Cuando mi nieto Max era un niñito pequeño, hizo algo bastante inusual. Por sí mismo fue a la cocina, encontró el cucharón de madera con la que sus padres algunas veces lo disciplinaban y se la llevó a su mamá.
Luego de confesarle que en cierta área le había desobedecido con frecuencia, le dijo: “Mamá, sé que está mal hacerlo, pero de todas maneras lo he hecho, así que necesito que me disciplines.”
¡Max es el único niño que conozco que haya hecho eso! Él es la única persona que a tan temprana edad se dio cuenta que, someterse a la disciplina, es mejor que seguir atrapado en la desobediencia. Se dio cuenta que ser corregido (aun si duele un poco) es mejor que permitirse ser arrasado por el pecado.
Esta no es una lección fácil de aprender. Muchas personas vivirán toda una vida sin aprenderla, o frecuentemente se olvidarán de ella; también nos incluye a algunos de nosotros, que relativamente somos creyentes maduros.
Si no prestamos atención, podemos olvidarnos de la importancia de buscar la corrección de nuestro Padre celestial. Podemos volvernos tan informales en nuestra actitud hacia Sus mandamientos que, en lugar de acudir a Él en busca de ayuda cuando los violamos, actuamos como si desobedecerlo no fuera gran cosa.
Déjame decirte algo: ¡esa es una actitud muy peligrosa! Desobedecer al SEÑOR siempre es un gran problema. Desobedecer Sus mandamientos es pecado, y el pecado es mortal. El pecado le abre la puerta al diablo para que entre en tu vida a robar, matar y destruir. El pecado te impedirá caminar en LA BENDICIÓN de Dios y hará que caigas presa de la maldición.
“Pero, hermano Copeland” podrías decir, “yo soy un creyente; ¿no dice en la Biblia que he sido redimido de la maldición?”
Sí, es correcto. En Gálatas 3:13 dice que «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición.» También continúa diciendo: «para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu.» (versículo 14).
¡Esos dos versículos le dan un gran valor a la fe!
Lo que dicen es que: “por la fe” recibes redención y la promesa del Espíritu. A través de la fe te conectas con LA BENDICIÓN de Abraham y experimentas sus beneficios en cada área de tu vida.
¡En otras palabras, la fe es lo que se interpone entre ti y la maldición! La fe es lo que continuamente te libera de los efectos de la maldición y las cosas horribles que ésta conlleva.
Esa es una de las razones por la que no debes ser perezoso cuando se trate de lidiar con el pecado. El pecado impedirá que la fe funcione. ¿Por qué? Porque: «la fe… obra por el amor.» (Gálatas 5:6), y el pecado siempre viola la ley del amor. Las escrituras lo confirman: «Porque toda la ley se cumple en esta sola palabra: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Gálatas 5:14).
«No adulterarás», «no matarás», «no hurtarás», «no dirás falso testimonio», «no codiciarás», y cualquier otro mandamiento, se resume en esta sentencia: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» El amor no hace daño a nadie. De modo que el amor es el cumplimiento de la ley.» (Romanos 13:9-10).
No es una sugerencia, sino una ley
Esto es algo que como creyentes necesitamos entender si queremos caminar en la plenitud de LA BENDICIÓN: para nosotros, caminar en amor no es tan solo una sugerencia. Es una ley espiritual. Es nuestro mandamiento del Nuevo Pacto, y obedecerlo es un asunto de suma delicadeza.
¿Cuán serio? Lee Deuteronomio 28 y lo verás. Allí, Dios le dijo a los Israelitas después da entregarles los Mandamientos del Pacto Antiguo que su obediencia o desobediencia significaría la diferencia entre una vida BENDECIDA y una vida maldita. Él dijo:
«Si tú escuchas con atención la voz del Señor tu Dios, y cumples y pones en práctica todos los mandamientos que hoy te mando cumplir… todas estas bendiciones vendrán sobre ti, y te alcanzarán… Si no oyes la voz del Señor tu Dios ni procuras cumplir todos los mandamientos y estatutos que hoy te mando cumplir, vendrán sobre ti, y te alcanzarán, todas estas maldiciones.» (Deuteronomio 28:1-2, 15).
Esas palabras todavía aplican para nosotros como Su pueblo hoy en día. A pesar de vivir bajo un mejor pacto, nosotros, al igual que los israelitas, tenemos un mandamiento que debemos cumplir. Si obedecemos el mandamiento del amor, la fe podrá florecer en nuestro corazón y podremos recibir todo lo que Dios ya ha provisto para nosotros. Podremos creer Su PALABRA y Sus BENDICIONES vendrán sobre nosotros y nos alcanzarán.
Por el contrario, si nos rehusamos a obedecer el mandamiento de Jesús de caminar en amor, nuestra fe fallará. No podremos creer para recibir todas las BENDICIONES de Dios. En su lugar, comenzaremos a experimentar los efectos de la maldición, la cual comenzará a venir sobre nosotros y a alcanzarnos, no porque Dios nos esté castigando, sino porque la maldición todavía está allí fuera, y alcanzará a cualquier persona que no esté protegida por la fe que obra por medio del amor.
Es por esto que Jesús enseñó tanto acerca del perdón. En Marcos 11, cuando estaba enseñando la oración de fe, dijo: «Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas.» (versículos 24-25).
La falta de perdón viola la ley del amor. Por lo tanto, la fe no funcionará en un corazón que no perdona. La falta de perdón envenenará la fe.
“Bueno” podrías decir, “pueda que eso sea cierto, pero siento que tengo el derecho de estar enojado con algunas personas en mi vida. Me han tratado tan mal que no tengo deseos de perdonarlas”.
Entonces, mejor ve a tu Padre celestial y pídele que te ayude a lidiar con esa actitud de desobediencia. Necesitas arrepentirte y recibir la gracia necesaria para perdonar, porque rehusarte a hacerlo está teniendo un efecto mortal en tu vida.
Para entender lo que estoy diciéndote, piensa al respecto en términos naturales. Piensa en lo que harías, por ejemplo, si desarrollaras un problema cardíaco y en tu visita al doctor, éste identificara que una comida en particular está causando un envenenamiento. Cuando él te dijera: “¡Deja de comer eso! ¡Tu cuerpo está reaccionando mal a ese alimento y está destruyendo tu corazón!”, ¿cómo le responderías?
¿Le dirías que es tu derecho comer esa comida? ¿Le dirías: “Disfruto comer eso y no tengo deseo alguno de dejarlo”? Claro que no, ¡eso sería muy ingenuo de tu parte! Si crees que el diagnóstico del doctor es el correcto, obedecerás sus instrucciones. Inmediatamente dejarías de comer ese alimento que te está matando, y comenzarías a comer las cosas que te ayudarán a restaurar tu corazón y a recuperar tu salud.
Espiritualmente hablando, querrás operar con la misma clase de sabiduría porque tu espíritu funciona muy parecido a tu cuerpo. Cuando lo alimentas de LA PALABRA de Dios, éste tomará La PALABRA y la transformará en la fe necesaria para caminar en LA BENDICIÓN. Por ejemplo: cuando te alimentas con escrituras de sanidad, tu espíritu producirá fe para la sanidad. Cuando te alimentas de escrituras de prosperidad, éste producirá fe para prosperidad.
Sin embargo, cuando le das lugar a falta de perdón, tu fe se contamina. Tu espíritu se debilita y tu alma sufre un daño porque no estás espiritualmente diseñado para operar con la contaminación de la falta de perdón. Has sido diseñado por Dios para operar en amor.
Deshazte de todo
Yo lo he aprendido por experiencia propia. Si le pides a Dios que te corrija en cuanto a tu caminar en amor, no solamente te ayudará a lidiar con las áreas obvias de falta de perdón en tu vida, sino que comenzará a limpiar las esquinas. Te ayudará a deshacerte de la falta de perdón que no sabías que tenías.
¡Él lo hizo tal cual por mí un día, no hace mucho tiempo, cuando estaba mirando un documental de la Guerra Civil en la televisión! Como gran aficionado de la historia, había estado disfrutando muchísimo del programa hasta que llegó la parte acerca del General Tecumseh Sherman. En el momento que su rostro apareció en pantalla, la primera cosa en la que pensé fue en su famoso dicho: “El único indio bueno es el indio muerto”.
Debido a mi linaje indígena, me enfurecí momentáneamente, cuando me percaté de lo que estaba sucediendo. Había estado enojado con este hombre desde niño, ¡y ni siquiera era consciente de ello!
“¿No crees que es tiempo de que lo perdones?”, me preguntó el SEÑOR.
“¡Sí!” le respondí, e inmediatamente procedí a hacerlo.
Pude notar la diferencia de inmediato. Aun a pesar de que no había pensado en ese hombre durante muchos años, perdonarlo me alegró. Además, el SEÑOR comenzó a hablarme de él, y me compartió algunas cosas que me ayudaron. Eran cosas que necesitaba entender.
¡Esto es algo muy importante!
Puede que tengas algo en contra de una ciudad. Puede que estés enojado con la ciudad de San Francisco porque es demasiado liberal. Puedes tener algo en contra de algunos políticos. Si es así, mejor ve delante del Señor y lidia con esos asuntos. Es mejor que perdones a San Francisco y a esos políticos si son un problema para ti.
“¡Bueno, es que no me gustan!”
¡Ni siquiera los conoces! Es posible que no te gusten sus políticas, y eso está bien. No es obligatorio que te gusten sus políticas. Sin embargo, si quieres caminar en la plenitud de LA BENDICIÓN, es mejor que hagas algo acerca del odio que tienes hacia ellos como individuos.
“Pero ¡yo no los odio!”, podrías decir.
Si no los has perdonado, sí los odias.
“Bueno, hermano Copeland, me lo estás haciendo muy difícil.”
No, simplemente te estoy diciendo la verdad. La falta de perdón, en cualquiera de sus expresiones, es un paso por fuera del amor hacia el odio, y le abrirá la puerta a la destrucción en tu vida. ¡Te costará más de lo que estés dispuesto a pagar, y no valdrá la pena!
En algún momento, en medio de la noche, te golpeará una situación en la que necesitarás de la fe. Sucederá algo que te tomará por sorpresa y necesitarás responderle instantáneamente, creyéndole a Dios y declarando palabras llenas de fe.
Sin embargo, no estarás listo para hacerlo si has estado cargando con la falta de perdón. Estarás demasiado débil espiritualmente. Debido al veneno espiritual que contamina tu sistema, tu fe fallará cuando más la necesites.
Esto es lo que hace que la falta de perdón sea un asunto tan peligroso.
Es posible que vayas por la vida, asumiendo que todo está en orden. Es posible que ni siquiera estés pensando en las personas que te has rehusado a perdonar. Y aunque no te des cuenta, esa falta de perdón está obrando en ti. Está enfermándote espiritualmente.
Y como si eso fuera poco, si la falta de perdón es contra otros miembros del Cuerpo de Cristo, estamos hablando de un ataque en contra del mismo Jesús. Para Él es algo personal, porque como lo dijo en Mateo 25:40: «De cierto les digo que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron.» Mira Hechos 9:4-5: «y que lo hizo rodar por tierra, mientras oía una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Y él contestó: «¿Quién eres, Señor?» Y la voz le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues…» Jesús dijo que lo estaba persiguiendo a Él.
Eso significa que, si dices algo malo acerca de un compañero creyente, simplemente lo dijiste acerca de Jesús. Si mantienes la falta de perdón contra un hermano o hermana en el Señor, lo estás persiguiendo a Él.
¡Esto es más serio de lo que la gente se imagina! Una vez que lo entiendas en su totalidad, serás como mi nieto Max. Tendrá que acabar, ¡ahora mismo! Irás delante del SEÑOR Jesús y le dirás que no lo perseguirás más al guardar ofensas en contra de alguien. Te comprometerás con Él a perdonar a cualquier persona y a todo el mundo, todo el tiempo.
“Pero, hermano Copeland, ¡no tengo la fortaleza para hacerlo!”
Es cierto, por ti mismo, no la tienes. Pero no estás solo. Estás en esto junto a Tu Padre celestial. Tienes a Su amor obrando en ti. Tienes a Su Espíritu dándote poder. Tienes en tu interior a Su habilidad de perdonar.
También tienes Su Libro para edificar tu fe, enseñarte y corregirte. Así que, aprovéchalo. Ten suficiente confianza en el amor de tu Padre por ti para hacer lo que el pequeño Max hizo. Toma el Libro, llévaselo al SEÑOR y pídele que te castigue de ser necesario.
Te lo digo por experiencia propia: ¡te sentirás feliz de haberlo hecho!