A sus 14 años, Enrique Nuñez sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón para mantener el ritmo de la vibración músical y el estremecimiento de la violencia ambiental. En el norte de Fort Worth, Texas, los miembros de las pandillas eran como súper estrellas y las peleas entre bandos eran tan adictivas como la heroína.
Enrique, un joven miembro de las pandillas, y apodado en las calles como Rick el rápido, miraba, embelesado, mientras la pelea comenzaba en el salón de baile local. Parado al lado de otros miembros de su pandilla con apodos como Lurch, Ram, Bibo, y Eddie el perro, Rick estaba seguro que este encuentro sería explosivo —una carnicería tremenda como para no perdérsela—. Apretó sus muñecas y sintió la sangre bombeando sus sienes mientras uno de sus héroes caía como una estrella fugaz después que un miembro de la pandilla rival lo apuñalara ocho veces.
Con la adrenalina en alto, Rick se escabulló y caminó hacia su casa, repitiendo en su mente todo el drama como si fuera el cortometraje de una película. Miró al cielo esa noche, sabiendo que sus padres estarían furiosos con él por estar callejeando otra vez. Inhalando residuos de pintura, miró hacia abajo y vio a Fuzzy, el primo de su vecino, inhalando de un frasco de pintura en aerosol.
Fuzzy era el pandillero más interesante y malo que Rick alguna vez había conocido. Era miembro de la pandilla de la calle 18 en los Ángeles, y estaba en Fort Worth escapando de la ley.
“Mira esto”, Fuzzy le dijo, dándole una copia de la revista Life. Esta destacaba una historia acerca de la vida en las pandillas, incluyendo una galería completa de fotos. En una de las fotos un hombre que vestía gafas oscuras sostenía un “speedball” amarillo entre sus dientes. La pelota contenía una mezcla de heroína y cocaína.
Los miembros de las pandillas que habían estado en prisión, o habían matado a alguien, tenían tatuajes con forma de gotas de agua en la esquina de sus ojos, y Fuzzy lucía dos en su rostro. Inhaló otro poco de la pintura, y le dijo: “Mira Rick, uno de estos días vas a tener que decidir qué quieres hacer en tu vida”.
Intoxicado con emoción, Rick se dio cuenta que ya sabía. Estaba cansado de solo mirar a las súper estrellas. Quería convertirse en una de ellas.
Un comienzo temprano
“Las pandillas no reclutan niños”, Rick nos explica. “En 1979, con la película Boulevard nights (Noches en el bulevar), Hollywood ya lo hizo por ellos. Al revelar los peligros de la violencia callejera, también se embelleció el compromiso de los hermanos y la supervivencia. Después de ver la película, muchos niños quisieron unirse a una pandilla. No buscaban meterse en problemas. Sólo querían ser interesantes”.
“Muchas pandillas empezaron con propósitos nobles. Durante los años 70 y a comienzos de los años 80, el norte de Fort Worth era una mezcla de diferentes culturas que no se llevaban bien. Para protegerse, cuando los niños iban a la escuela o al parque, iban en grupos. En aquel entonces, aun los niños de cuarto y quinto grado querían participar en las pandillas. Los líderes pandilleros conducían los mejores autos, usaban la mejor ropa y salían con las niñas más lindas”.
“En mi vecindario, a la edad de 9 o 10 años, los niños usaban drogas y eran promiscuos. Yo empecé tarde y no fumé marihuana hasta que tuve 11 años. No inhalé pintura hasta que tuve 12, porque mis padres nos controlaban. Pero después de conocer a Fuzzy, me la pasaba en la calle más tiempo”.
Rick dice: “las escuelas eran el patio de recreo de las pandillas”.
“Nos salíamos de las clases para ir a drogarnos al parque. Mientras incrementábamos el uso de las drogas, empezamos a perdernos las clases para robar casas y así poder subvencionar nuestro consumo. No mucho tiempo después empecé a asistir a los entierros de mis amigos”.
Una noche caliente de verano, Rick el rápido, el pequeño negro, Ram y Bibo vendieron lo que habían robado y compraron LSD para mezclarlo con cerveza. Rick y sus amigos tenían 15 años, con excepción del pequeño negro, un niño bajito latino con piel oscura, que solo tenía 13.
Todos estaban alucinando cuando Bibo, en forma repentina, agarró a un hombre por la garganta. Luego, todos lo golpearon hasta dejarlo tendido en el suelo, nos cuenta Rick. Poco tiempo después, y cuando aún Rick y sus amigos estaban borrachos y bajo los efectos del ácido, el hombre al que habían golpeado regresó con 10 amigos.
“¡Corran!”, gritó Rick.
Momentos después, fue apuñalado en su estómago; mirando hacia abajo con ojos borrosos, vio sangre brotando de su camiseta.
Devolviéndoselo a Dios
Un año más tarde, a los 16 años, Rick fue expulsado del colegio. “Si su hijo se aparece por algún colegio de Fort Worth, vamos a llamar a la policía”, le informaron a sus padres.
La madre de Rick lo llevó a hablar con una monja, la cual oró frente a una estatua. Nada cambió. Como último recurso, su madre oró: “Dios, si realmente estás ahí, haz lo que quieras con su vida. Te lo devuelvo”.
Una vez expulsado, Rick pasó más y más tiempo en las calles. Ahora se había graduado para usar cocaína y estaba atrapado en los cristales de metanfetamina. Conoció a una joven cuya madre era cristiana. Rick ya había visitado muchas iglesias distintas a través de los años, así que no le importaba visitar una más.
Rick Recuerda: “Lo primero que noté cuando llegué al Centro de Enseñanza de la Palabra de fe (Teaching Word Faith Center) era que todos estaban felices”.
“Pero lo que realmente me atrajo fue la música. En el pasado, sin importar qué iglesia visitara, la música era lenta. Aquí, la música era alegre ¡y sonaba a volumen alto! ¡Me gustó! Entendí el sermón, y por primera vez Dios me pareció real. Iba a la iglesia los domingos y recorría las calles con mi pandilla el resto del tiempo.
Liberado
En la noche del Jueves Santo de 1988, la policía allanó un bar y encontró a Rick tomando cerveza. La cerveza fue probablemente la causa por la que lo revisaron, y encontraron residuos de cristales de metanfetamina. Terminó saliendo esposado, y muy pronto una reja de hierro se cerraba detrás de él.
Solo, deprimido y con los efectos de las drogas ya desvanecidos, Rick se dio cuenta que a sus 18 años su vida había frenado de golpe. Había sido expulsado del colegio. No podía mantener un solo trabajo. Él y su padre no habían hablado más de 5 palabras civilizadas en un año. Y ahora, sus padres se negaban a pagar la fianza para sacarlo de la cárcel.
Recostado en la cama de su celda, Rick oró: “Dios, si estás ahí, dame algo para mi futuro”.
En la tarde del Viernes Santo, un guardia lo llamó.
“Alguien pagó tu fianza; puedes irte”, le dijo.
Rick miró alrededor confundido; su fianza eran $4.000 dólares.
“¿Quién pagó?”
“No sé, pero puedes preguntarle al encargado de ese departamento. Su oficina está al final del pasillo”.
La oficina estaba oscura, y la puerta cerrada. De pasada, un oficial le habló.
“El encargado de las fianzas no vino hoy. Su oficina está cerrada por el Viernes Santo”.
Rick le preguntó a todos sus conocidos si habían pagado su fianza. Ninguno lo había hecho.
Tocado por Dios
A pesar de que continuó con su vida callejera, Rick empezó a tener sueños que parecían vivos. Se vio a sí mismo asesinando a un hombre durante un robo. También se vio a sí mismo arrodillado frente a Jesús y escuchándolo decirle: “No me tengas miedo, no vine a asustarte. Te amo”.
En otro sueño, Rick escuchó a su padre hablando un inglés perfecto, a pesar de que él sólo hablaba español. En ese sueño, su padre le decía: “Tu Padre del cielo te ama. Búscalo”.
Cuando fue a la iglesia el siguiente domingo, el pastor enseñó acerca de los sueños de Nabucodonosor. Ese día, Rick corrió a la llamada desde el altar.
“Pensé que mis amigos se burlarían de mí porque había nacido de nuevo” Rick admite. Les dije: “Ustedes son mis amigos, mis hermanos, y los amo, pero necesito seguir a Dios”. Todos se lo tomaron muy bien. Uno de ellos le preguntó bromeando: “¿Pastor Rick, quieres una cerveza o ustedes los rabíes no toman?” Créelo o no, esa fue toda la persecución que sufrí de su parte.
“Para ese entonces, muchos de mis amigos habían sido arrestados y estaban en prisión. Yo hubiera terminado en el mismo lugar, excepto que alguien me cubrió. Escuché de alguien que pagaba por terminar los estudios secuandarios, y decidí inscribirme. Me preguntaron si quería un GED o un diploma. No sabía que el diploma era una opción, así que lo escogí”.
Me hicieron un examen de ingreso y los resultados sorprendieron a todos. “Tu calificación es de nivel universitario”, le dijeron.
La carnada de la vida callejera lo atraía, pero ahora Rick no tenía tiempo para eso. Asistió a la escuela de verano durante el día y a la escuela nocturna en la tarde. Para el momento en que terminaba sus tareas, ya no quedaba tiempo para fiestas.
Empezó la escuela de nuevo al comienzo del año 1990, y para la primavera de 1991 había obtenido su diploma.
Un futuro y una esperanza
Una radio local organizó un programa de becas para la universidad. Cuando Rick escuchó que podía entrar en el sorteo por tan solo escribir un ensayo acerca del porqué los hispanos necesitan educación superior, pensó: ¿Qué puedo perder? Escribió su ensayo… y ganó la beca. Luego, fue invitado a hablar en un almuerzo en la zona residencial Las Colinas, en Dallas.
“Yo era tan solo un chico mexicano, que nunca había salido de los límites del norte de Fort Worth y me encontraba hablando en algunos de los lugares más lujosos que alguna vez había visto”, recuerda Rick. “Me paré, mirando a mis alrededores y preguntándome cómo había llegado allí”. Luego, el Señor me dijo: “¿Recuerdas cuando me pediste un futuro? Es este”.
Rick fue al Tarrant College y consiguió una certificación en justicia penal. En 1994 se casó con Rosalinda, la sobrina de su pastor.
Los padres de Rick les permitieron mudarse a una de las propiedades que ellos rentaban, la cual los jóvenes arreglaron.
Una tarde, su amigo Ram y algunos de los miembros de la pandilla llegaron a visitarlo, cervezas en mano.
“Por favor entren”, Rick los invitó. “Déjenme mostrarles la casa”.
Ram le dijo: “¡Jamás te faltaríamos el respeto entrando con cerveza a tu casa!”. Dejaron sus cervezas afuera y Rick los guió adentro, mostrándoles todas las remodelaciones que había hecho”.
“Esto es lo que Dios hace en tu corazón”, les dijo.
Una puerta se abre
En 1995, Rick empezó a trabajar en el departamento de Servicio al Colaborador en los Ministerios Kenneth Copeland. Había escuchado acerca del ministerio a través de su pastor, quien era a su vez un colaborador de KCM, y le había enseñado acerca de la fe. Un año más tarde, fue transferido al departamento de oración donde trabajó como un corrector de español. Poco tiempo después, se convirtió en ministro de oración de tiempo completo en el departamento de oración donde, por muchos años, ministró niños y adolescentes a través de sus cartas, correos electrónicos y llamadas telefónicas.
Desde ese momento, el Señor ha abierto varias puertas para que Rick ministre el evangelio.
En 1999, un pastor de Ohio llevó a Rick y a Rosalinda a Sur América para que Rick lo interpretara. Mientras estaba allí, Rick habló en tres iglesias y viajó a Brasil, donde visitó unas cataratas que lo dejaron boquiabierto.
Rick recuerda diciéndole a Dios: “Señor, solo soy un joven mexicano del lado Norte. ¿Cómo llegue aquí?”
¿Recuerdas cuando me pediste por un futuro? Es este.
De regreso en casa, un amigo de las pandillas de Rick estaba pensando en casarse, y le pidió que celebrara la ceremonia. Después de la celebración, el amigo se encontró con Rick en la recepción del hotel.
“Rick, he hecho cosas muy malas en mi vida”.
“Lo sé”.
“¿Puedo ser perdonado, e ir al cielo?”
“Por supuesto, absolutamente”.
“Entonces, quiero ser salvo, y quiero que me bautices”.
Después de la conversión de su amigo, otro amigo le pidió que lo guiara al Señor.
De regreso al parque
Rick recuerda: “Empezamos a montar eventos en el parque con música, conos de hielo, comida gratis y premios gratuitos. Ofrecíamos diferentes recursos con una gran variedad, incluyendo cómo alcanzar tu diploma secundario. Cuando hice la llamada al altar dije: ‘Hay esperanza para ti como la hubo par mi’. Por más de siete años, hemos visto más de 1.000 personas ser salvas. Ahora soy un mejor líder del que era antes”.
Entonces, Eddie el perro dijo: “Rick, no creo en Dios, pero por favor lleva a mi hija contigo a la iglesia. Estoy tan orgulloso de ti. Eres el único de mis amigos que sobrevivió”.
Antes de morir, Eddie el perro aceptó al Señor, he hizo las paces con Dios. Todos los ángeles del cielo cantaron y se regocijaron.
“KCM ha sido un salvavidas para mí”, dice Rick. “He aprendido tanto, es como asistir la Universidad de la fe. Me enseñaron que no soy solo ese niño de la zona Norte; soy un heredero con Cristo”.
Hoy en día, Rick y Rosalinda tienen un hijo de 10 años, Mark Anthony. Rick, el niño de la zona Norte, ministra a los colaboradores y amigos de KCM que llaman pidiendo oración. Ha viajado por todo el país con KCM y algunas veces ha ayudado con las traducciones al español. Pero el viaje más largo que ha tomado ha sido el camino de la fe. Durante ese viaje no ha manifestado nada más que el amor incondicional por sus amigos de la pandilla. Y esto es lo que ellos siempre le han ofrecido también.
Además de trabajar en KCM, durante muchos años ha trabajado en las tardes un programa de intervención de pandillas en la ciudad de Fort Worth. Le han asignado el vecindario donde creció y trabaja con un programa nuevo donde enseña habilidades para la vida y clases para terminar la secundaria, organiza torneos deportivos, lleva a jóvenes a excursiones, les hace consejería personal y ora por ellos.
“La película Boulevard Night tenía una cosa buena”, dice Rick. La oportunidad de amar, de la amistad, la camaradería y la fidelidad que se mostró en esa película fue lo que hizo que cientos de niños fueran atraídos a ella. En Cristo, Rick Nuñez no sólo encontró esas cosas, sino que también encontró lo que ninguna pandilla podría ofrecerle alguna vez: perdón, liberación y vida eterna.