Llevo piloteando aviones 52 años. Durante todo ese tiempo, he desarrollado una habilidad especial a tal punto, que ahora se ha vuelto parte de mi naturaleza: he aprendido a estar atento y escuchar las indicaciones del controlador de tráfico aéreo para mi, sin importar lo que esté sucediendo a mi alrededor.
Quizá eso te parezca muy fácil. Sin embargo, no siempre es tan sencillo como parece. En áreas donde el tráfico aéreo es muy congestionado, se escuchan varias voces e instrucciones en la radio, como por ejemplo: “American 451, vire a la izquierda… ascienda y manténgase a 5.000”, “Delta 23, vire a la derecha… descienda y manténgase a 8.000”.
Para aquellos que no entienden de aviación, esto suena confuso y desordenado. No obstante, como piloto no le presto atención a esas indicaciones. ¿Por qué? Porque estoy esperando por otras.
Estoy a la expectativa de mis indicaciones. Cuando el controlador dice: “62 Juliette, vire a la izquierda y dirígase con rumbo 3-5-4”, contesto de inmediato porque está hablándome a mí. Yo respondo: “Si señor, 62 Juliette virando a la izquierda con rumbo 3-5-4”.
Durante mis casi 50 años de ministerio, he aprendido que debo hacer lo mismo con respecto a la voz de Dios. Si estoy dispuesto a seguir las instrucciones que Él nos da en Proverbios 4:20: («Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones»), debo estar en constante sintonía con lo que Él está diciendo. Debo atender continuamente a sus palabras. En la vida diaria, como en la cabina del avión, no siempre es fácil. Escuchas el bullicio de muchas voces. Sin embargo, he decidido firmemente que no voy a permitir que eso me distraiga, pues la única voz que en realidad necesito escuchar, es la voz de Dios. Sólo Sus palabras pueden darme una vida en abundancia, mantenerme caminando en LA BENDICIÓN, y llevarme hacia donde necesito ir.
Jesús lo dijo en Juan 6:63: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida».
¡La vida misma de Dios está en Su PALABRA!
Si eres salvo, eres una prueba viviente de esa verdad; has sido «…renacido, no de simiente (semilla) corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre»
(1 Pedro 1:23).
La PALABRA es la base de todo el reino de Dios. Es la clave para todos Sus sistemas y procedimientos. Jesús no dejó lugar a dudas. Durante Su ministerio terrenal, cuando las personas le preguntaban cómo hacía obras milagrosas tan poderosas, Él les indicó una y otra vez el poder de la PALABRA de Dios.
Él no dijo: “Yo puedo hacer lo que quiero porque Soy el Mesías, y tengo un poder sobrenatural especial”. Tampoco dijo: “Yo puedo obrar milagros cuando quiera, pues Soy Dios manifestado en la carne”. Por el contrario Jesús dijo entre otras cosas, lo siguiente:
› «No puedo yo hacer nada por mí mismo…» (Juan 5:30) (Él no dijo: “No lo haré”, sino «No puedo…»).
› «[El Padre] que me envió es verdadero; y yo, hablo al mundo aquello que he oído [de parte de Él]» (Juan 8:26).
› «…nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo» (Juan 8:28).
› «…Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras» (Juan 14:10).
¡Ése era el proceso que respaldó la vida y el ministerio de Jesús! Primero que nada, prestaba atención y escuchaba las palabras de Dios. Luego, en fe, hablaba y actuaba en base a esas palabras, y el Padre que habitaba en Él las hacía una realidad.
Por esa razón, Jesús consiguió siempre resultados en un 100 por ciento. Él nunca dijo o hizo lo que Él quería. Jesús lo demostró en el estanque de Betesda. Cuando caminó hacia el estanque, encontró una multitud de enfermos alrededor. Jesús amaba a todos, y seguramente deseaba sanar a cada uno de ellos. Sin embargo, caminó en medio de la multitud y le habló a un solo hombre.
«…le dijo: ¿Quieres ser sano?… Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo…». (Juan 5:6, 8-9).
Por años los cristianos han leído esa historia, preguntándose por qué Jesús no sanó a todos los que estaban en ese lugar. Y la respuesta es muy sencilla: Porque no pudo hacerlo.
Jesús podía hacer sólo lo que veía a Su Padre hacer, y decir sólo lo que escuchaba a Su Padre decir. Jesús lo escuchaba, hablaba y actuaba de acuerdo con Sus palabras, y el Padre hacía la obra.
El Hombre más libre en la Tierra
Ése era el secreto de todo el éxito de Jesús. Y también es el secreto de nuestro éxito, pues como Sus discípulos, deberíamos obrar de la misma forma que Él obró. Jesús dijo en Juan 8:31-32: «…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Jesús fue el Hombre más libre que caminó sobre la faz de la Tierra. Él no tenía ningún tipo de atadura –no estaba atado al diablo ni a ninguna de sus obras, y tampoco a las fuerzas naturales de este mundo perdido–. Él tenía toda la libertad de realizar cualquier cosa que Dios deseara que hiciera, sin que nada lo detuviera pues Él permanecía en la PALABRA de Su Padre.
Y eso mismo es cierto para nosotros. Si escuchamos las palabras que Jesús nos dice en cada situación, y elegimos hablar y actuar de acuerdo a Sus palabras, la misma verdad que hizo libre a Jesús, ¡nos hará también asi de libres a nosotros!
Quizas digas: “Pero hermano Copeland, tengo un problema. Me parece que no escucho la voz de Dios”.
¿Por qué no la escuchas? ¿Acaso no has nacido de nuevo?
“Claro que sí. Soy salvo desde hace muchos años”.
Entonces tu problema ya está resuelto, porque Jesús dijo en Juan 10:27: «Mis ovejas oyen mi voz…».
“Hermano Copeland, yo sé que Él dijo eso; pero Dios no me está hablando”.
¡Por supuesto que sí lo está haciendo! Él no es un Padre ausente. Él está hablando todo el tiempo. Está hablándote a través de la Biblia, la cual es Su PALABRA escrita. Está hablándote por medio de Su Espíritu Santo, y está cumpliendo la promesa que Jesús hizo en Juan 16: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber» (versículos 13-15).
Si crees que Jesús decía la verdad en esos versículos, entonces puedes llegar sólo a una conclusión. Si alguien ya fue salvo, significa que tiene al Espíritu Santo viviendo dentro él; y si a pesar de eso sigue sin escuchar la voz de Dios, ¡entonces el problema es que alguien no está escuchando!
Pero alabado sea Dios, ahora puedes decidir de no ser ese alguien. Puedes cambiar esto por medio de la fe, y declarar: “Jesús está hablándome, y tengo oídos para escucharlo porque soy Su oveja”.
Una vez tomada esa decisión, y al sintonizar lo que el SEÑOR está diciéndote, podrás activar el proceso del Reino como Jesús lo hizo. Escucharás de Jesús lo mismo que Él escuchaba del Padre, y hablarás esas palabras con fe. Entonces, el Padre hará las obras, y lo que Jesús les dijo a Sus discípulos en Juan 14:12-13 se hará una realidad en tu vida: «De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo».
Ten cuidado con el diablo y su “película”
Quiero advertirte que el diablo llegará de manera inmediata a robar la PALABRA. Aunque él no puede detener el proceso del Reino (pues es una operación celestial, y no puede cambiarse; así como Dios, es el mismo ayer, hoy y por siempre), lo que hará es tratar de tergiversar ese proceso para usarlo a su favor. Tratará de robarte las palabras que Dios te ha dicho, y las reemplazará con sus palabras.
Con lo cual, en lugar de ser Dios el que obre en tu vida, será el diablo quien lo haga.
Jesús explicó cómo sucede exactamente esto en Marcos 4:14-15: «El sembrador es el que siembra la palabra. Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones».
Es muy probable que ya conozcas por experiencia este tipo de robo, así que ya sabes cómo funciona. Comienzas pasando tiempo en la PALABRA y escuchando lo que Dios está diciendo acerca de tu identidad en Cristo Jesús. Estás creyendo y repitiendo Su PALABRA, y viendo cómo Dios se mueve en tu vida. Y después, el diablo comienza con su “película”. Empieza recordándote alguna ofensa que alguien dijo en contra tuya. Y te susurra: “¿Puedes creer lo que dijo de ti?”. Cuando menos te das cuenta, estás pensando y diciendo lo que dijeron de ti, en lugar de lo que Dios está diciendo.
Lo mismo puede pasar en el área de la sanidad. Quizá escuches la voz del SEÑOR hablándote a través de 1 Pedro 2:24 «…por cuya herida fuisteis sanados». Pones fielmente esa PALABRA frente a tus ojos, en tu oídos y en tu boca, creyendo que es medicina para todo tu cuerpo (Proverbios 4:22).
Sigues bien por un tiempo, pero comienzas a sentir síntomas de la enfermedad, y se aparece el diablo con su película, ofreciéndote diferentes “escenas” alternativas que contradicen la PALABRA. Lo primero que te presenta es la imagen de un infarto.
Te dice: “¿Crees que te dará un infarto?”.
Tú le contestas: “¡No! No tendré ningún infarto. ¡Soy sano!”
Entonces, te cambia la imagen.
Y te dice: “¿Qué tal un cáncer de pulmón? ¿Crees que te dará cáncer de pulmón?”.
“¡No!”.
“Bueno, ¿y la enfermedad que tenía tu tía María? Al fin y al cabo tienes algunos de los mismos síntomas que ella tenía”.
Con eso te pones a pensar: ¡Mi tía María murió de esa enfermedad! Quizá debería preocuparme por eso. Pero luego, reaccionas y declaras: “No, diablo, eso es ridículo. ¡Soy sano!”.
No obstante, al final el diablo aparece con una alternativa que él sabe que estás dispuesto a considerar: la gripe.
Y tu dices: “Sí, creo que eso es. Estoy contagiándome con la gripe”.
Y al declarar esas palabras, en lugar de confesar la PALABRA de Dios, el diablo podrá hacer su trabajo —el mismo proceso, diferentes palabras—. Pero tu puedes optar por no recibir lo que el dice. Puedes apegarte a la PALABRA de Dios y recibir sanidad en su lugar.
La decisión es tuya.
¿Qué dirás?
“Bueno hermano Copeland, pienso que eso es ser extremista. No podemos elegir cuándo estaremos enfermos o cuándo estaremos sanos”.
Por supuesto que sí, Dios dijo que podíamos. Él dijo en Deuteronomio 30:19: «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia».
La enfermedad es parte de la maldición. La salud es parte de LA BENDICIÓN. Podemos optar por cualquiera de ellas. Dios espera que escojamos la vida y la BENDICIÓN, pero la decisión final es nuestra. Somos nosotros quienes elegimos.
Y ¿cómo tomamos esa elección?
Con nuestras palabras.
Esogemos la maldición al escuchar y decir lo que el diablo, nuestra carne y este mundo nos dicen. Y elegimos LA BENDICIÓN, cuando escuchamos y declaramos las mismas palabras de Dios, tales como: Gracias Señor, por bendecir nuestro pan y nuestra agua, y por quitar la enfermedad en medio de nosotros (Éxodo 23:25). Gracias por darnos Tu PALABRA de sanidad. ¡Recibo mi sanidad y declaro que mi casa y yo somos sanos!”.
Eso hizo mi familia en Navidad hace algunos años, cuando mi nieta de 11 años fue diagnosticada con meningitis cerebroespinal. Nosotros escogimos la vida. No dijimos: “¡Oh Dios! ¡Lyndsey está enferma de gravedad! ¡Tememos que muera antes que amanezca!”. Aún cuando los médicos nos decían eso, nosotros no pusimos esas palabras en nuestra boca. En su lugar, escuchamos por las palabras de Dios.
Nunca olvidaré ese día. Gloria y yo estábamos lejos de casa cuando recibimos la llamada donde nos informaban lo que estaba sucediendo, y de inmediato le pedimos dirección al SEÑOR. Le pedimos específicamente que Él nos mostrara qué hacer y qué decir. Y en el transcurso del vuelo de regreso a Fort Worth, escuché Su voz.
Él me dijo: Kenneth, en cuanto veas a Lyndsey, pon tu dedo índice derecho sobre su esternón y háblale a la unción que está dentro de ella. Ordénale que se levante y que eche esa enfermedad fuera su cuerpo.
Cuando llegamos al hospital, Gloria y yo nos pusimos los trajes de protección requeridos, y caminamos hacia el cuarto en donde Lyndsey había permanecido acostada y delirando por más de 12 horas. Al entrar, declaré sobre ella exactamente lo que el SEÑOR me había instruido. Y en efecto, Él hizo la obra. Lyndsey —quien no había dicho nada coherente en todo el día— de repente apretó sus dientes y declaró: «Abuelo, estoy sana en el nombre de Jesús».
Eso sucedió a media noche. Cuando los médicos llegaron por la mañana, Lyndsey se encontraba perfectamente bien.
Quizá preguntes: “¿Pero hermano Copeland, qué sucede si busco al SEÑOR en una situación como esa, y Su PALABRA no me llega?”.
Sí llegará, pues siempre lo hace. Jesús prometió en Mateo 7:7 que llegará: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá».
Cree en esa verdad y sintoniza Su voz. Escucha las palabras que Él está hablando así como un piloto escucha por su llamada. Y cuando lo escuches, respóndele de inmediato. Di y haz lo que Él te pida, y aterrizarás seguro en LA BENDICIÓN todo el tiempo.