Muchos creyentes tienen la idea incorrecta de que recibir sanidad de parte Dios es difícil.
No sé de dónde sacaron esa idea. Lo más probable es que la incorporaron a través de la tradición religiosa. Pero una cosa es segura: ciertamente no la obtuvieron de la Biblia.
La Biblia no dice nada acerca de que sea difícil recibir sanidad de parte del Señor. ¡Todo lo contrario! Dice: «El Señor es compasivo y lleno de ternura [lo que significa dispuesto a mostrar favores]; lento para la ira y grande en misericordia. El Señor es bueno con todos, y se compadece de toda su creación.» (Salmo 145:8-9).
¿Suena como alguien de quien sería difícil recibir?
¡No, por el contrario, parece alguien de quien recibir es fácil! Suena como alguien que es tierno de corazón, fácil de invocar y ansioso por bendecir a cualquiera que se le acerque. Alguien que, en el lenguaje de hoy, podría llamarse: “generoso”.
Pueda que no estés acostumbrado a pensar en Dios en esos términos, pero así es Él. Incluso en los tiempos del Antiguo Testamento, Él siempre sanó a Su pueblo cuando le dieron la oportunidad de hacerlo. Siempre estaba tratando de hacer que le creyeran para poder manifestar Su bondad en sus vidas.
¡Por eso Jesús hizo las cosas que hizo en el Nuevo Testamento! Él es como Su Padre celestial, por lo que estaba dispuesto a mostrar favor a la gente. Suplicarle era tan fácil que, cada vez que alguien en necesidad se le acercaba, Él los ayudaba. Ungido con el Espíritu Santo y con poder, como dice Hechos 10:38: «anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» No hay una sola instancia registrada en el Nuevo Testamento donde Jesús hizo de la sanidad algo complicado. Nunca rechazó a nadie ni les dijo que eran demasiado pecadores o que estaban tan mal que no podía hacer nada por ellos.
¡Todo lo contrario! Jesús predicó el mismo emocionante mensaje para todos. No importaba quiénes fueran o cuán imposible fuera su situación. Le dijo a la gente dondequiera que fue: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!» (Lucas 4:18; Marcos 1:15).
«Jesús recorría toda Galilea. Enseñaba en las sinagogas de ellos, predicaba el evangelio del reino, y sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.» (Mateo 4:23).
Nota que el último versículo dice que Jesús sanó toda enfermedad y toda dolencia. Sanó de todo un poco, desde ojos ciegos hasta miembros retorcidos y cánceres terminales. Incluso, al mutilado, lo hizo pleno (lo que significa que restauró partes del cuerpo que le faltaban). Adicionalmente, en los peores casos, siempre hizo que para las personas fuera fácil recibir.
¡Esas son buenas noticias para nosotros!
Significa que no tenemos que desesperarnos si recibimos un mal diagnóstico del médico. No tenemos que estar de acuerdo con él si dice que vamos a morir de alguna enfermedad incurable. Podemos buscar a Jesús, el Gran Médico, por nuestra sanidad, sabiendo que Él puede curar cualquier cosa. Puede reparar partes del cuerpo dañadas y, si es necesario, proporcionarnos otras totalmente nuevas. ¡Él puede darnos un corazón nuevo o un hígado nuevo o riñones nuevos porque Él fue el que hizo esos órganos en primera instancia y es fácil para Él reemplazarlos!
Además, es fácil de recibir de Su parte porque Él sigue siendo el mismo hoy como lo fue hace 2000 años cuando caminó sobre la Tierra.
Hechos 1:9-11 nos lo confirma. Dice que cuando Jesús ascendió al cielo después de la resurrección, cuando Sus discípulos lo vieron desaparecer en las nubes, dos ángeles se les aparecieron y dijeron: «Varones galileos, ¿por qué están mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ustedes han visto irse al cielo, vendrá de la misma manera…»
Una vez estaba leyendo ese versículo y esta revelación me impactó: si Jesús será el mismo cuando regrese como lo era cuando se fue, entonces todavía es el mismo en este instante. Todavía es fácil de invocarlo y rápido para sanar. Está listo para hacer en medio de nuestra generación aquello que hizo en la Biblia.
«Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos.» (Hebreos 13:8).
¡Él todavía es “el mismo Jesús”!
El tiempo de la sanidad es siempre ahora mismo
Una de las cosas maravillosas que vemos acerca de Jesús en los Evangelios es que Él siempre respondió de inmediato cuando las personas acudían a Él para recibir sanidad. Él nunca lo postergó. Él nunca les dijo que tenían que permanecer enfermos por un tiempo porque Dios estaba tratando de enseñarles algo. Ni siquiera hizo que la gente esperara porque estaba demasiado ocupado o porque no era un momento oportuno.
No; Jesús ministró el poder de Dios a las personas en el momento en que se le acercaron. No importa dónde estuviera o qué estuviera haciendo: Él los sanó inmediatamente, allí mismo.
Por ejemplo, Lucas 4:38-39 cuenta acerca de una ocasión en que fue a la casa de Pedro y encontró a la suegra de enferma con una fiebre muy alta. Aunque Él había ido principalmente a descansar y a cenar, cuando la familia le pidió que ayudara a su madre enferma, Él hizo que Su primera prioridad fuera sanarla. «Él se inclinó hacia ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al instante, ella se levantó y comenzó a atenderlos.»
En Lucas 5:12-13 Él respondió de la misma manera cuando se encontró con el leproso. Él identificó la necesidad del hombre de inmediato. Aunque en lo natural ese hombre era un caso perdido; a pesar de que su cuerpo estaba plagado con la enfermedad. En el momento en que vio a Jesús, «se arrodilló y, rostro en tierra, le rogaba: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» Entonces Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» Y al instante se le quitó la lepra.» (énfasis del autor).
En Marcos 10:47-52 vemos repetirse el mismo patrón en la historia del ciego Bartimeo. Probablemente has oído hablar de él. Estaba sentado junto a la carretera rogando un día, cuando Jesús y sus discípulos pasaron por Jericó:
«Cuando éste supo que quien venía era Jesús de Nazaret, comenzó a gritar y a decir: «Jesús, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!» Muchos lo reprendían para que callara, pero él gritaba con más fuerza: «Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!» Jesús se detuvo y mandó que lo llamaran. Los que llamaron al ciego le dijeron: «¡Mucho ánimo! ¡Levántate, que Jesús te llama!» Arrojando su capa, el ciego dio un salto y se acercó a Jesús, y Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le respondió: «Maestro, quiero recobrar la vista.» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y enseguida el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús en el camino.»
¡Amo esa imagen de Jesús! Él es el Hijo de Dios, el Mesías Ungido, y ese día en Jericó Él iba en camino a hacer algo importante. Tenía multitudes que lo seguían y una misión que cumplir. Sin embargo, escuchó un grito de fe proveniente de un mendigo ciego que lo detuvo en seco.
Todos los demás le habían dicho a ese mendigo que se callara. No pensaron que él era importante. Pero Jesús pensó que Bartimeo era tan importante que lo llamó y le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” (versículo 51). ¿No es asombroso? En lugar de decirle a Bartimeo qué hacer, Jesús dejó que Bartimeo le dijera qué hacer. Y acto seguido, ¡hizo lo que Bartimeo le pidió!
Lo mismo sucedió en Lucas 7 en la historia sobre el centurión. Él vino a Jesús con fe y, aquello que le pidió, Jesús hizo. ¡Ese hombre ni siquiera era un israelita! Era un gentil, un oficial en el ejército romano. Sin embargo, según Mateo 8:
Al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión, y le rogó: «Señor, mi criado yace en casa, paralítico y con muchos sufrimientos.» Jesús le dijo: «Iré a sanarlo.» El centurión le respondió: «Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que mi criado sane. Porque yo también estoy bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes. Si a uno le digo que vaya, va; y si a otro le digo que venga, viene; y si le digo a mi siervo: “Haz esto”, lo hace.» Al oír esto Jesús, se quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «De cierto les digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe
Luego dijo Jesús al centurión: «Ve, y que se haga contigo tal y como has creído.» Y en ese mismo momento el criado del centurión quedó sano.» (versículos 5-10,13).
Créelo, Decláralo, Actúa y Recibe
¡A eso llamo algo simple! En cada una de esas situaciones, Jesús fue tan fácil de convencer que cualquier cosa que dijera la gente, eso fue lo que hizo. Bartimeo dijo: «Maestro, quiero recobrar la vista.», y Jesús se la dio de inmediato. El leproso dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» y Jesús inmediatamente dijo: «Se limpio.» El centurión dijo: «una sola palabra tuya bastará para que mi criado sane», Jesús la declaró, e inmediatamente el siervo fue sanado.
Así de fácil fue recibir de parte de Jesús cuando estuvo en la Tierra. Y así de fácil es recibir de ese mismo Jesús hoy en día.
“Pero esas son instancias aisladas”, podrías decir. “Jesús no ministró sanidad con tanta libertad a todos.”
¡Sí, lo hizo! Los Evangelios lo atestiguan una y otra vez. Leemos:
«Mientras Jesús estaba en el templo, algunos ciegos y cojos se acercaron, y él los sanó.» (Mateo 21:14)
«Al caer la noche, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su sola palabra, expulsó a los demonios y sanó a todos los enfermos.» (Mateo 8:16)
«Su fama se difundió por toda Siria, así que le llevaron a todos los que tenían dolencias, a los que sufrían de diversas enfermedades y tormentos, y a los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y él los sanó.» (Mateo 4:24)
«mucha gente lo siguió, y él los sanó a todos» (Mateo 12:15)
¡Y eso fue antes de que Jesús terminara Su obra redentora y nos librara del pecado y la maldición! Eso fue antes de que Él se convirtiera en nuestro sustituto en la Cruz y cargara con todas nuestras enfermedades y dolores.
Incluso durante Su vida terrenal, la enfermedad y las dolencias no fueron ningún problema para Jesús. Sanó a la gente de todas las cosas desagradables que el diablo les había puesto. ¿Cuánto más fácil es ahora para Él que ha sido crucificado, ha resucitado de entre los muertos y que le ha sido entregado todo el poder y autoridad?
Cuando Jesús resucitó, ¡despojó a Satanás de todo lo que tenía! Le quitó las llaves del infierno y la muerte. El diablo ya no tiene esas llaves. Él no puede cerrar la puerta a tu sanidad ni a la de nadie más. Él no tiene el poder.
Lo único que puede hacer ahora es tratar de convencerte para que creas algo que no sea la Palabra de Dios. Eso fue lo que hizo con la gente de Nazaret en los Evangelios. Los convenció de que dudaran de que Jesús había sido Ungido y los dejó atascados en el hecho de que habían conocido a Jesús desde que era un niño. Al negarse a poner su fe en Él, aunque Jesús se esforzó por ministrarles, «…Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos; y… se quedó asombrado de la incredulidad de ellos» (Marcos 6:5-6).
¡No quieres encontrarte en ese tipo de situación! No quieres que Jesús se maraville de tu incredulidad. Quieres ser como las otras personas que hemos visto que creyeron y recibieron. Quieres ser como la mujer de Marcos 5 que se curó del flujo de sangre. ¡Esa mujer es una de mis personas favoritas en el Nuevo Testamento!
Ella es un gran ejemplo de fe a seguir. Ella no sólo creía que Jesús estaba Ungido para sanar; ella lo confesaba por fe. A pesar de que había estado enferma durante 12 años con un problema de flujo de sangre incurable, ella seguía diciendo: «Si alcanzo a tocar aunque sea su manto, me sanaré.» (versículo 28).
Luego ella se levantó y tomó cartas en el asunto. Ella fue a buscar a Jesús, presionó a través de la multitud que lo rodeaba y tocó el borde de Su manto. ¿Qué ocurrió como resultado? Ella obtuvo lo que dijo. «Y tan pronto como tocó el manto de Jesús, su hemorragia se detuvo, por lo que sintió en su cuerpo que había quedado sana de esa enfermedad.» (versículo 29).
¡Piénsalo! Esa mujer ni siquiera le pidió a Jesús que la sanara. Ella ni siquiera esperó a que Él le diera una palabra especial. Ella simplemente lo tocó con fe, y la Unción que estaba en Él y sobre Él fluyó hacia ella, sanándola.
¡Así de fácil es recibir de parte de Jesús! Fue fácil para ella, y puede ser de la misma manera para ti.
Aunque Jesús ya no está aquí en la carne, por el poder del Espíritu Santo, Su unción para sanar está siempre presente. Está en todas partes, todo el tiempo, listo para fluir en ti. ¡Ni siquiera tienes que ir a ningún lado para encontrarlo! Puedes despertar en la mitad de la noche, liberar tu fe y esa unción estará presente.
Entonces, conéctate por medio de la fe. Sé cómo la mujer con el flujo de la sangre. Cree en la Palabra, declárala, actúa de acuerdo a lo que dices y recíbelo… ¡y el poder sanador de este mismo Jesús se liberará en ti!