Ronnie Morgan estaba sentado, encorvado en una silla del juzgado, a la espera de presentarse ante el juez y escuchar la sentencia. El aspecto definido de su rostro y la mirada endurecida de sus ojos desmentían su edad.
Acababa de cumplir 16 años.
Las drogas que había ingerido para aumentar su autoestima hicieron poco para controlar la ira que hervía bajo la superficie.
Lo cierto es que Ronnie tenía más motivos para enojarse que el adolescente promedio. El mayor en un hogar de abusos constantes, Ronnie siempre había sido el chivo expiatorio, culpado y golpeado por cualquier cosa. La verdad simplemente era irrelevante.
En casa, su padrastro lo había perseguido con un cuchillo de carnicero. En el colegio, lo habían intimidado y molestado por sus cicatrices de aspecto malvado que tenía en la espalda y sus brazos, resultado de graves quemaduras.
“¡Pollo quemado!”, se burlaban los niños. Sólo pensar en esas palabras hacían que Ronnie sudara con furia.
A sus tiernos 12 años, Ronnie había entablado amistad con el grupo equivocado. Se quedaron despiertos toda la noche fumando marihuana, inhalando ácido, tomando hongos alucinógenos y píldoras. Estaba volando tan alto como una cometa cuando robó un auto. Por supuesto, él no sabía cómo conducir, y lo arrestaron después de infringir un semáforo en rojo.
Fue condenado a un año en la cárcel juvenil Mount Meigs. Sin embargo, Ronnie había aterrizado en una fiesta interminable de consumo de drogas donde familiares de niños ricos traían sacos llenos de las mismas.
Aproximadamente un año más tarde, se había graduado en el uso de las drogas y ahora robaba para mantener su adicción. Su madre y su padrastro lo enviaron a vivir con su padre, a quien nunca había conocido. Él tenía un año de vida cuando se cayó al agua hirviendo y sufrió quemaduras de gravedad. Después, su madre había abandonado a su padre y se había mudado a Alabama para vivir con sus padres.
Cuando Ronnie y su padre llegaron a casa un día, sus zapatos del colegio habían desaparecido. “¡Vendiste los zapatos!”, lo acusó su padre. “No señor”, respondió Ronnie. “No lo hice. Alguien debe haberlos robado. No vendí esos zapatos.”
Su papá le dio una golpiza y Ronnie se escapó de la casa.
Un día a sus 14 años, Ronnie y su primo se detuvieron en una tienda 7-Eleven® para comprar un refresco. Cuando salían, el empleado les profirió insultos raciales, gritando la palabra “Negro” y un “¡Salgan de aquí!” Ronnie y su amigo se marcharon, pero pronto habían regresado a la tienda, donde golpearon al empleado y robaron dinero de la caja registradora antes de huir.
Ahora, dos años después de ser arrestado y condenado, Ronnie finalmente había sido sentenciado. Él no negó haber cometido el crimen. Lo que lo enfurecía era el hecho de haber estado encarcelado desde el momento de su arresto, a la edad de 14 años. Las autoridades lo habían mantenido en la cárcel desde entonces, sin juicio, a la espera (según sospechaba), de que cumpliera 16 para poder juzgarlo como adulto.
En la sala del tribunal, Ronnie le gritó al juez. “¡Ya deme los 20 años! ¡Estoy cansado de Usted!” El juez dejó caer su martillo. “¡Que sean veinte!”
Cumpliendo una condena difícil
“Fui sentenciado a cumplir mi condena en el correccional Draper, en la ciudad de Elmore, Alabama”, explica Ronnie. “Era un lugar horrible.” Tenía 16 años y era atractivo, lo que significaba que casi seguro sería violado. Todos los tipos que entraron conmigo fueron violados o asesinados, o ambas cosas.”
“Me convertí en un musulmán negro sólo por protección. Todos sabían que, si te metías con un musulmán negro, te metías con todos. Aun así, todavía estaba en peligro constante. Había lugares en la prisión donde los hombres quedaban atrapados, eran violados o asesinados. Las amenazas y el peligro nunca acababan. Recibí mensajes como: ‘Vamos por ti.’ Fue muy difícil. No tenía a nadie afuera. Sin cartas ni visitantes. Todo lo que tenía era el islam.”
“Los musulmanes negros me enseñaron muchas buenas lecciones de vida, las cuales necesitaba: cosas como la importancia de la higiene personal y el buen vestir. Nos enseñaron a respetarnos a nosotros mismos. Los musulmanes negros no usan drogas, pero eso no me hizo dejarlas. Durante mi tercer año, me atraparon usándolas. Fui transferido a una prisión más grande en la ciudad de Mobile, Alabama. Allí me convertí en un imam, es decir, un líder musulmán negro. Cometí un error casi fatal cuando le compré drogas a crédito a un asesino pandillero. Escribí a mi familia pidiéndoles dinero, pero no me enviaron ni un centavo.”
Una noche, Ronnie vio al pandillero y a otros dos hombres deslizarse en una celda cercana. Llevaban guantes y tenían cuchillas de carnicero atadas a sus manos. Ronnie observó con horror cómo los tres reclusos en esa celda fueron destrozados como animales sacrificados. Los asesinos dejaron allí la lista de los que seguían.
Su nombre figuraba en ella.
Fugitivo
Cuando se cumplieron cinco años de su sentencia de 20, Ronnie escapó mientras participaba en un programa de oportunidades laborales para reclusos. Continuaría huyendo durante los próximos seis años, ocho meses y 28 días.
Por un tiempo vivió en el sótano de su primo, quien era un predicador Bautista. Fue allí donde Ronnie descubrió y comenzó a leer libros de la biblioteca de su pariente. Entre ellos había tres libros de E.W. Kenyon: Los acontecimientos de la Cruz al Trono, El Padre y Su familia y El Hombre Oculto del Corazón. (What Happened from the Cross to the Throne, The Father and His Family and The Hidden Man of the Heart.)
Mientras tomaba notas, había algo en esas páginas que llamó la atención de Ronnie. ¿Era Jesús el Hijo de Dios?, se preguntó. A Ronnie nunca se le había ocurrido que el Dios del hombre blanco podría ser real. Ahora, sospechaba que era verdad.
Unos años más adelante, Ronnie entabló una relación con una mujer cristiana. La única forma en que podía pasar tiempo con ella era en la iglesia. Aunque sus motivos no tenían nada que ver con Dios, cada vez escuchaba más acerca de Jesús.
“Hay algo acerca de ti”, le había dicho a Ronnie. “Dios tiene su mano sobre ti.”
Nunca nadie había visto la mano de Dios en la vida de Ronnie.
“Yo era un hombre duro”, comenta Ronnie. “Un día frío y nevado, estaba conduciendo con otro hombre cuando fuimos emboscados. No me di cuenta de que me habían disparado hasta que salté del automóvil e intenté escapar. El hombre que nos tendió la trampa había venido para acabar con mi vida.”
“Mi vida pasó frente a mis ojos en un instante. Me veía a mí mismo como un niño pequeño. Las escenas de mi vida pasaron muy rápido. Dos palabras brotaron desde lo más profundo, y grité: ‘¡Jesús, ayúdame!’ Luego, me desmayé.”
“Me desperté y vi a un policía parado frente a mí. Me metieron en la cárcel y me acusaron de robo a mano armada e intento de asesinato. Mi brazo estaba fracturado en dos lugares y estaba esposado. Me acosté en la celda sumido en dolor. No había medicamentos, ni ayuda. Entonces, vi una luz brillante que entró a mi celda y luego me tocó. Cada rastro de dolor se fue y ya no regresó. Al día siguiente, todos los cargos en mi contra fueron retirados, y me dejaron en libertad.”
De la muerte a la vida
Ronnie sabía que Dios había intervenido en su vida, pero todavía sufría de adicción a las drogas. Estacionó su camioneta y se inyectó. Esta vez, tuvo una sobredosis.
Ronnie podía sentirse deslizándose hacia un lugar muy oscuro, uno más oscuro que cualquier otro en la Tierra. Mientras más bajo viajaba, más oscuro se volvía. Nunca le había tenido miedo a ningún hombre, pero siempre le había tenido miedo a la oscuridad. El negro que lo rodeaba ahora era aterrador. De repente, recordó algo que había escuchado: “Si invocas el Nombre de Jesús, serás salvo.” Incapaz de emitir palabras, Ronnie gritó en lo más profundo de su corazón: ¡Jesús, ayúdame!
Ronnie sintió que se deslizaba hacia la luz. Cuando volvió en sí en su camioneta, tenía una aguja en el brazo. Condujo a su casa atemorizado por la experiencia. Aun así, todavía era adicto a las drogas.
“Un día estaba debajo de un árbol cortando drogas”, recuerda Ronnie. “Un viento sopló entre las hojas y escuché estas palabras: Debes elegir entre Mí y lo que hay en ese plato. Me asusté tanto que me fui y volví a la licorería donde hacía mis negocios. Estaba vendiendo drogas en el territorio de otra persona, y el hombre a cargo del área quería reunirse conmigo. Era un hermoso día de junio. Simplemente hermoso. Pero tuve la sensación de que algo estaba mal.”
Ronnie le dijo a su novia, Gwendolyn, que se fuera a su casa y que no lo acompañara ese día.
“La llevé a su casa y luego volví a la licorería”, recuerda Ronnie. “Cuando llegué, bloquearon mi automóvil y me arrinconaron. El miedo me impactó tan fuerte que me temblaron las rodillas. Sabía que estaba muerto. No había salida posible.”
“De repente, todo se puso negro afuera. Cayó un rayo y el trueno pareció estremecer al mundo. Todos se distrajeron, y escuché esa voz otra vez, diciéndome: ¡Sal de aquí, ahora mismo!”
Ronnie corrió hacia la tormenta y escapó.
Un hombre nuevo
Cuando regresó a casa, se quitó los collares de oro y escondió la droga debajo de la cama. Se encerró en un armario, cayó de rodillas y se arrepintió, agradeciéndole a Dios por haberlo salvado. La luz del armario estaba apagada, pero el pequeño espacio se iluminó como el sol del mediodía. Los colores, que Ronnie nunca había visto antes, lo eclipsaron y lo cubrieron desde la cabeza hasta los pies. Podía sentir los colores arremolinándose sobre él y corriendo a través de él.
Gwendolyn abrió la puerta del armario y encendió la luz.
“¿Qué está pasando?”, preguntó ella.
“Dios acaba de salvarme”, le dijo Ronnie.
“Cuando salí de ese armario, hablé en un idioma que no reconocía”, recuerda Ronnie.
“Ahora sé que estaba orando en el espíritu. Oré de esa manera durante dos semanas. Mi adicción a las drogas había desaparecido. Nunca he sido el mismo.”
Al día siguiente, Ronnie subió a su automóvil y encendió la radio. En cada canal que probó, Ronnie no obtuvo nada más que estática, excepto uno solo.
“Sé quién eres”, escuchó Ronnie a través de la voz de un hombre.
Luego le contó a Ronnie sobre su vida.
“Dios te está diciendo qué hacer; hazlo”, dijo finalmente la voz en la radio.
“Sabía exactamente lo que Dios me estaba pidiendo que hiciera”, recuerda Ronnie.
“Quería que me entregara. Siempre había pensado que era muy extraño que, cuando fui arrestado, no se habían dado cuenta de que había escapado de la prisión.”
“Fui a la estación de policía y les dije que había escapado y que quería entregarme, pero me echaron”, nos dice Ronnie. “Fui a casa y traté de predicar, pero, aunque tenía el celo, no sabía nada de la Biblia. Todos pensaban que estaba loco, excepto Gwen. Ella me creyó y fue salva. Volví a la estación de policía por segunda vez, pero todavía no aparecía en la computadora.”
“Escapé el 13 de febrero de 1979”, les dijo Ronnie a las autoridades.
“Está drogado”, dijo uno de los oficiales.
“No, no lo estoy. Fui salvo y Dios quiere que me entregue.”
Aun así, la policía lo rechazó y Ronnie se fue a casa.
Tiempo después, Ronnie intentó por tercera vez entregarse a las autoridades. Esta vez, sus registros aparecieron. Fue arrestado y enviado a prisión.
De nuevo en la cárcel
“Me enviaron de vuelta a prisión en Alabama”, recuerda Ronnie. “En lugar de encerrarme en la zona común, me golpearon, me desnudaron, me esposaron y me arrastraron desnudo hasta el pabellón mental. Todo el tiempo, escuché violines y trompetas, música como nunca antes había conocido. El baño de mi celda se había tapado y desbordado, pero a nadie le importaba. Las heces flotaban en el agua estancada y cubrían la cama. No había lugar para pararse, sentarse o dormir.”
“Cuando oraba y hablaba de Dios, me decían que me callara. Cuando intentaron hacerme renunciar a Jesús, todo el lugar se estremeció y las cañerías se sacudieron.”
“Sentía cosas que se arrastraban sobre mí y me mordían. Hablé con el capellán al respecto; sin embargo, él me miró como si estuviera loco. No sabía mucho, pero sabía que esos eran espíritus inmundos que salieron de mí cuando nací de nuevo. ¡Querían volver a mi cuerpo! Me mordieron y atormentaron, tratando de recuperar el control. No tenía idea de qué hacer. No sabía nada de la Biblia. No tenía idea de que tenía autoridad sobre ellos. No me permitieron asistir a los servicios de la iglesia, y me dijeron que nunca saldría.”
Un día, Ronnie escuchó una voz familiar en un televisor cercano y la identificó como la del hombre que le había hablado por la radio.
“Pregunté quién era, y me dijeron que se llamaba Kenneth Copeland”, Ronnie comenta.
Prestándole atención a la Palabra de Dios
Con el tiempo, Ronnie fue trasladado a la zona común y más tarde a una prisión estatal, donde pudo ver la transmisión La Voz de Victoria del Creyente y escuchar al hermano Copeland. El primer libro que le dieron en prisión fue: El Corazón Establecido (The Established Heart), de Jerry Savelle. Entonces, alguien le dio un libro de Kenneth Hagin. Mientras leía esos libros y miraba al hermano Copeland en la televisión, Ronnie comenzó a aprender sobre su autoridad como creyente y cómo vivir por fe. Pasó los siguientes cinco años estudiando la Palabra de Dios y aprendiendo a vivir por fe.
“Serví cinco años y me dejaron salir en libertad”, recuerda Ronnie. “Cuando salí de la cárcel, era un hombre diferente. Gwen, ahora nacida de nuevo, había vuelto a la escuela y se había convertido en una enfermera. Después de mi liberación, nos casamos.”
“Nos hicimos colaboradores de KCM y formamos un ministerio bajo el pastor Bill Winston. Llamé a guardias y capellanes para informarles que había comenzado un ministerio en la prisión. Predico fe y gracia, y Dios está transformando vidas.”
“He estado fuera de prisión durante 29 años. Si no fuera por KCM, no sería el hombre que soy hoy. Debido a que estoy conectado con ellos, recibo una visión y una revelación que de otro modo no tendría. Ellos me enseñaron a vivir. Kenneth Copeland es mi padre espiritual.”
Algún tiempo después de haber comenzado su ministerio en la prisión, Ronnie escuchó a los miembros de su familia mientras hablaban.
“Entonces, no era Benjamín después de todo”, dijo uno de ellos.
“No, seguro que no. Fue Ronnie todo el tiempo”, respondió otro.
¿Qué significaba eso? Ronnie se preguntó.
“No sabía mucho sobre la familia de mi padre”, explica Ronnie. “Aprendí que era mitad Cherokee. El nombre de mi padre era Benjamín. Sus padres, mis abuelos, predicaban el evangelio y comenzaron una iglesia en Alabama. Aparentemente, durante años, mi abuela oró para que su hijo, Benjamín, respondiera el llamado a predicar.”
“Él nunca lo hizo, pero la familia de mi padre entendió que sus oraciones me habían alcanzado. Nunca sabrás, de este lado del cielo, la dimensión del poder de tus oraciones en las generaciones futuras. Hagas lo que hagas, nunca te des por vencido con tus hijos pródigos.”