Con el poder de Dios fluyendo como un río, y con la disponibilidad en aumento de ministros que imponen sus manos sobre los enfermos, si necesitas una reunión de sanidad ahora mismo, estoy segura de que podrás encontrarla. El único interrogante es: cuando llegues allí, ¿estás seguro de estar listo para recibirla?
Sabes, puedes estarlo. No se supone que llegues a la reunión con interrogantes, esperando ver qué sucede. Puedes llegar en fe, con la firmeza en tu corazón de que sanarás. Puedes tener la certeza, aun antes de que el hombre o la mujer de Dios te impongan sus manos, de que en el momento en que él o ella te toquen, ¡la unción de Dios fluirá!
Piensa cómo fue que la gente del Nuevo Testamento llegaba para ser ministrada por Jesús y verás lo que quiero decir. Literalmente, multitudes fueron a Sus reuniones esperando ser sanadas‒y lo fueron. Cuando ellos se acercaban a Él en fe, Jesús nunca dejó que nadie se fuera sufriendo las mismas enfermedades y dolencias. Él nunca le dijo a nadie que la voluntad de Dios era no sanarlo… o que necesitaba esperar un tiempo, porque Dios estaba usando la enfermedad para enseñarle algo. ¡Todo lo contrario! Jesús era famoso por sanar a todo aquel que se le acercara‒sin importar quién o cuán pecador fuera.
De hecho, Su voluntad y Unción eran tan reconocidas, que en algunas partes las multitudes no solamente venían a recibir para ellos, sino que también traían a cada persona que estuviera dispuesta a acompañarlos.
Marcos 6:55-56 nos dice: «Y a medida que recorrían todos los alrededores, en cuanto sabían donde estaba Jesús comenzaron a llevar de todas partes enfermos en sus lechos. Dondequiera que él entraba, ya fueran aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto. ¡Y todos los que lo tocaban quedaban sanos!»
“Pero, Gloria,” podrías decir, “esa era otra época. Esas personas tenían a Jesús en medio de ellos, ministrándolos en carne y hueso”.
Sí, así era. Sin embargo, de manera similar, tú también lo tienes.
Cuando vas a una reunión de sanidad, Jesús está allí presente en la forma de ese hombre o mujer de Dios que Él ha enviado a ministrarte como Su representante. Su Espíritu está presente en y sobre ellos. Ellos son Sus embajadores, imponiendo sus manos sobre ti en Su Nombre.
Si los respetas y los recibes de la misma manera que lo respetas y lo recibes a Él, le abrirás absolutamente la puerta al poder de Dios y serás liberado. Podrás conectarte por medio de la fe a la Unción de Jesús.
¿Qué sucederá cuando hagas esa conexión?
Lo mismo que le sucedió a la mujer de Marcos 5. Probablemente recuerdas su historia. Ella padecía de una enfermedad que la Biblia denomina como: «hemorragias». Por espacio de 12 largos años había gastado todo su dinero yendo a doctores, pero ellos no habían podido ayudarla y se había quedado sin dinero, y sin esperanza.
Después, sea como fuere, oyó acerca de Jesús. Escuchó que Él estaba ungido por Dios y que la gente se sanaba en Sus reuniones. Repentinamente, la fe surgió en su corazón y dijo: «Si alcanzo a tocar, aunque sea su manto, me sanaré».
Físicamente, ella no estaba en condiciones de salir de su casa. Según la ley judía, ella podía ser apedreada por mostrarse en un lugar público. Sin embargo, ella se levantó de su cama y salió. Ella no decidió que estaba muy enferma como para ir a la reunión de sanidad. ¡Ella entendió que, si estás enfermo, ese es el lugar al que necesitas ir!
Cuando llegó al lugar en el que Jesús ministraba, se encontraba rodeada de muchas personas. Sin embargo, estaba determinada a acercársele, así que se abrió paso entre la gente. Una vez que se acercó lo suficiente, tocó su manto y:
«…su hemorragia se detuvo, por lo que sintió en su cuerpo que había quedado sana de esa enfermedad. Jesús se dio cuenta enseguida de que de él había salido poder. Pero se volvió a la multitud y preguntó: «¿Quién ha tocado mis vestidos?» Sus discípulos le dijeron: «Estás viendo que la multitud te apretuja, y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”» Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién había hecho eso. Entonces la mujer, que sabía lo que en ella había ocurrido, con temor y temblor se acercó y, arrodillándose delante de él, le dijo toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, por tu fe has sido sanada. Ve en paz, y queda sana de tu enfermedad». (versículos 29-34).
Para que el poder fluya, necesitas conectarte
Mira nuevamente lo que Jesús le dijo a la mujer: «Hija, por tu fe has sido sanada». Él no le dijo: “Mi fe te ha sanado”. No le dijo que había sido sanada porque Dios vio su necesidad y lo movió a ministrarla de una manera especial. No; Jesús ni siquiera supo que ella estaba presente entre la multitud, sino hasta que ella se conectó con Su unción. ¡Él no la vio sino hasta después de que fue sana!
Ahí tenemos una lección que aprender. Cuando vas a donde un hombre o mujer de Dios para ser ministrado, lo que suceda allí no solamente depende de ellos. También depende de ti. Puedes conectarte con la unción (atraerla), o puedes, por el contario, rechazarla. Puedes ser un receptor, o no.
Esto es algo que he notado cuando ministro en la Escuela de Sanidad. Mientras impongo mis manos sobre la gente, percibo a las distintas personas de manera diferente. Es un poco difícil de explicar, pero algunas personas, cuando los toco, lucen muy rígidas. Es como si estuvieran duras y no quisieran recibir.
No sé por qué están así. Probablemente están asustados o llenos de dudas. Sin embargo, sin importar cuál sea la razón, no están abiertos a permitir que la Unción del Espíritu Santo fluya a sus cuerpos. Así que cuando los toco, aunque la presencia de la Unción del Espíritu Santo está allí presente, nada sucede. No se hace una conexión.
Para entenderlo, piensa cómo funciona la electricidad. Está disponible en cada uno de los enchufes de tu casa, pero no produce ningún efecto hasta que algo se conecte en estos enchufes. Es decir, no se produce poder alguno hasta que se establece una conexión eléctrica.
Lo mismo ocurre con la Unción de Dios. La Unción fluye como la electricidad, y al igual que esta última, está siempre disponible. Sin embargo, no funcionará hasta que alguien no se conecte a ella por medio de la fe.
El hermano Kenneth E. Hagin fue la primer persona a la que escuché predicarlo. Él fue el ministro que nos enseñó a Ken y a mí la palabra de fe en los comienzos de nuestro ministerio. Él nació con un corazón deforme y con una enfermedad sanguínea incurable. Cuando era un adolecente pasó 16 meses en una cama, agonizando.
En ese momento de su vida nadie le había dicho que Dios lo sanaría. Los predicadores que lo visitaban no lo sabían. Ellos tan solo trataban de consolarlo diciéndole: “Hijo, se paciente, pronto se acabará”. Después iban a la otra habitación y empezaban a hablarle a su familia acerca del funeral.
Sin embargo, un día mientras el hermano Hagin estaba en cama leyendo Su Biblia, vio en Marcos 11:22-24 que Jesús dijo: «Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá».
¡Estas sí que fueron buenas noticias para el enfermizo hermano Hagin! Y respondió a estas noticias de la misma manera que la mujer del flujo de sangre. Lo creyó, lo dijo, y lo hizo. Él sacó su cuerpo inválido de la cama, se conectó por medio de la fe con la Unción de Dios, y fue sanado.
Años después, cuando escuchaba al hermano Hagin contar esa misma historia, reconocía como él siempre enfatizaba el hecho de que el poder de Dios estuvo siempre disponible para sanarlo todo los días de esos 16 meses en cama. Pero nada sucedió hasta que él se conectó con ese poder por medio de la fe.
Abre el paso
Lo mismo es cierto para ti. Tienes que hacer la conexión de fe para beneficiarte de la unción que está disponible para ti a través de Jesús. Sin embargo, tú tienes una ventaja sobre el hermano Hagin. Cuando él estaba muriendo siendo un adolescente, no tenía disponible ninguna reunión de sanidad a la cual asistir. Él no tenía ningún ministro que estuviera dispuesto a orar por él e imponerle las manos en el Nombre de Jesús.
¡Tú los tienes!
Por supuesto, como la mujer del flujo de sangre, deberás abrirte el paso para llegar a esas reuniones y recibir de parte de esos ministros. Es posible que debas abrirte el paso entre una multitud de reportes negativos de parte de los doctores, o abrirte el paso entre los años que fuiste enseñado que la sanidad no es la voluntad de Dios para ti. Si no has vivido para Dios como deberías, es posible que tengas que abrirte el paso a través de los sentimientos de indignidad y condenación.
Pero, puedes hacerlo. ¡Si solamente crees, puedes atravesar esos obstáculos y recibir de Jesús cualquier y cada cosa que necesites!
“Bueno”, podrías decir, “a mí me gustaría que Jesús fuera el que me impusiera las manos. Él podría sanarme aun así yo no creyera”.
No… de hecho, Él no podría.
Lo puedes estudiar al leer lo que sucedió con la gente de Su ciudad, en Nazaret. Él no pudo demostrarles el poder de Dios. Cuando les dijo que estaba Ungido se ofendieron (“¿Quién se cree que es?”, se decían entre ellos. “Conocemos a toda su familia. ¡Él no es especial!”) y se rehusaron a respetarlo y a recibir de Su parte.
Ya que ellos no lo recibieron, no pudieron recibir el poder del Padre que estaba en Él y sobre Él. «Y Jesús no pudo realizar allí ningún milagro» (Marcos 6:5).
Sucedió antes… Puede suceder ahora
Vemos el mismo principio operando en el ministerio de los discípulos. Cuando ellos fueron a una ciudad a predicar en el Nombre de Jesús, si los recibían con respeto, podían sanar al enfermo. De lo contrario, tenían que irse y ministrar en otro lugar. Como Jesús les dijo cuándo los envió: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mateo 10:40).
Nada de esto cambió después de que Jesús completó Su ministerio terrenal y ascendió al cielo. El principio sigue siendo el mismo: de acuerdo al libro de los Hechos, cuando los apóstoles y los discípulos de la iglesia primitiva ministraban en el Nombre de Jesús, la gente que los recibía, los respetaba y respetaba el Nombre de Jesús, podía conectarse con la Unción de Dios como si Jesús estuviera allí. Aquellos que no lo hacían, no podían.
Por esta razón el ministerio de Pedro era tan poderoso. La gente lo consideraba como un representante del Señor y le respondían de la misma manera que le hubieran respondido a Jesús.
«Y en sus camas y lechos sacaban a los enfermos a la calle, para que al pasar Pedro por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. Aun de las ciudades vecinas venían muchos a Jerusalén, y traían a sus enfermos y a los atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados» (Hechos 5:15-16).
Es posible que te preguntes: ¿Podría suceder lo mismo hoy en día?
¡Ciertamente sí! ¡Y sucede! El Señor me habló al corazón al respecto hace varios años. Él me dijo cuándo empecé a aprender acerca de la sanidad que si en la iglesia de hoy en día empezáramos a recibir los ministros de Jesús de la misma manera en la que recibiríamos a Jesús, eso liberaría Su poder en medio de nosotros en un nivel completamente nuevo. Entraríamos a unos de los movimientos de sanidad más grandes que alguna vez hayamos visto.
Aun así ese gran mover de la sanidad ya ha comenzado; hagamos entonces lo que sea necesario para que continúe avanzando. Olvidemos las tradiciones religiosas acerca de no darle honra a ningún hombre. Y antes de ir a cualquier reunión de sanidad en cualquier lugar o momento, aprendamos a orar:
Padre Celestial, quiero que sepas que recibo y respeto a los hombres y mujeres de Dios que me has enviado. Creo que Tu poder reposa en ellos y sobre ellos y que Tú obrarás a través de ellos. Cuando me impongan las manos en el Nombre Jesús, espero recibir de la mima manera que si Él estuviera imponiéndome las manos. Eso es lo que Jesús dijo que sucedería, y como la mujer con el flujo de sangre—que sanó—lo creo, lo digo, y actúo conforme a esa verdad. Cuando el ministro de Dios me toque, ¡SERÉ SANO(A)!