El 13 de febrero de 2013, Karen Siska tiritaba de frio en la mañana mientras corría por los escalones de la casa de sus padres en Severna Park, Maryland. Ese día era su 47º cumpleaños y lo último que podía hacer era ayudar a organizar la casa para la cena de celebración que sus padres estaban preparando esa misma tarde en su honor.
Como enfermera pública del gobierno, Karen era directora de enfermería y responsable de 84.000 estudiantes en 126 localidades del estado de Maryland. Ella amaba su trabajo, pero se había tomado el día libre para celebrar su cumpleaños. Ralph Creel, un policía retirado con el que estaba saliendo, la llevaría en un viaje de un día a la hermosa ciudad portuaria de St. Michaels, reconocida por sus pintorescos restaurantes frente al mar y sus afamadas boutiques.
Mientras trabajaba y tarareaba, Karen se decidió a enderezar el hogar de la chimenea. Al levantar la cabeza, vio estrellitas mientras golpeaba la parte superior interna del manto. Frotándose la mandíbula, Karen se preguntó si se había roto los dientes a casusa de la violenta sacudida.
Incorporándose, la cabeza y la mandíbula le dolían y se sintió mareada, como si estuviera en medio de una neblina. Mirándose en el espejo, la imagen era confusa y borrosa. De hecho, todo estaba borroso y confuso. Un rato más tarde, ella y Ralph salieron rumbo a St. Michaels. Durante la siguiente hora, sus síntomas aumentaron en intensidad y comenzó a sentirse nauseabunda.
“Ralph”, dijo, “me golpeé la cabeza. No me estoy sintiendo bien… creo que tengo una conmoción cerebral”.
“Vayamos a la sala de emergencias”, respondió Ralph, dando la vuelta. En lugar de esperar todo el día en una sala de emergencias, acudieron a una clínica de urgencias donde Karen recibió los papeles que debía diligenciar. La primera pregunta era su nombre. Ella sabía su nombre, pero le pidieron que lo deletreara. Karen sintió como si su cerebro fuera un motor oxidado que no encendía. Luchando, finalmente recordó – ¡K! ¡Esa era la primera letra de su nombre!
A pesar de que lo intentó, no pudo recordar las letras que seguían.
Congelamiento cerebral
“Después de tres horas y radiografía de por medio, me dijeron que no trataban conmociones cerebrales”, recuerda Karen. “Por la mañana, cuando fui a ver a mi médico clínico, tenía un terrible dolor de cabeza, estaba aturdida, sensible a la luz y al sonido, y un gran dolor en el cuello, a la altura de la base del cráneo. Mi médico confirmó que padecí una conmoción cerebral y me dijo que me quedara en la casa y que reposara por una semana.”
“No pensé que necesitara una semana libre. Estaba segura de que estaría bien en uno o dos días, pero mis síntomas persistieron. No podía concentrarme y mi cerebro realmente me dolía cuando intentaba pensar. Tuve problemas para dormir y continué con terribles dolores en el cuello, así que obedecí las instrucciones del médico. Traté de ver la televisión, pero no pude seguir lo que se decía. Intenté leer, pero las palabras no tenían sentido. La luz y el sonido empeoraban mis síntomas. No podría tolerar ninguna clase de estímulo. Acostarme en una almohada también empeoró el dolor. No podía registrar lo que la gente me decía.” Después de una semana, Karen volvió al trabajo.
“Mis compañeros de trabajo me dijeron que pensaban que algo todavía andaba mal”, recuerda. “Dijeron que no estaba actuando normalmente. Seguí sus consejos y volví al médico. Esta vez me dijo que me quedara en casa y descansara durante un mes.”
“Soy una adicta al trabajo, pero me sentía tan mal que no protesté ante las instrucciones. Podía darme cuenta de que mi cerebro no estaba funcionando bien. Pensar me dolía, y tenía problemas para recordar las palabras. A medida que las semanas transcurrían sin cambios aparentes, me desanimé. Sabía que mi vida no corría peligro, pero no pude evitar preguntarme si alguna vez recuperaría mi cerebro. ¿Estaba condenada a esto para siempre?”
La tercera de cuatro hijos, Karen había sido formada en la iglesia Católica Romana, donde aprendió a amar a Dios. Cuando tenía unos 10 años, la madre de Karen oró la oración de salvación en un libro que había leído y nació de nuevo. La experiencia fue tan profunda que le contó a su esposo cuando llegó a casa del trabajo.
“Yo también quiero nacer de nuevo”, le dijo su marido. Pronto, toda la familia le entregó sus corazones a Jesús. No mucho después, la madre de Karen la llevó a la Campaña de Victoria en Washington, D.C. de los Ministerios Kenneth Copeland. Esa fue su primera introducción al mensaje de fe.
Reconexión
Más tarde, ya de joven adulta, Karen cambiaba los canales de televisión y se encontró con un tele-evangelista. Otro predicador en televisión pidiendo plata, pensó.
Ella miró todo el programa esperando por ese momento, pero nunca sucedió. El hombre nunca pidió dinero. Disfrutó tanto del programa que lo grabó y lo vio de forma regular. Sólo después se dio cuenta de que el predicador de la televisión que estaba viendo era Kenneth Copeland, el mismo hombre al que su madre la había llevado a escuchar de niña. Poco después, Karen se convirtió en colaboradora de KCM y comenzó a asistir regularmente a las conferencias en Virginia.
Con los años, aprendió a vivir por fe y a guardar la Palabra de Dios en su corazón. Fue bueno que ella aprendiera esas cosas, porque ahora Karen ni siquiera podía leer la Biblia. Las letras en las páginas se entremezclaban, sin sentido alguno.
Después de un total de cinco semanas de descanso, Karen no se sentía mejor; así fue que decidió ver a un neurólogo en Baltimore.
“Tienes neuropatía occipital”, le informó. “Esto ocurre cuando se pellizcan los nervios occipitales en la base del cráneo.”
“¿Por qué tengo tantos problemas para usar el cerebro?”
“Tu cerebro casi se ha apagado a causa del dolor.”
Mirándola a los ojos, el médico le dijo: “Karen, te curaré. Recuperarás tu vida normal.”
Karen suspiró de alivio; había luz al final del túnel.
Una solución quirúrgica
El neurólogo le recetó analgésicos y otros medicamentos. Durante varias semanas, le inyectó grandes dosis de esteroides en el cuello, con la esperanza de reducir la inflamación.
“Tomé tantos esteroides que mi cara se volvió como una luna llena, un efecto secundario de los componentes activos en los esteroides”, recuerda Karen. “Cuando eso no funcionó, me remitió a un cirujano en el Hospital George Washington en McLean, Virginia.”
“Antes de la cirugía, llamé al departamento de oración de KCM y les pedí que oraran conmigo. El cirujano me dijo que era probable que tuviera múltiples cirugías. Cortó la mayoría de los nervios para que no pudieran volver a crecer, y salvó un par de grandes nervios occipitales.”
Cuatro días más tarde, Karen estaba en su casa descansando cuando notó que le faltaba el aliento. También tenía leves dolores en el tórax izquierdo que iban y venían. Esa noche, la falta de aliento empeoró. Por la mañana, el dolor era tan intenso que sintió que se estaba ahogando. Llamó a Ralph, quien la llevó a su médico clínico.
“Creo que tienes un coágulo sanguíneo”, le dijo el doctor.
Le ordenó una tomografía computarizada, y luego el radiólogo le mostró a Karen el escáner. “Tus pulmones deberían ser blancos”, le explicó el radiólogo. Pero en cambio, estaban negros.
“Tienes una embolia pulmonar bilateral extensa”. No hay sangre oxigenada llegando a tus pulmones. Debes ir al hospital y quedarte allí por unos días”, le dijo el radiólogo.
Con razón le dolía tanto y se sentía ahogarse.
En verdad, estaba ahogada.
“Puedo llevarla al hospital más rápido que esperar por una ambulancia”, dijo Ralph.
“Ve, llévala ahora mismo.”
Escogiendo la vida
Ralph trasladó rápidamente a Karen al Centro Médico Anne Arundel en Annapolis, Maryland. Su médico clínico había llamado con antelación y había compartido el diagnóstico con el médico de la sala de emergencias. La llevaron de inmediato al área de atención de urgencias. Con un dolor increíble, Karen jadeó en busca de aire unas 40 o 50 veces por minuto. El oxígeno no parecía ayudar en lo absoluto.
“Si sus signos vitales empeoran, tendremos que llevarla en helicóptero a otro lugar. No estamos acostumbrados a situaciones de este tipo”, le dijo el médico a Ralph.
Karen sentía un dolor tremendo y luchaba por respirar. Cada respiración aumentaba el dolor. Cerrando los ojos, se concentró en su respiración, tratando de sobrevivir el dolor mientras sentía como si se ahogara. Oyó sonidos de alarma en los monitores, y sintió el apretón de un brazalete automático de presión sanguínea. La gente y el ruido se arremolinaban a su alrededor en un mar de confusión. Tanto su cerebro adolorido como sus pulmones necesitaban de oxígeno.
Uniendo fragmentos de distintas conversaciones, se dio cuenta de lo que el doctor había dicho. Ella no solo tenía coágulos de sangre en sus pulmones; ella también los tenía en su hígado. En un momento de claridad, se dio cuenta de que podría morir. Ambas condiciones podrían ser fatales. Si los émbolos en sus pulmones no la mataban, los que están en su hígado podrían hacerlo. Ella monitoreaba sus propios signos vitales para ver si fluctuaban. Ella quería saber si su cuerpo comenzaba a mostrar señales de emergencia.
Necesitaba hablar y declarar la Palabra de Dios sobre su situación. Pero estaba demasiado ocupada luchando contra el dolor y en búsqueda de aire como para poder hacerlo. Su mente, privada de oxígeno, recordó un versículo: Salmo 91:16: «Le concederé muchos años de vida y le daré a conocer mi salvación.»
Apenas capaz de hablar por causa del dolor, Karen se dio cuenta de que necesitaba dejar de enfocarse en lo que estaba sucediendo y, en su lugar, centrarse en la Palabra de Dios. Necesitaba mantenerse arraigada y cimentada en la Palabra de Dios. Esas palabras debían ser más reales para ella de lo que estaba experimentando. Karen clamó a Dios desde lo más profundo de su corazón. Padre, el Salmo 91:16 dice que concederás muchos años de vida. Señor, ¡47 años no son muchos! ¡Me mantengo firme en Tu Palabra de que disfrutaré muchos años de vida!
Continuó esforzándose a propósito, meditando en esas palabras.
Unos minutos más tarde, su hermano menor John entró a la habitación.
“El Señor me dijo que saliera del trabajo, viniera a imponerte las manos y que orara por ti”, dijo.
Ella asintió con la cabeza y él oró.
Contrataque
“Los coágulos de sangre en los pulmones a menudo se disuelven con anticoagulantes”, explicó el médico. “Pero, con frecuencia, ese no es el caso con los coágulos de sangre hepáticos. A veces no se disuelven y causan daño al hígado, por lo que estamos vigilando tus enzimas hepáticas. Si se elevan, significa que tu hígado está en problemas.”
La morfina alivió el dolor, pero Karen continuó meditando en el Salmo 91:16. Sus respiraciones se desaceleraron y su presión arterial se estabilizó. Ya la habían iniciado con un anticoagulante de acción rápida. Evolucionó tan rápido que, en menos de una semana, fue dada de alta del hospital.
“Vi a un hematólogo en el hospital que me dijo que mi condición era muy rara”, recuerda Karen. “Normalmente ocurre cuando se desarrollan coágulos de sangre en las piernas que se desprenden y alcanzan los pulmones. Pero no encontraron evidencia alguna de que hubiera tenido coágulos sanguíneos en las piernas o en ningún otro lugar”.
Karen continuó viendo al hematólogo como paciente ambulatoria. Él se esforzó para descubrir la causa de esos coágulos de sangre, tratando de detectar si había trastornos sanguíneos o incluso cáncer, e hizo una biopsia ósea.
Tomando una posición
Debido a que cada uno de esos coágulos de sangre tuvieron que atravesar el corazón de Karen antes de alojarse en sus pulmones, el médico ordenó un ecocardiograma de su corazón para asegurarse de que no había daños cardíacos. Los resultados fueron normales.
“Sin embargo, descubrió algo inquietante”, recuerda Karen. “Mis enzimas hepáticas comenzaron a elevarse. De repente, todos estaban preocupados por mi hígado. Eso no era bueno. Sabía que tenía que tomar otra posición de fe en la Palabra de Dios. Le pregunté al Señor por una escritura en la que pudiera apoyarme y Él me dio Proverbios 4: 20-22: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo.» Confesé esos versículos, declarando que la Palabra era salud para mi carne, incluyendo mi hígado.
“Mi doctor me ordenó una ecografía del hígado. Llamé nuevamente al departamento de oración de KCM, y nos pusimos de acuerdo en oración en que los coágulos sanguíneos habían desaparecido, que mi hígado estaba normal y que mis enzimas eran normales. Cuando los resultados regresaron, no había coágulos de sangre en el hígado. ¡Mis enzimas estaban normales!”
Karen continuó mejorando durante las siguientes semanas. A principios de agosto, sin embargo, sintió un dolor leve en el pecho. Su médico la remitió a un especialista pulmonar, que repitió lo que cada médico le había dicho después de leer su historia clínica: “¿Sabes lo afortunada que eres de estar viva?”
“Soy muy bendecida”, le respondió Karen.
Debido a que todavía experimentaba dolores de pecho leves y mis pulmones habían estado sin oxígeno, había una posibilidad real de que parte del tejido pulmonar estuviera dañado. Para determinar el alcance del daño, mi neumólogo ordenó un escáner pulmonar de medicina nuclear.
El escáner fue programado para el 9 de agosto del 2013. Antes de someterse al examen, una vez más, Karen llamó al departamento de oración de KCM. Acordaron en oración que sus pulmones estaban sanos. Después de la exploración, el radiólogo salió a la sala de espera y miró a Karen con una expresión perpleja.
“¿Tuviste coágulos de sangre en los pulmones?”, le preguntó.
“Sí, extensos coágulos sanguíneos bilaterales.”
“¿Cuándo?”
“El 22 de mayo, hace unas 10 semanas.”
“Es increíble.”
“¿Por qué?”
“Porque nunca lo sabrías mirando tus pulmones. Tus pulmones no muestran evidencia alguna de que hayas tenido coágulos sanguíneos. Tus pulmones están perfectamente sanos.”
La enfermera que salió con el doctor miró a Karen. “Eso es un milagro”, dijo. Karen respondió: “¡Lo recibo!”
Nuevamente en plenitud
“Estuve sin trabajar desde febrero hasta finales de junio”, explica Karen. “No pude manejar durante casi cinco meses. Con el tiempo, el dolor simplemente se desvaneció. Nunca encontraron la causa de los coágulos sanguíneos.”
“Estoy muy agradecida por KCM. Me enseñaron a estar firme en la Palabra de Dios y a vivir por fe. También estuvieron conmigo en oración durante toda la prueba. Sin su enseñanza, simplemente estaría muerta.”
En diciembre de ese mismo año, Ralph Creel le propuso matrimonio a Karen y se casaron en mayo de 2014. Aunque los médicos nunca descubrieron el origen de los coágulos de sangre, Karen nunca dudó del verdadero causante.
Jesús lo expresó de esta manera en Juan 10:10: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.» (Nueva Versión Internacional).
El diablo trató de matarla, pero Jesús la hizo plena. Incluso en estado de congelamiento cerebral, su espíritu trajo a su memoria la Palabra de Dios y su corazón se mantuvo firme. Hoy, Karen Siska-Creel está sana y salva, viviendo una vida maravillosa… y plena.