Todas las personas se emocionan con los milagros, las señales y los prodigios. ¡Especialmente los creyentes llenos del Espíritu! Cuando nos reunimos y alguien empieza a predicar acerca de las manifestaciones del poder de Dios y el derramamiento de Su gloria en
la iglesia, siempre respondemos con mucho entusiasmo. Nos ponemos tan felices que prácticamente tumbamos el techo a los gritos diciendo: “Alabado sea el Señor” y “¡Amén!”.
Sin embargo, con el correr del tiempo, he notado que no siempre recibimos las mismas reacciones en los mensajes acerca de la santidad. Cuando alguien empieza a predicar al respecto y a citar versículos como Hebreos 12:1, que dice: «liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia», algunas veces nos quedamos en silencio. Nuestros gritos y amenes tienden a disminuir.
Pero no debería ser así.
La santidad debería hacernos gritar: “¡Aleluya!” Deberíamos estar emocionados cuando Dios empieza a hablarnos al respecto, porque significa que quiere manifestar más de Su poder a través de nosotros. La razón es que Él quiere que estemos listos paran hacer más señales, prodigios y milagros. Su deseo es elevarnos para que seamos la clase de iglesia que describió en Efesios 5:27: «… una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante».
¡La santidad y el derramamiento de la gloria de Dios están conectadas! La Biblia lo revela una y otra vez. Cuando las personas están caminando correctamente delante de Dios, Él puede manifestar Su gloria a través de ellos en medidas que incrementan todo el tiempo. Sin embargo, cuando están caminando en desobediencia y tienen pecado en sus vidas, tiene que mantener el poder en forma limitada. Si así no lo fuera, este poder puede tener un efecto negativo, como lo hizo en Hechos 5 con Ananías y Safira.
Por esta razón el Nuevo Testamento dice: «Que se aparte de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo». En una casa grande hay no sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, quien se limpia de estas cosas será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra» (2 Timoteo 2:19-21).
Algunos cristianos creen que depende de Dios si se convierten en utensilios de honra. Piensan que Él escoge a algunas personas para que sean vasijas de oro de la gloria de Dios y otras para que sean simplemente vasijas de barro. Sin embargo, de acuerdo a las escrituras, la decisión depende de nosotros. Si nos preparamos escogiendo apartarnos de la iniquidad, Dios puede usarnos para “toda obra buena”.
No sé lo que tú pienses, pero yo quiero estar preparada en esta hora. Estos son los últimos de los últimos tiempos. Dios se está moviendo de maneras nunca antes vistas y yo quiero participar. Cuando El Maestro se proponga a demostrar Su poder en alguna situación, quiero que pueda hacerlo a través mío.
Podrías decir: “Gloria, yo también quiero lo mismo, sin embargo, no sé si puedo vivir esa clase de vida santa a la que Dios nos está llamando en este momento”.
¡Ciertamente puedes!
Ser santo no significa que nunca cometes errores. Simplemente significa que cuando te equivocas de alguna manera y no cumples la voluntad de Dios, te arrepientes y haces la cosas bien. Sigues las instrucciones de 1 Juan 1:9. Vas ante la presencia de Dios, confiesas tus pecados, recibes Su perdón y le permites lavarte con la Sangre de Jesús.
Si caes nuevamente en el pecado, repites el proceso. Aún si tienes que repetirlo cada 30 segundos, sigues haciéndolo. Eventualmente, si continúas arrepintiéndote de ese pecado cada vez que surge, dejarás de caer en él.
Fue así como dejé de preocuparme hace muchos años, cuando empecé mi caminar con Dios. Descubrí en la Palabra que estaba mal hacerlo y me arrepentí. Cada vez que descubría lo que estaba haciendo, me arrepentía de nuevo y sacaba la preocupación de mi mente. Debido a que crecí en una familia que tenía todo tipo de preocupaciones, la preocupación estaba bastante arraigada a la costumbre; así que por un tiempo parecía que me estaba arrepintiendo cada cinco minutos. Pero me mantuve haciéndolo y no mucho tiempo después fui libre de la preocupación.
Hoy en día todavía uso la misma estrategia. Cada vez que Dios me corrige a través de Su Palabra escrita, o por un susurro del Espíritu, me arrepiento rápidamente. Hago los cambios necesarios de forma inmediata. Pueda que al comienzo no todo sea perfecto, pero me mantengo firme en Dios hasta que por Su gracia y poder, logro hacer el ajuste necesario.
Un templo móvil del Espíritu Santo
¡Puedes hacer lo mismo en tu vida!
¿Cómo? Por el poder del Espíritu Santo. Él vive en tu interior tal como vive en mi interior y en cada creyente nacido de nuevo. Y como Romanos 8:11 dice: «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús vive en ustedes, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que vive en ustedes».
¡Ser el lugar en el que vive el Espíritu Santo es maravilloso! En el Antiguo Testamento, el lugar donde el Espíritu Santo habitaba era el lugar más santo de toda la Tierra. Estaba tan lleno de la presencia y el poder de Dios que solamente el Sumo Sacerdote podía entrar y sobrevivir. En el Nuevo Testamento, ese lugar santo está localizado en el interior de las personas de Dios nacidas de nuevo. Todo el tiempo tenemos Su poder y presencia en nuestro interior. Piénsalo. ¡Eres el templo móvil del Espíritu Santo! El Espíritu de Santidad en sí mismo vive en ti. Él resucitó a Jesús de la muerte y puede resucitarte a ti también. Él puede resucitar tu cuerpo mortal y equiparte para que vivas en dominio sobre el pecado y cualquier cosa que el diablo trate de poner en ti. Él puede darte el poder para que vivas en el exterior como eres en el interior—para que camines en el espíritu y no en la carne.
Tú también quieres que Él lo haga, porque como Romanos 8:13 dice: «porque si ustedes viven en conformidad con la carne, morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán». Nota que, de acuerdo a ese versículo, la única manera en la que realmente podemos vivir es cooperando con el Espíritu Santo en sacrificar los deseos de la carne. Cuando lo hacemos, es cuando empezamos a vivir de la mejor manera con Dios.
¡Te puedes olvidar de lo que dice el mundo acerca de cuál es la mejor manera de vivir! Están totalmente equivocados. Lo consideran equivalente al pecado y a la gratificación personal. El diablo los ha engañado para que crean que la santidad es aburrida. Pero, ¡no es así!
Para los que somos nacidos de nuevo, vivir una vida santa es vivir el cielo en la Tierra. La santidad es una expresión de nuestra verdadera identidad espiritual y una parte de nuestro destino glorioso. Es algo que podemos perseguir con total confianza y gran gozo porque, como Romanos 8 dice: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
No tengo dudas de que las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros» (versículos 16-18).
Podrías decir: “Pero, Gloria, no estoy segura que pueda manejar todas las aflicciones a las que hacen referencia esos versículos. ¿Qué clase de sufrimientos son?”
Simplemente son los sufrimientos que experimenta nuestra carne cuando sacrificamos nuestros deseos pecaminosos. Son los sufrimientos de los que Jesús estaba hablando cuando dijo: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23).
Este es el sufrimiento que nosotros, como creyentes, estamos llamados a vivir. ¡Estamos llamados a crucificar la carne! No a morir literalmente en una cruz cada día, sino a dejar de lado el pecado y los malos deseos. A caminar en el espíritu y negarnos el lujo de complacer las inclinaciones desobedientes de nuestros cuerpos de carne y hueso.
La razón por la que esto incluye sufrimiento es porque vivimos en un mundo que va en sentido contrario, constantemente sometido al diablo y magnificando el pecado, empujando a la gente continuamente a gratificar sus deseos y a vivir para complacer cada cosa que desean. Como creyentes, si vamos a caminar en el espíritu y vivir en santidad, tenemos que nadar contra la corriente. O sea que consistentemente tenemos que resistir la presión que está a nuestro alrededor.
Es tu decisión: ¿A quién servirás?
Me gusta lo que el apóstol Pedro escribió al respecto en 1 Pedro 4. Él dijo:
«Puesto que Cristo sufrió por nosotros en su cuerpo, también ustedes deben adoptar esa misma actitud, porque quien sufre en su cuerpo pone fin al pecado, para que el tiempo que le queda de vida en este mundo lo viva conforme a la voluntad de Dios y no conforme a los deseos humanos. Al contrario, alégrense de ser partícipes de los sufrimientos de Cristo, para que también se alegren grandemente cuando la gloria de Cristo se revele. ¡Bienaventurados ustedes, cuando sean insultados por causa del nombre de Cristo! ¡Sobre ustedes reposa el glorioso Espíritu de Dios!»
Mira nuevamente los dos últimos versículos. ¿Puedes ver cómo conectan la gloria de Dios con los sufrimientos asociados al someter nuestra carne? A través de todo el Nuevo Testamento los encontrarás siempre juntos.
Simplemente es de esa manera. No puedes servir a tu carne y a Jesús al mismo tiempo. Tienes que hacer una decisión: ¿A quién servirás?
Jesús dijo: «Si alguno me sirve, sígame; donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará» (Juan 12:26). Así que escoge servir a Jesús. Conviértete en una vasija de honra, poniendo Sus intereses antes que los tuyos. Mantén tu carne dominada, para que puedas estar totalmente preparado para participar en el derramamiento glorioso del poder de Dios que está sucediendo en este tiempo.
Podrías decir: “Es que tú no entiendes lo difícil que es para mí, mi carne realmente es muy testaruda”.
No te preocupes: tu carne testaruda puede ser entrenada. Puede aprender a discernir entre el bien y el mal, (Hebreos 5:14). Si has pasado muchos años practicando hacer lo incorrecto, es posible que sea difícil por algún tiempo; no te preocupes por eso. Mientras más camines en el espíritu, más se alineará.
¡Esta es una de las cosas maravillosas de ser un creyente del Nuevo Testamento! No tienes que focalizarte en pelear y luchar contra tu carne todo el tiempo. En su lugar, puedes mantener tus sentidos fijos en caminar en el espíritu. Puedes enfocarte en relacionarte con Dios en Su Palabra y en oración. Puedes ponerte como objetivo presentar tu cuerpo: «como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente» (Romanos 12:1-2).
Cuando eres transformado por la renovación de tu mente, aún tu cuerpo físico será afectado. Este empieza a desarrollar buenas costumbres. Puede llegar hasta el momento en que irradia el poder de Dios. Eso fue lo que le pasó a Jesús en el Monte de la Transfiguración. La Gloria de Dios en Su espíritu irradió en Él con tal fuerza, que Su rostro resplandecía como el sol y su ropa lucía tan blanca como la luz.
Por supuesto que no estoy sugiriendo que caminarás las 24 horas del día como un ser incandescente. Aun el mismo Jesús no lo hizo. La mayoría de las veces la Gloria de Dios fluyó a través de Él de otras maneras, frecuentemente en la forma de sanidad. Por ejemplo, en Marcos 5:28-29, el poder sanador de Dios permeó Su cuerpo de tal manera que la mujer con el flujo de sangre tan solo lo alcanzó por fe y tocó el borde de su manto y fue instantáneamente sanada.
Algo parecido ocurrió en el ministerio de Pedro en el libro de Hechos. El poder de Dios irradió desde él de tal manera que aún su sombra sanaba a las personas.
¿Pueden esa clase de milagros ocurrir a través de los creyentes como tú y yo en el 2016?
Sí, ¡claro que sí! Jesús dijo: «Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura.» Jesús se refería al Espíritu que recibirían los que creyeran en Él» (Juan 7:38-39).
El mismo Espíritu Santo que estaba en Jesús—el mismo Espíritu Santo que estaba en Pedro—es el mismo Espíritu Santo que vive en nuestro interior. Cuando cooperamos con Él y quitamos los estorbos de Su camino, Su poder puede fluir a través de nuestros cuerpos físicos como electricidad. Sus ríos de agua viva pueden ministrarnos, no solamente a nosotros, sino también a otras personas.
¡Por esta razón Dios nos habla acerca de la santidad! Él quiere manifestar Su presencia completamente en este tiempo. Él quiere revelar Su gloria en nosotros y hacer cosas por nosotros y a través de nosotros que hará que los pecadores en todo el mundo caigan rendidos delante de Él y sean salvos.
¡A eso es lo que yo llamo algo emocionante! No existe nada que pueda equipararse en lo más mínimo a lo que Dios tiene en Su mente para nosotros en esta época. Así que metámonos de lleno en Su programa. ¡Crezcamos para llegar a ser la iglesia gloriosa más santa y feliz que este planeta haya visto alguna vez!