA BENDICIÓN en tu boca. Él quiere que «elijas la vida, para que tú y tu descendencia puedan vivir» (Deuteronomio 30:19, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Heredando un Patrimonio de Palabras
Observa que Dios dijo que tus palabras no solo te afectan a ti, sino que también afectan a tus descendientes. Traerán vida o muerte a tu familia.
De allí viene la expresión “maldición generacional”. Es una forma inexacta de explicar lo que sucede cuando los miembros de la familia declaran la misma maldición sobre sí mismos una y otra vez. Es alguien en la línea familiar abriéndole la puerta al enemigo y luego usando palabras para transmitir los resultados de esa obra demoníaca a sus hijos y nietos.
Mientras más se transmitan esas declaraciones, más se integrarán en la mentalidad y el vocabulario de la familia. A medida que más penetran, más poderosas se vuelven.
La mayoría de los creyentes no se dan cuenta de esta verdad, pero podemos “edificar” cosas en el espíritu el tiempo suficiente como para cambiar nuestros cuerpos físicos. Puedes creer y repetir la maldición de la enfermedad, o la adicción, o lo que sea, hasta que te dañe genéticamente, y ese daño termine siendo transmitido a través de tu árbol genealógico. En lo natural se le llama herencia, pero su origen fue en el ámbito del espíritu por alguien que creía y declaraba palabras llenas de muerte.
¿Se puede detener este tipo de maldición en una familia una vez que se ha iniciado?
Claro que se puede. Lo he visto demostrado una y otra vez.
Uno de mis ejemplos favoritos es lo que sucedió en la vida de mi buen amigo Jimmy Hester. Él y yo solíamos montar motocicletas juntos. Un día entré en una tienda y lo vi sentado en el mostrador, hablando por teléfono, con una gran sonrisa en la cara. Me hizo un gesto y, después de que terminó su conversación, me dijo que había estado hablando con su médico.
“Kenneth, acabo de tener un control”, me dijo. “Hoy es mi 60º cumpleaños y el médico me dijo que tengo el corazón de un joven de 16.”
Sabía que él había tenido problemas cardíacos en el pasado, así que entendí de inmediato que era un informe milagroso, pero ese día me compartió los detalles. Por generaciones, los hombres en su familia habían muerto entre los 40 o 50 años a causa de problemas cardíacos. Se lo habían recordado repetidas veces desde que era un niño. “Jimmy”, le decía su madre, “debes tener cuidado. Tu abuelo sufría del corazón, tu papá sufría del corazón, así que tú también sufrirás del corazón.”
Dicho y hecho, cuando cumplió sus 50 años, se convirtió en realidad. El corazón de Jimmy comenzó a provocar serios problemas. Alguien que sabía lo que había pasado lo llevó a una de las reuniones de oración de mi madre el lunes por la noche, y justo antes de orar por él, lo miró a los ojos y le dijo: “Dime la verdad acerca de esto.”
“Bueno”, respondió, “mi abuelo murió del corazón, mi padre murió del corazón, y ahora estoy enfermo del corazón.”
Insatisfecha con la respuesta, mi mamá lo intentó de nuevo. “¡No!”, le dijo. “¡Dime la verdad al respecto!”
“Señora, ¡sólo le dije la verdad!”, respondió Jimmy. “Mi abuelo murió del corazón, mi padre murió del corazón, y ahora estoy enfermo del corazón.”
“Kenneth, en ese momento estaba enojado”, me confesó más tarde Jimmy. “Yo no sabía lo que ella quería que le respondiera. Pero ella finalmente se respondió a sí misma. ‘Isaías 53 es la verdad sobre esto’, gritó. ‘¡Por las llagas de Jesús estás sano!’ Luego ella impuso con fuerza sus manos en los laterales de mi cabeza y echó fuera esa condición diabólica.”
“¡Salí de su casa como un hombre nuevo! Rompí esa maldición, y hoy es mi cumpleaños número 60, ¡y tengo el corazón de un adolescente!”
Sé aquel que acaba con la maldición
“Sí”, podrías decir, “pero nuestra familia tiene un problema diferente. Estamos genéticamente predispuestos a desarrollar cáncer.”
¡No, cállate ahora mismo! Sé aquel que acabe con esa maldición sacándola de tu boca y reemplazándola con LA BENDICIÓN. Comienza a cambiar esa situación en tu familia aplicando la sabiduría del Salmo 91:1-3, que dice: «El que habita en el lugar secreto del Altísimo se mantendrá estable y bajo la sombra del Omnipotente [Cuyo poder no puede soportar ningún enemigo]. Diré del Señor, Él es mi Refugio y mi Fortaleza, mi Dios; en Él me inclino y confío, ¡y en Él confío [con confianza]! Porque [entonces] Él nos librará del lazo del cazador y de la pestilencia mortal.» (Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Lee esos versículos nuevamente y une las dos frases en negrita. ¿Qué te dicen? Te dicen que cuando dices que Dios es tu Refugio y Fortaleza, entonces Él te librará.
Cuando lo dices y lo crees, entonces lo hará.
¡ENTONCES… ÉL… LO HARÁ!
“Pero esa promesa sólo me cubre a mí, hermano Copeland. No dice nada acerca de mis descendientes.”
Quizás no, pero Isaías 54 sí lo hace. Dice: «Yo, el Señor, enseñaré a todos tus hijos, y su paz se verá multiplicada. Tu adorno será la justicia. Y no tendrás nada que temer porque la opresión se alejará de ti, y nunca más se te volverá a acercar… No saldrá victoriosa ninguna arma que se forje contra ti. Y tú condenarás a toda lengua que en el juicio se levante contra ti. Ésta es la herencia de los siervos del Señor. Su salvación viene de mí. Yo, el Señor, lo he dicho.» (versículos 13-14, 17).
Deberías estar citando esos versículos sobre tus hijos todo el tiempo. Cuando todos los demás están hablando de ataques terroristas y tiroteos escolares, deberías estar diciéndoles a tus hijos y nietos, “No te preocupes, cariño. Dios dijo que el terror ni siquiera se te acercará. Dios dijo que disfrutarás de una gran paz”.
La palabra hebrea traducida como paz significa “estar completo, sin daño e intacto, sin nada perdido y sin nada roto. Significa ser BENDECIDO en cada área de la vida: espíritu, alma, cuerpo, financiera y socialmente”. ¡Habla sobre un maravilloso legado familiar! La paz en su máxima expresión nos pertenece a cada uno de nosotros en Cristo Jesús.
Sin embargo, si vamos a caminar en esa verdad, debemos creerla y declararla. Tenemos que condenar todo lo negativo e incrédulo que el diablo intente imponernos y decir, como lo hace el Salmo 103: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila.» (versículos 2-5).
Ese salmo no está hablando de comida cuando dice que Dios satisface tu boca con cosas buenas. Está hablando de palabras. Está diciendo que podemos poner palabras de Dios en nuestras bocas que renovarán nuestra juventud.
¡El trato comienza a ponerse realmente bueno cuando has estado aquí tanto tiempo como yo! Pero no te aconsejo que esperes hasta que tengas más de 80 para involucrar a Dios. Aunque es mejor tarde que nunca, es aconsejable participar del programa de renovación de la juventud más temprano en la vida.
El SEÑOR me dijo eso hace muchos años cuando estaba orando por mi madre. Ella había tenido dificultades con angina de pecho y un corazón agrandado, y la habíamos ingresado al hospital de la “Ciudad de la Fe” en Tulsa, Oklahoma. Estaba sentada al lado de su cama, orando en el espíritu y diciendo: “Creo que recibo Su sanidad”, cuando de repente oí al SEÑOR hablarme en mi interior. Ella no necesita sanidad, dijo.
Sorprendido, di un brinco y le pregunté qué quería decir.
¿Notaste lo rápido que fue sanada de la neumonía que la atacó y la infección en su mano, después de orar por ella? La falta de sanidad no es el problema, dijo. Luego me dijo que abriera mi Biblia en el Salmo 103 y me señaló lo que dice acerca de que nuestra juventud se renueve como la del águila. Ella debería haber estado creyendo por eso, y tú también deberías, me dijo. Ahora, el problema es que su cuerpo físico está completamente desgastado.
“¿Puedo creer que su juventud se renueve ahora?”, le pregunté.
Ciertamente, todo es posible para el que cree, me dijo. Pero mi voluntad en esto es que mis hijos lo crean todo el tiempo.
A esas alturas en la vida de mi madre, ella ya había vivido mucho más de lo que los médicos habían predicho. Le habían dicho desde que era una adolescente que no viviría otros 10 años. Sin embargo, ella había establecido su fe en vivir hasta los 70, y lo había logrado. Después, ella entró en declive, pero cuando le impuse las manos esa noche en el hospital y declaré la renovación de su cuerpo, ella comenzó a mejorar. ¡Le dieron el alta en el hospital y ella vivió hasta los 77!
Después de que ella fuera al cielo, me adherí a la fórmula. Seguí creyendo y diciendo que mi juventud se renueva como la del águila. Ahora, a los 81 años, estoy en mejor forma física de lo que he estado en años y estoy viviendo el mejor momento de mi vida.
¡Puedes hacer lo mismo y obtener los mismos resultados! Si logras que tus palabras trabajen para ti y no en tu contra, no sólo puedes recibir la sanidad y la renovación de la juventud, sino que puedes cambiar cualquier situación de maldición en tu vida.
“La lengua de los sabios es medicina… Del fruto de su boca el hombre comerá el bien… Del fruto de su boca el hombre comerá el bien…” (Proverbios 12:18, 13:2, 15:4 RVA-2015). Entonces, deja de repetir lo que el diablo está diciendo. Di lo que Dios dice acerca de ti. ¡Pon LA BENDICIÓN en tu boca, y vive al máximo!