Sin embargo, hace algunos años me di cuenta que ese lugar tenía algo adicional. Con el tiempo la remodelamos para que tuviera todas las comodidades de nuestra casa, y se convirtió en un lugar lleno de cosas que compiten por nuestra atención.
Todavía me sorprende ver cuántas cosas hemos acumulado y cuánto tiempo toma mantenerlas. Cuando vamos, fácilmente nos pasamos los dos o tres primeros días tan solo organizándola.
En una ocasión, Ken y yo estábamos manejando de la cabaña a la ciudad, (probablemente para conseguir lo que necesitábamos para alguna clase de reparación), y yo me sentía un poco frustrada acerca de “la cosa” con la que estábamos lidiando ese día. Pasamos en frente de la casa de nuestros vecinos unos kilómetros más abajo, y ellos estaban sentados afuera, disfrutando. Al notar lo pacíficos y relajados que lucían, repentinamente me impactó: ¡Ellos no tenían nada que mantener!
Ellos no tenían electricidad. No tenían agua potable, ni calentador o aire acondicionado, o incluso una cortadora de césped. Por lo tanto, no tenían nada que arreglar.
Mientras pensaba al respecto, tomé la decisión de cambiar mi actitud. A pesar de que disfruto de las cosas buenas y ciertamente no quiero vivir sin electricidad, ¡decidí que no permitiría que las cosas me frustren y me quiten todo el tiempo disponible! Ciertamente, éstas no son tan importantes para mí como para permitirles robar la atención de Dios y Su Palabra—si lo hiciera, exactamente eso sería lo que sucedería.
Esto es algo que aquellos de nosotros que creemos en la prosperidad divina debemos estar seguros de recordar. Mientras más prósperos somos en la vida, más cosas tendemos a poseer; de no mantener nuestras prioridades en orden, esas cosas se apoderarán de nuestra vida. Nos impondrán cargas y nos mantendrán en los valles de este mundo natural. Nos distraerán de vivir en una vida espiritual elevada.
Si no lo crees, lee acerca de Marta. Ella permitió que las cosas naturales le robaran uno de los momentos espirituales más preciados que alguno de nosotros pudiese imaginar. Ella literalmente permitió que esas cosas la detuvieran de sentarse a los pies de Jesús y escucharlo enseñar la Palabra de Dios. Jesús mismo estaba allí en la sala de su casa declarando palabras de vida y ella estaba muy ocupada atendiendo las cosas en la cocina como para escucharlo.
Sin embargo, como seguramente lo recuerdas, su hermana María tomó una decisión muy distinta. Ella escogió dejar las cosas naturales a un lado, acercarse a Jesús y enfocarse en Su Palabra. Eso hizo que Marta se enfadara tanto que llegó a quejarse del asunto con Jesús.
Ella se le acercó y le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje trabajar sola? ¡Díle que me ayude!» Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará» (Lucas 10:40-42).
Observa nuevamente la respuesta de Jesús. Esencialmente dijo que el tiempo que pasemos con Él, el mundo jamás nos lo podrá quitar. Éste nos proveerá beneficios permanentes, porque las cosas de Dios son eternas y perduran por siempre.
¡Las cosas naturales no duran para siempre! Éstas eventualmente mueren. Es probable que nos beneficien por algún tiempo mientras estemos acá en la Tierra, pero a lo máximo estaremos aquí más o menos 120 años. Después de eso continuaremos viviendo por toda la eternidad—y 120 años comparados con la eternidad, no son absolutamente nada.
Busca esas cosas que están más alto
¡Necesitamos empezar a mirar las cosas con una perspectiva más amplia! Necesitamos expandir el alcance de nuestro radar espiritual para poder ver las cosas desde una posición más elevada. En vez de fijar nuestra atención en lo que está sucediendo ahora mismo, y aún en lo que pueda suceder en las próximas décadas, necesitamos practicar y ver las cosas desde el punto de vista eterno, el de Dios. Cuando miramos las cosas desde Su perspectiva, podremos ver lo que realmente vale la pena. Podremos más fácilmente dejar de lado las cosas que no son importantes—e invertir más de nuestro tiempo en buscar a Dios.
Mientas estemos en la Tierra podremos hacer cosas por Él que después no podremos hacer una vez en el cielo. Podemos brillar para Él como luces en la oscuridad. Podemos ser Sus embajadores, imponiendo manos sobre los enfermos, compartiendo el evangelio y ministrando Su amor al perdido.
Nosotros somos el cuerpo de Cristo en este planeta. Él es la cabeza, pero nosotros somos Sus brazos y Sus piernas. ¡Nosotros somos Su luz en este mundo, y Él necesita que brillemos ahora! Él necesita que atraigamos a las personas que están a nuestro alrededor, y que seamos aquello que no podremos llegar a ser ser si vivimos atrapados en las cosas temporales. Debemos consagrar nuestra vida a Dios y: «liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe…» (Hebreos 12:1-2).
“Pero Gloria, ¿estás diciendo que no importa si prosperamos financieramente, o si recibimos sanidad para nuestro cuerpo, o si vemos la bondad de Dios manifestada en las cosas naturales de nuestra vida?”
¡Por supuesto que esas cosas importan! Dios nos ama y quiere que recibamos todas las BENDIONES que Él ha provisto para nosotros, tanto temporales como eternas. Él también quiere que otras personas vean lo que Él ha hecho por nosotros, para que así se interesen en conocer más acerca de Él.
Las personas en el mundo no están buscando más problemas. Ellos no están buscando enfermedades y escasez. Ellos están buscando una salida a los problemas, sanidad y abundancia, y soluciones a sus problemas. Están buscando por un testigo que les diga: “¡Tengo la respuesta, Su Nombre es Jesús!”
Dios siempre ha deseado que Su pueblo ascienda más alto, en la Tierra, para que aquellos que no lo conocen puedan ver Su amor y Su bondad. Él siempre ha querido que la iglesia tenga tal reputación sobrenatural que aún las personas que no son salvas digan: “¿Quieres sanarte? Ve a la Convención de Creyentes. ¿Quieres recibir de parte de Dios? Ve a la iglesia que está al final de la cuadra. ¡Ellos orarán por ti y podrás estar seguro que algo maravilloso sucederá!”
Esa es la clase de vida que nos pertenece a nosotros, como hijos del Dios todo poderoso. Él quiere que caminemos en esta Tierra con el mismo poder y unción y con los resultados que Jesús obtuvo. Sin embargo, no lo lograremos si tenemos una mente carnal llena de ocupaciones con las cosas de este mundo. Tenemos que tener una mente espiritual. Tenemos que mantener nuestros sentidos enfocados en lo que Dios nos ha llamado a hacer y en nuestro destino en el esquema eterno.
En Colosenses 3:1-5, el apóstol Pablo lo dijo de esta manera: «Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra. Porque ustedes ya han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria. Por lo tanto, hagan morir en ustedes todo lo que sea terrenal».
Métete en la tina, ¡y refriega!
Si te preguntas qué quiere decir: «hagan morir en ustedes todo lo que sea terrenal», significa lo siguiente: “Vive tu vida de acuerdo a lo que dicta tu espíritu nacido de nuevo, no de acuerdo a lo que dicta tu carne”. «Porque los que siguen los pasos de la carne fijan su atención a lo que es de la carne, pero los que son del Espíritu, la fijan en lo que es del Espíritu» (Romanos8:5).
Obedecer lo que dice tu carne es esencialmente someterte a lo que tu cuerpo y mente carnales quieren hacer. Es hacer lo que deseas hacer en lo natural, ignorando la dirección del Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Antes de nacer de nuevo, todos nosotros obedecíamos las cosas de la carne. Ya que nuestro hombre espiritual estaba muerto, era todo lo que sabíamos hacer. No teníamos ninguna otra opción. Sin embargo, ahora tenemos otra posibilidad. Habiendo recibido a Jesús como nuestro Señor, nuestro espíritu está vivo en Dios y podemos tener una mente espiritual aprendiendo a pensar como Dios piensa.
Tristemente, multitudes de creyentes nunca lo hacen. Nunca renuevan sus mentes del pensamiento natural al pensamiento espiritual. Como resultado, se pierden demasiadas BENDICIONES que les pertenecen como creyentes. Le dejan la puerta abierta a Satanás para que entre y les robe, destruya sus familias y aun sus vidas.
«Mi pueblo ha sido destruido porque le faltó conocimiento», dice Dios. «Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Oseas 4:6, Romanos 8:6). ¡Esas son dos opciones muy diferentes! Destrucción y muerte—vida y paz; totalmente opuestos. En lo personal hice mi elección hace mucho tiempo. Decidí que no quiero ser destruida. Quiero disfrutar esa vida elevada de Dios, de paz. Haré lo que sea necesario para tener una mente espiritual.
“¿Y qué se requiere?”, puede que te preguntes.
Lo primordial es hacer lo que María hizo el día que Jesús llegó a su casa. Requiere pasar tiempo con el Señor y Su Palabra. La Palabra es lo que nos santifica. Es la que nos separa de nuestra antigua manera de pensar. Como Efesios 5:26 lo expresa, somos limpiados por: «el lavamiento del agua por la palabra».
La Palabra de Dios tiene el poder de lavar en tu vida todas esas cosas que se interponen en tu camino espiritual. Puede lavar cualquier hábito y enderezar tus prioridades. Puede lavar la contienda, la falta de perdón y la frustración que has estado sintiendo acerca de las cosas naturales de la vida.
Sin embargo, antes de que la Palabra pueda lavarte, deberás meterte en la tina. Debes poner la Palabra en primer lugar en tu agenda y pasar tiempo en ella todos los días. Mientras más refriegues tus pensamientos con la Palabra, más libre serás de los pesos de este mundo que te han estado sujetando. Mientras más escuches lo que Dios dice en las escrituras y a través de Su Espíritu, más aún serás transformado por la renovación de tu mente en un creyente glorioso: «santa(o) e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante» (Efesios 5:27).
Muéstrale a tu carne quien es el jefe
Quizás digas: “No sé, mi mente carnal tiene manchas y arrugas bastante desobedientes”.
Sé lo que quieres decir; yo también he tenido algunas tendencias bastante desobedientes a lo largo de los años. Pero aprendí a lidiar con ellas. El secreto está en Romanos 6. El apóstol Pablo nos recuerda que somos participantes del poder de la muerte y resurrección de Jesús de esta manera:
«Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva… Así también ustedes, considérense muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor. Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni lo obedezcan en sus malos deseos. Tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y presenten sus miembros a Dios como instrumentos de justicia. El pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, pues ya no están bajo la ley sino bajo la gracia» (Romanos 6:4, 11-14).
¡Ésa es la clave! Es así como peleas con el pecado y con cualquier otra tendencia carnal en tu vida de la que quieras despojarte. Deja de verte como un pecador dominado por las presiones de la carne; considérate muerto al pecado y la carne, y vivo en Dios. Mírate como la justica de Dios en Jesucristo y a tu cuerpo como un instrumento de esa justicia.
Después, por fe, toma dominio sobre tu cuerpo. Dile a tu cuerpo lo que quieres que haga y aquello que no puede hacer. Dile a tu mente lo que puede y no puede pensar. Dile a tu carne: “Carne, siéntate y cállate. No pasaremos este día completo en las cosas naturales. No nos sentaremos por ahí a comer torta y mirar televisión. Hoy nos enfocaremos en la Palabra. ¡Oraremos y ayunaremos!”
¿Sabes lo que descubrirás cuando lo hagas?
Descubrirás que el pecado, la carne y las cosas naturales de este mundo, verdaderamente no tienen dominio sobre ti. Tú tienes el poder de poner esas cosas a un lado y escoger tener comunión con Jesús, así como María lo hizo. Tú puedes hacer de Su Palabra la prioridad Nº 1 y tal como Juan 8:23 dice: «conocerán la verdad, y la verdad los hará libres».
¡Libre para vivir la mejor vida de Dios!