Hace algunos años, me encontraba en la habitación de un hotel preparándome para predicar, cuando de repente me asomé a la ventana, y observé algo que llamó mi atención: frente al hotel, unos pisos abajo, un hombre limpiaba la calle con una pequeña escoba y una pala para recoger basura. Si hubiera estado limpiando sólo la acera o la entrada del estacionamiento del hotel, quizá no lo habría notado. Pero él estaba limpiando ¡toda la calle!
Ése es un gran trabajo, pensé.
Considerando la longitud y el ancho de la calle, me pregunté cómo iba a lograrlo. Así que lo observé por unos momentos. No tardó en evidenciarse que su corazón no estaba enfocado en el trabajo. Permaneció limpiando el mismo lugar al menos por 20 minutos.
Al final, volví a centrar mi atención en prepararme para el servicio. Cuando volví a mirar por la ventana, ese hombre ya se había ido… dejando muy limpia una pequeña parte del pavimento.
Más tarde ese día, pensé de nuevo en la situación y en cómo ese hombre había avanzado con lentitud sobre ese pequeña área en la calle con su escoba y su recogedor, y de pronto recibí una revelación: ¡La fe obraría para ese hombre! Obraría para él, de la misma manera que para el presidente de los Estados Unidos.
Si tuviera fe en la Palabra de Dios y supiera cómo usarla, podría estar haciendo grandes cosas —cosas por las que en realidad estaría emocionado—. En lugar de ser un barrendero público sin motivación, podría ser alguien que mueve montañas en el reino de Dios. Él de cierto califica como uno de los “cualquiera” que Jesús mencionó en Marcos 11:23, cuando dijo: «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá».
Sé por experiencia propia que tener fe en la Palabra de Dios puede marcar una diferencia maravillosa en la vida de una persona; por tanto, allí en la habitación del hotel, oré por ese hombre. Le pedí a Dios que enviara a alguien a decirle que Jesús lo ama. También le pedí: «Señor, ¡manda a alguien a decirle que puede tener fe!».
Sabía que Dios respondería esa oración, pues Él tiene planes maravillosos para la vida de ese hombre. Él no deseaba que ese hombre permaneciera atrapado en un trabajo sin futuro y que tampoco disfruta. Dios no quería que ese hombre se quedara en un solo lugar, sin hacer nada y sin ir a ninguna parte.
Dios tiene un destino que ese hombre debe cumplir. También tiene una maratón divinamente designada que ese hombre debe correr. Una maratón que satisfará los deseos más profundos de su corazón. Una carrera que lo bendecirá más allá de cualquier cosa que pueda pedir o pensar, y que lo convertirá en una bendición para los demás en formas que ni siquiera ha visto en sus sueños más descabellados.
Participando para ganar
En realidad, gracias a que Dios nos ama a todos, Él planeó una maratón grandiosa y satisfactoria para cada uno de nosotros. Por esa razón, todos necesitamos tener fe. Si vamos a correr con éxito nuestra carrera, debemos tener la capacidad de hacer lo que Jesús dijo, y declarar la Palabra de Dios sobre los obstáculos que traten de estorbarnos. Necesitamos creer en nuestro corazón que todo lo que digamos se cumplirá.
Quizá tú digas: “Pero Gloria, es que yo, simplemente, no tengo esa clase de fe”.
Sí, la tienes.
La obtuviste cuando recibiste a Jesús como tu Señor y Salvador. Tu fe nació en tu interior en el momento que tú naciste de nuevo. Y Hebreos 12:2 lo confirma. En ese versículo leemos que Jesús mismo es el “Autor y el Consumador” de tu fe.
Jesús siempre hace una buena obra en todo lo que hace. Por tanto, puedes estar seguro que la fe que él depositó en ti es de la mayor calidad. También puedes estar seguro de que Él termina lo que empieza, y te ayudará a desarrollar tu fe hasta que sea tan fuerte, que cuando cruces la meta de tu vida en esta Tierra, puedas decir, al igual que el apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día» (2 Timoteo 4:7-8, RVR95).
Por supuesto que si tú en realidad deseas finalizar tu maratón de fe triunfando de esa manera, deberás poner todo tu corazón en ella. No puedes actuar como el barrendero público lo hizo ese día, y estar contento mientras avanzas a paso de caracol. Debes correr como si participaras para ganar. Necesitas estar determinado a llegar hasta el final, y correr con todo lo que tengas.
Como lo dijo una vez el gran escritor cristiano, Andrew Murray: «Debes juzgar todo lo que hay en tu vida bajo un solo estándar: ‘¿Me ayuda esto en la carrera?’».
En lo personal, pienso que ésa es una pregunta maravillosa —es una pregunta que todos nosotros, como creyentes, deberíamos formularnos con frecuencia—. Podemos hallar la respuesta a este interrogante con tan sólo buscar en la Biblia. La Palabra está llena de escrituras que nos enseñan cómo podemos correr mejor nuestra carrera. Tomemos como ejemplo Hebreos 12:1-2:
«Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe».
¿Alguna vez has visto cómo se preparan los velocistas o corredores de maratón? No se visten con ropas pesadas, mochilas o bolsas de compras. “Ellos hacen a un lado todo el peso”. Desechan todo lo que podría hacerlos ir más lento.
Como corredores espirituales, debemos hacer lo mismo. Tenemos que deshacernos de todo aquello en nuestra vida que pueda sacarnos del camino y tentarnos a pecar.
No deberíamos cargar con la basura del mundo. No deberíamos ver películas que glorifiquen la inmoralidad, o mirar programas de televisión que contengan obscenidades, adulterio, fornicación y toda clase de pecado. No deberíamos pararnos alrededor del dispensador de agua en la oficina a chismear o a coquetear con el cónyuge de alguien más.
Quizá digas: “Pero Gloria, ¡todo el mundo hace esas cosas!”.
¿Y qué? ¡El mundo está loco! Ellos no conocen a Dios, siguen a Satanás; y no pueden distinguir entre lo bueno y lo malo. Viven en tinieblas, y para ellos ¡pecar es normal!
¡Pero tú eres cristiano! Tú has nacido de la luz. Pecar no es algo normal para ti. Jamás serás feliz viviendo como el mundo vive. Jamás estarás satisfecho haciendo cosas que son contrarias a la Palabra de Dios. Esas cosas pueden traerte placer momentáneo, pero siempre terminan en miseria y muerte.
Por tanto, ¡aléjate de esos malos hábitos! Cuando te veas a ti mismo en el lugar incorrecto, hablando con las personas incorrectas, y te des cuenta que vas mal encaminado, corta la conversación y aléjate. Ve a un lugar con un ambiente más saludable y busca a alguien que conozca a Jesús para que puedas hablar.
Cuando te veas a ti mismo mirando alguna clase de “entretenimiento” que promueva el pecado y lo muestre como algo atractivo, apaga el televisor. Abre tu Biblia o sintoniza el programa La Voz de Victoria del Creyente. Invierte tiempo mirando y escuchando la Palabra.
Tus ojos y tus oídos son una puerta hacia tu corazón. Si los llenas con las cosas del diablo, los problemas vendrán. En cambio, si los llenas con la Palabra, la fe vendrá —y ¡fe es lo que tú quieres!—. Cuando la obtengas, podrás correr y ser el vencedor que Dios te creó para ser. Podrás vencer todo lo que el diablo intente lanzarte. Podrás triunfar sobre cualquier problema. ¡Porque ésa es la victoria que vence al mundo, nuestra fe! (1 Juan 5:4).
Mover el monte Everest puede requerir de tiempo
Otra instrucción importante que encontramos en Hebreos 12:1, la cual te ayudará a lo largo de tu carrera espiritual, es la siguiente: “Corre con paciencia”.
La paciencia es un fruto del espíritu (Gálatas 5:22-23). Junto con el amor, el gozo, la paz, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza; la paciencia surgió en ti cuando naciste de nuevo. La paciencia es una fuerza espiritual que te impide sucumbir ante las circunstancias negativas. La paciencia evitará que te rindas o que falles cuando te encuentres bajo presión; y hará que permanezcas firme y fuerte.
Kenneth llama a la fe y a la paciencia: “las gemelas poderosas”, debido a que la paciencia apoya a la fe y la mantiene activa. La paciencia mantiene fuerte nuestra fe, hasta que se cumple lo que hemos estado creyendo. Saber eso es importante porque, aunque la fe siempre produce resultados, éstos no siempre se ven en forma instantánea. Si así fuera, cada persona en el mundo viviría por fe.
Pero no es así como funciona. Los proyectos de fe frecuentemente toman tiempo.
Kenneth y yo descubrimos esa verdad cuando recién empezamos nuestra vida de fe. Una de las primeras cosas por las cuales le creímos a Dios fue por salir de las deudas. Eso sí que era ¡mover una montaña! Para nosotros, esa deuda lucía ¡tan grande como el Monte Everest!
Los acreedores llamaban, amenazándonos con demandarnos por no pagar. Manejábamos un auto viejo y descompuesto. Teníamos hijos que alimentar y muy poco dinero para vivir. Era una situación muy estresante. Sin embargo, tomamos nuestra postura de fe y permanecimos firmes en ella. No sólo dejamos de pedir dinero prestado, sino que fielmente declaramos la Palabra sobre la situación. Le hablamos a esa montaña de deudas y confesamos ¡que ya estaba pagada, en el nombre de Jesús!
Los meses transcurrieron y parecía que nada sucedía. Pero no nos rendimos ni dijimos: “Este tema de la fe no está funcionando”. Vamos y compremos un nuevo automóvil a crédito. En lugar de eso, permitimos que la paciencia apoyara a nuestra fe y, en menos de un año, todas las cuentas fueron pagadas. ¡Fuimos libres de deudas!
Y lo que es más importante, desde entonces hemos vivido libres de deuda. Hemos comprado casas y terrenos, hemos construido edificios en el ministerio, y hemos invertido millones de dólares predicando la Palabra de Dios sin adulteración por todo el mundo. Esto jamás lo habríamos logrado si no hubiéramos aprendido a correr con paciencia nuestra carrera de la fe.
Tampoco habríamos sido capaces de lograrlo, si no hubiéramos puesto la Palabra de Dios en primer lugar en nuestras vidas. Invertir tiempo en la Palabra es lo que mantiene fortalecidas la fe y la paciencia. Eso fue algo más que Kenneth y yo descubrimos a principios de nuestra vida de fe. Descubrimos que la Palabra de Dios es como la comida; puedes comer lo mismo una y otra vez, y siempre será buena para ti. Todo el tiempo te fortalecerá y hará que tu fe se incremente.
El año en que comenzamos a creerle a Dios por salir de las deudas, vivíamos en Tulsa Oklahoma, e íbamos a escuchar predicar al hermano Kenneth E. Hagin cada oportunidad que teníamos. En algunas ocasiones, asistíamos cada noche por tres semanas, y en cada reunión el hermano Hagin leía Marcos 11:22-24. Una y otra vez, él enseñaba cómo creerle a Dios, cómo obra la fe y cómo habla la fe.
Cuando no había ninguna reunión, Kenneth y yo escuchábamos en casa mensajes grabados en cintas del hermano Hagin. Escuché algunas enseñanzas muchas veces, y tomaba tantas notas de esos mensajes que casi los trascribía por completo.
Cuando nos mudamos a Fort Worth, Texas, e iniciamos nuestro ministerio, viajábamos a Tulsa para escuchar al hermano Hagin predicar acerca de la fe. No lo hacíamos porque necesariamente pensáramos que iba a decirnos algo nuevo. Asistíamos porque estábamos enfrentando obstáculos y necesitábamos alimentarnos de la Palabra.
La mayoría del tiempo —en especial durante nuestro primer año en el ministerio— nos obligábamos a asistir a esos seminarios de fe porque necesitábamos animarnos. Había imposibilidades que nos desafiaban y sentíamos su presión. Y aunque sabíamos que la Palabra de Dios podía vencer esas imposibilidades, las circunstancias nos habían abrumado y necesitábamos que nuestra fe se agitara.
Pero una vez más, el hermano Hagin nos leía Marcos 11:23. Mientras escuchábamos por enésima vez sus maravillosos mensajes llenos de la Palabra, nuestra fe se refrescaba y nuestro pensamiento se alineaba con la Palabra.
La Palabra tiene un asombroso poder para corregir tu curso ¡y mantenerte allí!
Cuando los seminarios terminaban, volvíamos a casa creyendo en Dios más que nunca y declarábamos: “¡Sí! ¡Podemos mover esa montaña! Podemos lograrlo por fe. Sólo debemos decir lo que Dios dice, hacer lo que nos dice, y negarnos a renunciar hasta que aquello por lo que estamos creyendo, ¡se cumpla!”.
Kenneth y yo aún actuamos de esa manera, incluso después de más de 45 años en el ministerio. Todavía amamos escuchar a las personas predicando acerca de la fe. Recibimos tanto de las Convenciones de creyentes como lo hacen los demás. Sencillamente algo especial nos sucede cuando nos reunimos con otros creyentes a escuchar la Palabra de Dios.
No sólo nos alimentamos de la Palabra en las reuniones de creyentes. También leemos y meditamos la Palabra en casa. Kenneth y yo invertimos tiempo cada día en la Palabra porque: «la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios» (Romanos 10:17).
UNA DOSIS DIARIA DE LA PALABRA DE DIOS ES LA CLAVE ¡PARA DISFRUTAR DE UNA VIDA VICTORIOSA!
Por lo tanto, jamás seas negligente con respecto a la Palabra. Apégate a ella. Aliméntate de ella, declárala y actúa conforme a ella. Haz a un lado todo lo que pueda estorbarte, y activa en tu vida el poder de las gemelas: la fe y la paciencia.
Dios tiene grandes cosas que debes cumplir. Tiene preparada para ti una carrera emocionante. Es una carrera que satisfará los deseos más profundos de tu corazón, te bendecirá más allá de lo que puedas pedir o pensar, hará que todo sea posible, y te convertirá en una bendición para los demás en formas que ni siquiera jamás has podido soñar.
¡Ésta es una carrera, y naciste para ganarla!