En el último año, me di cuenta que había tenido actitudes incorrectas acerca de las instrucciones que el Señor me ha dado. Desde hace un tiempo, el Señor ha puesto cosas en mi corazón que quería que hiciera y en lugar de empezar a hacerlas inmediatamente, tomé una actitud de “algún día lo haré”. Vacilé. Me quedé en el banco.
¡Alabado sea Dios por Su corrección y Su gracia porque ya no estoy dudando más! Ya no estoy más sentada en el banco. Al contrario, estoy… de pie… como Pedro el discípulo, lista para hacer todo lo que Dios me ha llamado a hacer. Y en vez de decir “algún día haré eso”, digo: “¡Señor, mándame
a ir. Estoy lista!”
Obediencia como Alabanza
Todos tenemos una forma principal de alabanza — la obediencia. La Biblia se trata de eso, en su totalidad. Se trata de entregarnos a nosotros mismos al Señor —nuestros pensamientos, nuestras ideas y nuestra manera de hacer las cosas—. Él es el jefe. Eso es un hecho — Él no necesita demostrarlo. Y si le permitimos estar a cargo, Él nos bendecirá, y cumplirá un plan magnífico en nuestras vidas.
Sin embargo, si asumimos una posición de “yo puedo manejar todo por mí mismo” o si pensamos que le hemos entregado al Señor todas nuestras preocupaciones cuando en realidad simplemente las hemos puesto en nuestros bolsillos traseros, empezaremos a experimentar estrés. Por supuesto que entregarle una situación al Señor no significa que no debemos hacer nada. Tengamos que hacer algo o no, nuestras acciones no serán decididas por nosotros. Deben ser decididas por Él. Él nos dirá lo que debemos hacer.
Podemos aprender del ejemplo de Jesús.
Cuando Jesús estaba en la Tierra, Él confió en la dirección de Su Padre Celestial. Él dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo [independientemente, a mi manera — sino únicamente como Dios me enseña y a medida que recibo Sus órdenes]” (Juan 5:30, AMP). Y como nosotros debemos imitar a Cristo (1 Corintios 11:1), deberíamos escuchar a nuestro Padre celestial y obedecer de la misma forma que Jesús lo hizo.
Hazlo un estilo de vida
Miremos Proverbios 22:17: “Escucha (aprueba y ríndete) a las palabras del sabio, y aplica tu mente a mi conocimiento” (AMP).
No podemos permitir que las instrucciones del Señor entren por un oído y salgan por el otro, o escuchar sin la intención de obedecer lo que escuchamos. Eso tampoco califica como escuchar.
Una vez que “rendimos nuestra mente” para escuchar las instrucción del Señor —como esta escritura lo dice— debemos aferrarnos a esa instrucción. Debemos tomar la decisión y decir: “creo en lo que me dijo el Señor, y lo haré”.
Proverbios 22 prosigue de esta manera: “Porque será placentero si las mantienes en tu mente [creyéndolas]; tus labios se acostumbrarán a [confesarlas] ellas”. A medida que habitualmente declaras la Palabra que el Señor te ha dado, comenzarás a acostumbrarte a ello.
Cuando decidimos que vamos a obedecerlo aún antes de escucharlo, nos ponemos en una posición para escuchar las instrucciones del Señor. Luego, cuando lo escuchamos, lo absorbemos y decidimos: “voy a hacerlo”. Una vez que hemos escuchado, aplicado nuestra mente y creído la Palabra de Dios, empezamos a decirla habitualmente, y ésta se transforma en un estilo de vida.
Hace algún tiempo, recibimos críticas referentes a la Academia Superkid. Algunas personas nos dijeron: “No creemos que deberías hacer que los niños digan el credo del Superkid, cuando sabes que no están obedeciendo a sus padres o viviendo lo que están diciendo”.
Yo quería preguntarles, “¿Escuchas mucho a este ministerio?”
Muchas personas no entienden porqué decimos cosas que todavía no son ciertas. Pero, sabemos que debemos hablar por fe para asegurar su manifestación. Cuando decimos que estamos sanos aunque todavía nos duele, o cuando decimos que caminamos en amor, aún cuando estamos luchando con nuestras relaciones interpersonales, estamos reentrenando nuestra mente. Nuestra mente ha sido renovada “así que [nuestra] verdad (creencia, dependencia, apoyo, y confianza) está en el Señor” (versículo 19, AMP).
Después de que empezamos a declarar Sus palabras habitualmente, se hace más fácil creerle al Señor. Esto es lo que Dios quería decir cuando el apóstol Pablo escribió: “Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Escuchamos la Palabra, y luego la declaramos. Nos sentimos tan cómodos declarándola que se transforma en un hábito… y luego la fe llega. No estoy hablando de una experiencia de la nueva era. Estoy hablando de fe real y concreta. La fe llega gracias a este proceso de escuchar y declarar porque la confianza se desarrolla en nosotros. Repentinamente, creer en el Señor es más fácil.
Mira a Pedro bajo una luz diferente
Mira a Pedro. Él es uno de mis personajes favoritos de la Biblia. Muy frecuentemente miramos a Pedro por sus caídas o las veces que no tuvo fe, pero quiero que miremos el capítulo en el que camina en el agua bajo una nueva luz.
«Enseguida, Jesús hizo que sus discípulos entraran en la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud… La barca ya estaba a la mitad del lago, azotada por las olas, porque tenían el viento en contra. Pero ya cerca del amanecer Jesús fue hacia ellos caminando sobre las aguas. Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre las aguas, se asustaron y, llenos de miedo, gritaron: «¡Un fantasma!» Pero enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!» Pedro le dijo: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya hacia ti sobre las aguas». Y él le dijo: «Ven». Entonces Pedro salió de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero al sentir la fuerza del viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «¡Señor, sálvame!» Al momento, Jesús extendió la mano y, mientras lo sostenía, le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» Cuando ellos subieron a la barca, el viento se calmó. Entonces los que estaban en la barca se acercaron y lo adoraron, diciendo: «Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios» (Mateo 14:22-33).
Pedro se hallaba junto a los otros discípulos en una barca en el medio de una tormenta. Usualmente, recordamos este pasaje porque Pedro desvió sus ojos de Jesús y se hundió, pero quiero que lo consideres desde una perspectiva diferente. Primero, considera lo que estaba pasando en ese momento. En el medio de una tormenta que era de amenaza para su vida, Pedro puso sus ojos en Jesús. Dejo de mirar la situación que tenía a su alrededor y se focalizó en Jesús. ¡Qué cosa más hermosa!
Segundo, caminar sobre el agua fue idea de Pedro, no de Jesús. Piénsalo. Pedro llamó a Jesús, pidiéndole que le permitiera hacer lo imposible. No se limitó por las leyes naturales. Sabía que Jesús estaba por arriba de todas esas leyes.
Tercero, démosle a Pedro otro crédito por atreverse a salir de la barca. Los otros discípulos hubieran podido saltar detrás de él, pero no lo hicieron. De todos los fieles alumnos de Jesús, Pedro fue el único que estuvo dispuesto a seguir al Señor en lo que parecía una situación imposible. Y la verdad, es que los discípulos estaban asustados de Él. Habían pensado que Jesús era un fantasma. Habían gritado por culpa del miedo antes de que el Señor les respondiera. Después, la Biblia dice que Pedro le respondió. Pedro venció su miedo y le respondió al Señor sin vacilaciones.
Finalmente, mira esto: Pedro se ofreció a Jesús cuando dijo: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya hacia ti sobre las aguas» (versículo 28). El dio un paso hacia un lugar en el que sus pies no le servirían de nada, donde se hubiera hundido hasta el fondo. Sin embargo, se ofreció a sí mismo en fe a Jesús — y al hacerlo, encontró una fundación sólida.
Pedro no tuvo ningún problema hasta que quitó sus ojos de Jesús. El salió de la barca, empezó a caminar hacia Jesús y luego observó la tormenta y se asustó. Fue sólo cuando dejó de mirar a Jesús que se hundió.
Esa es una lección para todos nosotros. Fallamos cuando quitamos nuestros ojos de Jesús. Pero si mantenemos nuestros ojos en Jesús, Él nos llevará al lugar correcto, en el tiempo apropiado. Él nos ayudará a dar pasos y a hacer las cosas que necesita que hagamos. Nos ayudará a caminar en lo milagroso.
Regresa
Cuando Jesús nos pide que demos un paso y hagamos algo específico, necesitamos hacerlo. Esa palabra puede ser diferente para cada una de nosotros, pero necesitamos decirle que “sí”.
Como Pedro, no podemos dudar. Al contrario, debemos confiar que el Señor nos guiará por el mejor camino porque nos ama, a cada una de nosotros.
Y por supuesto, cuando caminamos en amor, el miedo es echado fuera (1 Juan 4:18). Cuando recordamos, Jesús me ama, eso echa fuera el miedo de hacer lo que Él nos está pidiendo que hagamos.
Cuando enfermedades y dolencias nos amenacen, necesitamos pensar: Jesús me ama. Por sus llagas soy sano. Esa verdad echará fuera el miedo. Si ponemos la Palabra de Dios en nuestros corazones continuamente, se convertirán en un hábito… haciendo que nos sea fácil confiar en Jesús.
Déjame preguntarte algo: ¿No tienes claridad o te sientes indeciso acerca de tu visión? Si lo estás, regresa y pregúntate a ti mismo: ¿Cuál fue la última cosa que el Señor me dijo que hiciera? ¿Cuál fue la última visión que recibí en mi corazón? Cierra tus ojos y permítele al Espíritu Santo que traiga de nuevo a tu mente las cosas que Él te ha llamado a hacer, tal como lo hizo conmigo. Lo único que necesitas hacer es abrirle tu corazón —como Pedro— y declarar: “Señor, mándame a ir.
¡Estoy listo!”