Anna Byrd cantaba mientras sacaba carne asada del horno. Levantando la tapa, el delicioso aroma de la carne, las zanahorias y las papas asadas impregnaron el aire, al tiempo que se mezclaban con la melodía. Continuó cantando mientras arreglaba la mesa y servía hielo en los vasos. Escuchó un ruido y se detuvo; al darse la vuelta vio a su esposo Chad sonriéndole, recostado contra el marco de la puerta.
“Sabes, tus padres me lo advirtieron”, le dijo a manera de saludo.
“¿Qué fue lo que te advirtieron?”
“Acerca de ti, que aun cuando eras una niña, jamás estabas en silencio. Me advirtieron que siempre estabas cantando. Aun así, vivo asombrado de cuánto cantas. ¿Te das cuenta mientras lo haces?”
“No siempre”, admitió Anna encogiéndose de hombros. “Tan solo canto; es lo que hago. Ya hablamos suficiente de mí. ¿Cómo estuvo tu día? Cuéntame mientras cenamos. Todo está listo”.
Después de cenar, Chad le ayudó a limpiar la cocina, previo a sentarse en el sofá con la guitarra. Después de un largo día en Lockheed Martin construyendo aviones de combate, se desenchufaba con la música. Mientras Chad tocaba, Anna cantaba. Haciendo una pausa entre canciones, miró a su esposa y le formuló esa pregunta que ardía en su mente.
“¿Qué has escrito últimamente?”
Las canciones que brotaban constantemente de Anna se habían disipado como globos que han sido desatados. Desinflada, le ofreció a Chad la misma expresión de ojos abiertos que usaba desde niña. En muchos sentidos, ella todavía se sentía como esa pequeña inmigrante de habla rusa. De carácter fuerte, siempre se había vestido con ropa tan vieja y pasada de moda que se destacaba entre una multitud. Con un inglés a medias, siempre le decía a cualquiera que quisiera escucharla: “Yo canto para Dios”.
Era cierto. Lo hacía.
Ella le cantaba a Dios desde el momento en que se despertaba cada mañana hasta que el sueño le ganaba por la noche.
“Tú mismo lo dijiste”, respondió Anna. “Canto todo el tiempo”.
“Claro que lo haces. Pero, ¿qué has escrito?”
“He estado muy ocupada para escribir”, respondió Anna, alejándose para doblar la ropa limpia.
La verdad era que, como Anna bien lo sabía, su carrera de cantante estaba paralizada. Como una estrella infantil cuya carrera se acaba al alcanzar la edad adulta, Anna Byrd no tenía ni la más remota idea de qué hacer con su vida.
Crisis de identidad
“A pesar de haberme criado en la iglesia, todavía luchaba con una crisis de identidad”, recuerda Anna. “Nací en Ucrania, en la ciudad de Odesa, y el ruso era mi primer idioma. Era una entre cinco hijos en una familia cristiana. Mi papá siempre quiso hacer trabajo de misionero, así que cantó y viajó hasta que el Señor le dijo que se mudaran a los Estados Unidos. Nos patrocinó una familia en Missouri, así que mis padres vendieron la mayoría de sus pertenencias y nos mudamos allí cuando yo tenía 2 años. Mi papá trabajaba en un restaurante chino y le pagaban el salario mínimo”.
“Para 1992, mi papá estaba siguiendo a Kenneth Hagin y había empezado a hacer algunas traducciones para Kenneth Copeland. El hermano Copeland quería que hiciera más, así que ese año nos mudamos a Fort Worth. Mi papá nos enseñó la palabra de fe y orábamos juntos como familia todas las mañanas. Él nos hacía exámenes durante la semana y nos daba diez centavos por cada respuesta correcta. En la casa, mi papá sólo nos permitía hablar en ruso, porque quería que fuéramos bilingües”.
Destapando el regalo
“Yo tenía 5 años cuando empecé a asistir a la Iglesia Eagle Mountain International (EMIC por sus siglas en inglés). Allí estaba yo, con mi acento ruso, un moño grande y en mi ropa vieja. Cuando era pequeña no me daba cuenta que éramos pobres. Sólo sabía que éramos distintos. Mis padres hicieron un buen trabajo haciéndonos sentir que teníamos todo lo que necesitábamos—simplemente nunca encajé”.
Al comienzo, la música y el canto formaron gran parte en la vida de toda la familia, nos relata Anna.
“Siempre supe que tenía un llamado a la música; sin embargo, me sentía inadecuada, insegura y fuera de lugar”, confiesa. “Sin embargo, fue la Academia Superkids la que cambió mi vida. De manera alguna, los Comandantes de la Academia, Dana y Linda Johnson, vieron más allá de mis miedos e inseguridades y descubrieron mis dones”.
La Academia Superkids era como el país de las maravillas para Anna. Los miércoles por la noche, Anna y sus hermanos asistían al entrenamiento de cadetes. Yendo de estación en estación, Anna aprendió los principios por los que viviría toda su vida. Aprendió acerca de Dios, cómo alabarlo y cómo entrar a Su presencia. También aprendió acerca del corazón de Jesús. Anna y los otros niños tenían la oportunidad de poner en práctica lo que aprendían.
Cuando alcanzó la edad de 10 años, Anna estaba liderando la alabanza en la iglesia de niños. Estaba mortificada por ser el foco de atención, pero también impresionada por la oportunidad que le habían ofrecido. La pequeña niña glorificaba a Dios a través de la alabanza. No importaba si se equivocaba de nota. Lo que le importaba a los Comandantes Dana y Linda era que entraban a la presencia de Dios. Importaba que ellos confiaban en el Espíritu Santo, y no en su carne.
Cuando Anna tenía 11 años, el comandante Dana le pidió a ella y a su hermana, y a otras dos hermanas, que grabaran un disco. En los años siguientes, Las Niñas, como se las conocía, hicieron cuatro grabaciones.
“Cantábamos en las conferencias y convenciones por todos los Estados Unidos, desde la Convención de Creyentes de la costa Oeste en Anaheim, California, hasta la Convención de los Creyentes del Suroeste en Fort Worth”, recuerda Anna. “Liderábamos la alabanza y le enseñábamos a los niños. Yo todavía tenía un acento ruso muy fuerte, sin embargo, no lo notaba. También luchaba con una gran vergüenza por mi peso y una baja autoestima. Mi inseguridad me hacía preguntarme si yo no era más que una voz. ¿No era buena para nada más? ¿Quién era yo?
“Le rogué a mis padres que me pagaran lecciones de canto, pero costaban $100 la hora y ellos no tenían ese dinero. Así que oré y le pedí a Dios que hiciera lo que Él hace mejor: que me enseñara”.
Vinculándose al pasado
El sol brillaba contra un cielo color zafiro, mientras el avión se deslizaba por encima del Mar Negro. A sus 12 años, Anna miraba por la ventana mientras sobrevolaban la ciudad de Yalta. Pasando un nudo en la garganta, se preparó para aterrizar en Ucrania—la primera visita a su tierra natal desde que la familia había emigrado a los EE.UU.
Yalta, una ciudad turística en la costa sur de la Península de Crimea, estaba ubicada en la costa del Mar Negro, a unos 800 Km de distancia de su lugar de nacimiento, Odesa.
Aún con el cansancio del vuelo, Anna salió del aeropuerto y sintió una poderosa conexión con su tierra natal. Dondequiera que se daba vuelta, la gente hablaba ruso, y lo sentía como un bálsamo para su alma.
Dana y Linda habían escogido a Anna como parte del equipo que viajaría junto a los pastores George y Terri Pearsons de la iglesia EMIC, a los cuales les habían pedido ministrar en una conferencia de ministros en Yalta. Mientras Dana y Linda enseñaban en el ministerio de niños, Anna y otros niños compartían lo que habían aprendido.
“Me puse de pie en ese lugar repleto de gente y dejé que mi voz se elevara en alabanza a Dios, en ruso”, recuerda Anna. “Lo que más me llamó la atención fue la alabanza apasionada que surgió de los cristianos en el lugar. Fue muy inspirador añadir mi voz a la suya. Aunque no tenía familia en Ucrania, mi corazón se mezclaba con el suyo. Volé a casa con una nueva apreciación de mi patria, y con un gozo renovado de cantar en ruso”.
Anna regresó a su casa en un momento espiritual muy alto por lo que había experimentado en Ucrania, y con un nuevo y poderoso amor por su tierra natal y su gente. No podía esperar para contarles la experiencia a su familia. A pesar de que sus padres estaban emocionados de escuchar los detalles del viaje, Anna percibió una tensión en el aire que no le era familiar. Sus padres parecían cargados y sus caras felices parecían opacadas. Desde la privacidad de su habitación, los escuchó discutiendo y temió lo peor.
Alabanza de Guerra
Sin saber qué hacer, Anna se metió en la cama y ofreció alabanzas al Rey de Reyes. Cada vez que lo hacía, la paz descendía en su corazón. Después, permeaba la habitación cambiando el ambiente.
“De niña, mi estabilidad estaba ligada a mis padres”, nos comenta Anna. “No tenía la edad suficiente para entender el estrés y el choque cultural con el que ellos todavía luchaban. Como resultado, cada vez buscaba más y más la presencia de Dios para encontrar mi paz. Esa presencia significaba más que cualquier otra cosa para mí”.
“Los comandantes Dana y Linda me habían enseñado que la alabanza era un estilo de vida, una manera de comunicarse con Dios—un arma. Recordando, me doy cuenta que ir a mi habitación para alabar no solamente me ayudaba a encontrar paz, sino que me ayudaba a cambiar la atmósfera. Era un arma de guerra en contra del enemigo”.
“Por supuesto mis padres usaron su amor y su fe para resolver sus problemas. En el proceso, aprendí cómo la alabanza puede cambiar un ambiente. Esta fue una lección que podía usar cuando enfrentaba muchas situaciones difíciles”.
El éxito había arribado en forma temprana para Anna: liderar la alabanza a los 10 años, grabar su primer disco a los 11, viajar por todo el país para cantar en conferencias y convenciones, y volar a Ucrania a un viaje ministerial a los 12 años. Antes de cumplir sus 20, Anna había grabado varios proyectos de alabanza y adoración, había hecho un comercial, y había grabado su propio álbum larga duración.
Después, como a muchos otros niños actores que ya habían crecido, las oportunidades parecían acabarse y esfumarse con el tempestuoso viento de Texas. Estaba atascada. En un punto muerto. No sabía qué hacer.
Fe para abrirse paso en medio de la situación
En el 2008, Anna se casó con Chad Byrd, y unos años después, él empezó a preguntarle cosas que ella no sabía cómo responderle. “¿Qué has escrito?”
¿Cómo podía decirle que no tenía música para escribir?
Las palabras se quedaron atascadas en su garganta.
Una noche, después de cenar, Chad afinó su guitarra y le dijo: “Bueno, hagamos algo. Llegó el momento de que escribas”.
Con el apoyo de Chad —y su estímulo—esa noche escribieron una canción.
Después otra. Y una más.
“No sé cómo pensé que llegarían las letras y la música”, admite Anna. “Pienso que pensé que entraría en un momento santo con Dios y surgirían de la nada. Probablemente me despertaría de un sueño y grabaría lo que había escuchado”.
“Eso cambió cuando Chad comenzó a preguntarme por qué no estaba escribiendo. Me tomó algún tiempo darme cuenta que mi indecisión provenía de esa vieja raíz de inseguridad. Chad me desafió y me ayudó a ir más allá. Cuando nos sentamos juntos y escribimos una canción, me di cuenta de lo cierto que es que la fe sin obras, está muerta. A pesar de que estaba bien orar y creerle a Dios por canciones, también necesitaba luchar en contra de mis inseguridades y hacer el trabajo de una vez y por todas”.
Un viento nuevo
“Para ese momento, el comandante Dana era el Pastor Dana, en el equipo pastoral de la Iglesia Gateway en Southlake, Texas. Me invitó a comenzar a servir en Gateway, liderando la alabanza de niños. Estaba emocionada de cantar en su primer proyecto de niños: Look Up. El año siguiente recibí un premio Dove Award por el mismo”.
“Después de un par de años, el Pastor Dana me invitó a convertirme en la líder de alabanza. Pude cantar con el equipo de alabanza de Gateway en el estadio de los Cowboys con Matt Maher y Kari Jobe. También me invitaron a formar parte del Tour ‘Mujeres de Fe’ con CeCe Winans y Third Day. He sido bendecida de poder trabajar con personas de tanto talento”.
“¡Michael Howell produjo mi primer demo (EP por sus siglas en inglés) y lo escucharon el galardonado productor Ed Cash y su hermano! Trabajé en mi segundo EP con Ed Cash, Scott Cash, Ryan McAdoo y Cody Norris. También escribí con Matt Armstrong; sin embargo, él no trabajó en el EP. Una de mis canciones: “Guíanos” (“Lead Us”) fue lanzada en el CD devocional de Gateway en el 2014. También fui corista principal en la grabación Majestic de Kari Jobe y me pidieron que viajara nuevamente en el Tour ‘Mujeres de Fe’ con artistas como Matthew West y Natalie Grant. Gracias a mi trabajo junto a Ed y Scott Cash, me he conectado con algunas personas maravillosas y el fruto de lo que hemos hecho ha sido reconocido; actualmente estoy trabajando en un proyecto solista completo, el cual será lanzado en el 2017”.
“Miro al pasado y me maravilla la mano de Dios en mi vida. Él me sacó de Ucrania y me sembró en Fort Worth—el lugar perfecto donde podría aprender de la fe siendo una niña y a cómo operar en Sus dones—la Academia Superkids. Fue KCM quien me conectó del pasado al futuro”. Por fin, la lucha de Anna Byrd por encontrar su propia identidad ha terminado. Y hay una sola identidad que importa: ella es una hija de Dios, y vale la pena cantarlo.