Las luces de Las Vegas destellaban a la distancia, mientras el sonido de las hélices de un helicóptero hacían que el corazón de Jon Ponder latiera a toda velocidad. Jon entrecerró sus ojos a causa del brillo del reflector que lo enfocaba. Las luces intermitentes y las sirenas de la policía resonaban. Los perros policías ladraban, mientras tiraban de sus correas.
Sal de automóvil!”. Esa voz estruendosa sonaba como la voz de Dios para Jon en su agitado cerebro. Con sus ojos enceguecidos y su cabeza palpitando salió de su automóvil.
“¡Arriba las manos!”.
Jon levantó sus manos.
“¡Ahora, ponte de rodillas!”.
Jon se arrodilló en el suelo.
“¡Ahora, al suelo!”.
Jon puso su rostro en tierra, con sus articulaciones extendidas, mientras alguien colocaba sus manos en su espalda y lo esposaba.
“Tienes derecho a guardar silencio…”.
Fue bueno que esposaran a Jon. Porque para el momento en el que lo pusieron en la cárcel, la furia que había acumulado desde su niñez ardía como un incendio forestal.
Peleando y pateando, atacaba a cualquiera que quisiera acercársele. A pesar de estar bajo los efectos de la droga y el alcohol, sabía que la policía lo había capturado por todos los robos realizados en los bancos.
A sus 38 años, se enfrentaba a una condena de 23 años en una prisión federal.
Jon Ponder no tenía nada que perder. Ya estaba predispuesto a la violencia, y estaba fuera de control, cuando la puerta del lugar en el que se encontraba se abrió y un hombre que nunca había visto entró. El hombre era caucásico, de aproximadamente 50 años de edad, canoso y con ojos azules como el mar profundo.
Jon miró el nombre en su placa. Se trataba del agente especial Richard Beasley. Él era el agente del FBI que lo rastreó y capturó. Cuando él entró a la sala, algo impactó a Jon. Era una sensación que no experimentaba con frecuencia.
Paz.
Nadie dijo una sola palabra, y sin embargo, Jon sintió como si esa estruendosa voz le hablara a cada célula de su tembloroso cuerpo.
“Todo va a estar bien”.
“Hasta ese punto en mi vida no había ninguna señal de que todo iba a estar bien otra vez”, Jon recuerda. Pues, “Yo fumaba tres cajetillas de cigarrillos al día y era adicto a varias drogas, incluyendo la cocaína y la heroína. Era tan violento que me enviaron a la celda de aislamiento, mientras esperaba el día de mi audiencia. Los síntomas de abstinencia eran horrendos.
“Un día, el capellán abrió la escotilla por donde me daban la comida en mi celda, y me dijo: “¡Jesús te ama!”. Yo le grité: “¡Aléjate de mí!”. Antes de irse, dejo caer una Biblia a través de la ventanilla. Estaba furioso y no tenía ni la menor intención de leerla, pero, después de dos semanas, estaba tan aburrido que tomé la Biblia y empecé a leer el Nuevo Testamento.
“Crecí en las calles de la ciudad de Nueva York, uno de seis hermanos cuyo padre abandonó” Jon explica. “Nuestra madre era fuerte, pero no pudo mantenernos alejados de las pandillas y las calles. En verano, visitábamos a mi abuela Madea, en Mississippi. Leer el Nuevo Testamento trajo a mi mente recuerdos de cuando asistíamos con ella a la iglesia y escuchábamos historias acerca del ciego Bartimeo, la mujer del pozo y la mujer del flujo de sangre”.
“Después de un par de semanas, el capellán volvió a abrir la ventanilla y me dijo: “Jesús te ama”. Esta vez, me dejó otro libro. Era: En Búsqueda de Su Presencia, por Kenneth y Gloria Copeland. Busqué el mensaje correspondiente a la fecha y lo leí. Era como si hubiera sido escrito para mí”.
“A medida que leía ese devocional y la Biblia, la cosa más extraña sucedió. La ira, que había sido mi constante compañera durante muchos años, desapareció. Solo en la celda de esa prisión, era consciente de que Jesús estaba conmigo. Y por medio de su libro, el hermano Copeland también estaba conmigo”.
El poder del perdón
Una mañana, uno de los prisioneros salió en libertad. Al pasar por la celda de Jon, le expresó: “Escúchame, no puedo llevarme esto conmigo. ¿Puedo dártelo a ti, Ponder?”. Y el pasó por la ventanilla un pequeño radio receptor con un solo auricular. Acostado en su litera, Jon intentó buscar una estación de radio, pero sólo pudo encontrar la señal de: KSOS 90.5—una estación cristiana—.
Jon Ponder no necesitaba a nadie que le dijera lo malo que era. Esas eran noticias viejas. Él había empezado a beber, consumir drogas y a robar a la tierna edad de 12 años. Detectives habían ido a su escuela secundaria para arrestarlo por robo a mano armada. Tenía hijos que realmente no conocía. Era un adicto y ya tenía una carrera criminal.
Jon sabía que era un pecador. No era ninguna sorpresa. Lo que si logró impactarlo fueron las historias que el DJ en la radio contó acerca del perdón de Dios. Esas historias lo quebrantaron hasta el punto de caer en el suelo llorando.
¿Podría Dios perdonarlo?
¿Lo perdonaría Dios?
Gateó hacia a su litera y se quedó dormido mientras escuchaba la radio. Cuando se despertó a las 2 a.m., Billy Graham estaba predicando acerca del hijo pródigo. Jon escuchó cuando Graham dijo: “Jesús quiere ser el Señor de tu vida”.
En ese momento, Jon se puso de pie y oró la oración del pecador, aceptando a Jesús como su Salvador. Al estar en su celda de aislamiento, se convirtió en una nueva criatura. Las semillas que Madea había sembrado, más de 40 años atrás, por fin estaban dando fruto.
Durante los largos meses de confinamiento, Jon se alimentó constantemente de la Palabra de Dios. Cuando el momento de conocer su sentencia llegó, los guardias lo llevaron encadenado a la Corte. Esperando en una celda con barras de acero inoxidable, Jon cayó al suelo y oró.
“Dios, yo sé que eres real”, dijo. “He experimentado Tu presencia en mi celda. Quiero que sepas que a partir de este día, voy a invertir cada instante de mi vida para servirte. Y te serviré cada día de la condena que me den. Lo único que te pido es que tu te pongas la toga de ese juez, y que mi condena venga de Ti.
Al entrar a la corte, Jon sintió de nuevo esa paz; la cual, ahora, reconocía como la presencia de Dios.
El juez le preguntó a Jon si tenía algo que decir.
Él se puso de pie y habló desde su corazón. Cuando terminó, agregó: “Voy a invertir cada momento de mi vida para ser una mejor persona”.
Y el juez respondió: “Sr. Ponder, en mis más de 22 años en este cargo, nunca había escuchado a alguien decir lo que usted está diciendo. Incluso si hace sólo la mitad de lo que ha dicho, saldrá de prisión como un hombre transformado”.
Luego, viendo fijamente a Jon, el juez dijo: “No sé por qué estoy haciendo esto, pero te sentencio a 6 años de prisión federal”.
¡Seis años!
¡Lo que podría haber sido una condena máxima de 23 años en una prisión, había sido milagrosamente reducida a 6 años! Jon supo que ésta era una intervención de Dios. De hecho, Dios se había puesto la toga de ese juez haciendo que esa sentencia saliera de sus labios.
Endereza sus pasos
“Fui enviado al centro penitenciario Allenwood, una prisión de máxima seguridad en Pennsylvania, Jon explica. “Había vivido por suficiente tiempo en el lado equivocado de la ley como para saber que la realidad de las prisiones de máxima seguridad es mil veces peor de cómo la vemos en la televisión. Estaba en una cárcel con casi 950 musulmanes. Y en prisión, tienes que unirte a un grupo para sobrevivir. Puedes asociarte con los Crips, los Bloods, los Aryan Nation o quien quieras, pero si no te unes a un grupo afrontarás las consecuencias”.
“No había estado mucho tiempo en prisión, cuando los cabecillas de los grupos me preguntaron a qué grupo me uniría. Para ese momento ya había visto a sujetos ser apuñalados hasta morir por no tomar esa decisión, y sabía que si no me unía a un grupo mi vida estaría en peligro. Sin embargo, yo le había hecho una promesa a Dios y debía cumplirla. ¿Cómo podía ofrecerle mi nombre y mi lealtad a uno de esos grupos?”.
Parado frente a la mesa de los 20 prisioneros más peligrosos, Jon respondió: “Éste no es el estilo de vida que quiero vivir —Yo soy cristiano—. No vuelvan a llamarme a esta mesa si no es para hablar de Jesucristo o de cómo mejorar su vida. Yo conozco las reglas del juego. Y si debo morir por lo que creo, entonces, terminemos con esto de una buena vez”.
Casi seguro que su próximo movimiento sería el último, Jon se dio la vuelta y se fue. Más tarde, en el comedor, el único lugar para sentarse era con aquellos hombres.
“Voy a morir”, pensó Jon mientras se sentaba en la silla. La sensación de peligro sobrecargaba el ambiente y se tornó tan tenso como una tormenta eléctrica. Jon inclinó su cabeza y oró. Ellos lo dejaron solo.
La soledad era como una prisión en sí misma, y el llamado para recibir correspondencia era una de las partes más duras. Jon no solamente no recibía visitas, sino que el correo dejó de llegar. Muchas veces se acostó en su litera y lloró. “Señor, eres lo único que tengo”, decía.
“Así es Jon. Y Soy todo lo que necesitas”.
Un tiempo después, los cristianos de la prisión se unieron para apoyarlo. Hombres que purgaban condenas de entre 20 y 30 años le enseñaron la Palabra de Dios. Le enseñaron a orar. Y lo discipularon para enseñarle como ser un hombre de Dios. Jon asistía a los servicios de la prisión y participaba en los estudios bíblicos.
Con el tiempo, él llegó a formar parte del liderazgo de la capilla y comenzó a liderar estudios bíblicos. Además, dirigía pequeños grupos. Jon no estaba en prisión, sino en una universidad bíblica —aprovechando al máximo cada día—. Después de un par de años, los hombres que le exigieron unirse a un grupo, empezaron a buscarlo.
“Jon, mi hermano menor tuvo un accidente automovilístico. ¿Orarías por él?”.
“Ponder, mi mamá tuvo un ataque cardíaco. ¿Orarías por ella?”.
Jon nunca causó problemas y ganó puntos por buena conducta. En el 2007, tres años después de su arresto, fue transferido a una cárcel de seguridad media en Sheridan, Oregon.
El mismo se plantó en la iglesia de la prisión y se lanzó en la obra de predicar el evangelio.
Cuatro meses antes de ser puesto en libertad, Jon le preguntó a Dios: “¿Qué quieres que haga cuando regrese a casa?”.
“Hijo, tú no estás yendo a casa”, el Señor dijo. “Serás mi enviado y en esto hay una diferencia. ¿Recuerdas el día en que fuiste arrestado? ¿Recuerdas la luz del reflector? Ésa era Mi luz, la misma luz que deslumbró a Saulo cuando se transformó en Pablo.
¿Recuerdas cuando se te pidió que salieras del asiento del automóvil? Ése era Yo mostrándote que debías salir del asiento del automóvil de tu vida. ¿Recuerdas cuando te dijeron que subieras las manos? Ése era Yo mostrándote el poder de la alabanza y la sumisión. ¿Recuerdas cuando se te ordenó doblar tus rodillas? Ése era Yo mostrándote una posición de humildad.
¿Recuerdas cuando se te pidió poner tu rostro en el suelo? Ése era Yo mostrándote cómo debías vivir el resto de tu vida. Serás enviado de vuelta a Las Vegas, una ciudad donde la gente vive en esclavitud.”
Cuando acabó de cumplir con su condena, Jon fue transferido a una casa de transición. Jon expresa: “Íbamos de camino a Las Vegas a las 6 a.m. y vi las luces de la ciudad. Cuando vi esa ciudad, lloré. Yo había causado estragos en ese lugar, y ahora era mi campo misionero”.
La vida como en un campo misionero
“Al día siguiente, recibí una visita. Era el Agente Especial Richard Beasley, el hombre que me había arrestado. Lo miré a los ojos, y ahora sabía porqué sentí esa paz cuando estuve delante de él. Era la unción y la presencia de Dios que estaba en él.”
“Bienvenido a casa Jon” Beasley me dijo. “Quiero que sepas que he estado orando por ti. Dios me llamó al FBI en parte, por ti.”
Mientras ambos lloraban, Jon sabía que tenía un amigo para toda la vida. También sabía lo que debía hacer para cumplir el llamado de Dios en su vida. La primera cosa, y la más importante: tenía que encontrar una buena iglesia local donde pudiera crecer bajo la cobertura de líderes fuertes. Y fue asi como encontró una casa espiritual en International Church de Las Vegas (Iglesia Internacional). Luego, debía conseguir un empleo para pagar cargos y multas a su nombre.
Después, necesitaba empezar un programa para ayudar a ex-delincuentes.
Otro deseo en su corazón era casarse con una mujer de Dios. Y dejó ese anhelo en las manos del Señor.
En el 2009, con la ayuda de un equipo de pastores, Jon fundó un ministerio llamado: Hope for Prisoners (Esperanza para Presos), ayudando a ex-convictos a reintegrarse de manera exitosa a la sociedad. Cuando a su ministerio se le ofreció participar en un programa con una donación de 1.5 millones de dólares, parecía un sueño hecho realidad. Sin embargo, al estar sentado en la mesa listo para firmar los papeles, Jon se sorprendió cuando el Señor le dijo que se levantara y saliera.
Renunciar a una comisión de casi USD $600,000 no era un reto para alguien que había salido de las pandillas y del sistema penitenciario.
Jon explica: “El Señor no deseaba que trabajáramos como el resto del mundo. Ni que trabajáramos con agencias, cuyo único objetivo era el dinero. Él quería que trabajáramos con Su gente, aquellos que tienen un llamado al sistema judicial”.
“Teníamos un programa único de consejería. Nuestro equipo de mentores estaba conformado de pastores y líderes de las iglesias del Sur de Nevada, así como un grupo de oficiales de policía que trabajaban como voluntarios. Dios estaba moviendo nuestra comunidad de reinserción a un terreno inexplorado. Cuando tienes a la iglesia asociada con las autoridades, con el fin de darle mentoría a ex-convictos, esto es verdaderamente como tener ‘un odre nuevo’ ”.
A través de Hope for Prisoners, Jon también ha pasado a la vida de otros la ayuda que Dios le envío a él por medio de Kenneth Copeland. “Su material cambió mi vida y por medio de nuestro ministerio, muchos ex-pandilleros también están leyéndolo”. “Cada vez que escucho la voz del hermano Copeland, recuerdo todos esos meses que pasé en soledad en la celda de aislamiento, cuando sólo estábamos Jesús, Kenneth Copeland y yo. Él es uno de mis padres espirituales.”
Hoy, la vida de Jon Ponder ha sido transformada por la Palabra de Dios. Él no sólo esta cumpliendo su llamado en el ministerio, sino también está casado con Jamie, la mujer de Dios que una vez soñó. Y juntos están criando a tres hermosos hijos: Jayden de 14 años, Promise de 2 años y Liberty de 10 meses de edad.
Durante sus años en prisión, Jon solía orar por restauración en su relación con sus hijos. Ahora, Dios está respondiendo esas oraciones. Además, Jon ha traído a sus hermanos biológicos al Señor.
Lo que alguna vez parecía imposible, le sucedió a Jon, y hoy el comparte las buenas nuevas, cada vez que se le presenta la oportunidad. No importa cuán adversa sea tu situación, si te vuelves a Dios con todo tu corazón: ¡Todo va a estar bien!