En Salmos 64:3, David comparó las palabras con flechas. Los impíos, dijo: “Afilan su lengua como espada y lanzan como flechas palabras ponzoñosas” (NVI).
Hace algunos años, recordé esa comparación cuando me regalaron un arco y un set de flechas con puntas afiladas. Debido a su fuerza y el filo de las flechas, el arco es un arma letal. Por consiguiente, debo ser cuidadoso de cómo lo uso.
Mientras sostenga la cuerda del arco con mi mano, yo estoy en control de la flecha. Pero, en el momento en el que suelto la cuerda; ya no está más bajo mi control. La flecha simplemente se dirige hacia el lugar donde fue apuntada. No puedo detenerla, o bajarle la velocidad. Una vez lanzada, va por sí sola hacia su objetivo.
Y es así exactamente como son las palabras. Mientras las palabras estén en tu mente y en tu corazón, sin haberlas dicho, tienes tu mano sobre el arco. Está bajo tu control. Puedes bajar el arco y no dispararlo. Pero si sueltas la cuerda —declaras las palabras—, la flecha saldrá disparada. Y no habrá forma de detener esas Palabas que has dicho.
Y si tus palabras son “flechas mortales”, podrían causar daño no intencionado. Imagina que llevo mi arco al trabajo en la mañana, me enojo y empiezo a disparar flechas en todas las direcciones. ¿Qué crees que pasaría? En el momento en el que me tranquilizo, veo a la gente a mí alrededor, tirada en el suelo con flechas que los atraviesan.
Por supuesto, puedo correr a la primera víctima que encuentre y disculparme: “¡Oh, por favor perdóname, estaba enojado por algo. No era mi intención dispararte. No estaba ni siquiera pensando en ti. No te apuntaba, sólo comencé a disparar. ¡Lo siento!”.
Pero, ¡el problema es que sigues herido! Puedo quitarte la flecha, ponerte aceite y vino en la herida; sin embargo, no importa cuánto me disculpe, no puedo deshacer las palabras que te hirieron. Aun estás herido, y yo tendré que dar cuenta de esas palabras ociosas (Mateo 12:36).
Podemos evitar desastres como éste si obedecemos los principios de la Palabra de Dios. En Proverbios 15:28 vemos que: “El justo piensa bien, antes de responder; la boca de los impíos profiere malas palabras”. Y en Santiago 1:19, se nos pide que seamos: “…lentos para hablar…”.
Por tanto, la próxima vez que te sientas tentado a “disparar palabras con tu boca”, détente; y considera si tus palabras pueden convertirse en “flechas mortales”. Reflexiona en el efecto que tus palabras tendrán antes de decirlas. Y así, después, no tendrás que disculparte por lo que dijiste.