Has orado alguna vez por una necesidad persistente en tu vida y has querido preguntarle al SEÑOR: “¿Alguna vez harás algo para solucionar esta situación?”
Si es así, quiero que prestes mucha atención, porque te responderé esa pregunta. Te diré algo que te dará una libertad tal, que ya no tendrás que preguntarlo otra vez.
Dios ya ha hecho todo lo que debía hacer para suplir tus necesidades.
“¡Oh no, hermano Copeland! ¿Estás diciendo que Dios no me sanará de esta enfermedad con la que he estado luchando? ¿Quieres decir que no me proveerá el dinero que necesito para pagar esas cuentas?”
Eso no fue lo que dije. Dije que Él ya lo hizo.
Cuando Él envió a Jesús a la cruz y lo resucitó de entre los muertos, Dios proveyó todo lo que alguna vez pudieras necesitar para vivir una vida victoriosa y abundante. La única cosa que queda por hacer es recibirlo.
¿Cómo?
Haciendo lo mismo que hiciste cuando recibiste el nuevo nacimiento. Estoy seguro que recuerdas cómo lo hiciste. Simplemente escuchaste el evangelio, creíste que la salvación ya ha sido provista por medio de Jesús y lo confesaste como SEÑOR. Creíste en la PALABRA de Dios y naciste de nuevo por fe.
La fe no le pregunta a Dios cosas como: “¿Cuándo harás algo por mí?” Simplemente dice lo contrario. Como Romanos 10 lo expresa:
«Pero la justicia que se basa en la fe dice así: «No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Es decir, para hacer que Cristo baje.) ¿O quién bajará al abismo? (Es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos.)» Lo que dice es: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación… Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios» (versículos 6-10, 17).
De esta manera es como recibimos todo lo que Jesús ya ha provisto — desde la sanidad a la prosperidad, hasta cualquier otro aspecto de LA BENDICIÓN de Dios. Nosotros escuchamos lo que la PALABRA dice al respecto y mientras oímos la PALABRA, la fe llega. Se levanta en nuestro corazón hasta que se derrama a través de las palabras de nuestra boca y produce el resultado deseado.
Puedes ver un ejemplo de este proceso en funcionamiento en Mateo 9. Este narra la historia de una mujer que fue sanada de hemorragias. Probablemente has leído acerca de ella. Ella estuvo enferma durante 12 años, gastó todo su dinero en doctores y simplemente seguía empeorando.
Después, un día escuchó las buenas nuevas acerca de Jesús. Ella escuchó La PALABRA que Él predicaba acerca de cómo estaba Ungido por Dios para sanar al enfermo, y comenzó a meditar al respecto. Comenzó a decirse: «Si tan solo alcanzo a tocar su manto, me sanaré.» (versículo 21).
Mientras más lo dijo, más fe tuvo. Eventualmente, su fe se fortaleció a tal nivel, que se levantó y actuó basada en ella. Logró atravesar la multitud donde Jesús estaba predicando, tocó su manto e inmediatamente fue sanada.
“Sí, pero la situación de esa mujer era única”, podrías decir. “Ella fue sanada porque Jesús estaba allí parado”.
No, no fue así. Ella fue sanada porque tenía fe en La PALABRA. Jesús lo confirmó. Él le dijo: «Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado» (versículo 22).
Tu fe hará lo mismo por ti. Te capacitará para recibir de parte de Dios cualquier cosa que se necesite para que seas pleno en cualquier área de tu vida. Tampoco necesitas que Jesús esté parado a tu lado para conseguirlo. Solamente necesitas tu Biblia y una buena predicación de fe — porque así es como llega la fe. Esta llega por escuchar, y escuchar por la PALABRA de Dios.
Las palabras son el botón de encendido
Como el hermano Hagin solía decir: “Puedes enseñarte fe a ti mismo al confesar y meditar en las Escrituras”. Puedes llenar tu corazón tanto de la PALABRA que, cuando enfrentes una necesidad, las primeras palabras que salgan de tu boca sean palabras de fe.
Eso es importante porque las palabras son el botón de encendido para recibir de parte de Dios.
Recuerdo una experiencia en particular que tuve hace varios años. Sucedió cuando estábamos comenzando el ministerio. Había regresado de predicar por fuera de la ciudad durante tres semanas, y yo me había quedado levantado hasta tarde disfrutando el regreso a casa. Cuando finalmente decidí irme a acostar, apagué la luz y caminé a través de la sala a oscuras. Me había olvidado de que el sillón verde estaba en mi camino y me golpeé contra él con mucha fuerza.
¡Qué dolor! Escuché un crujido e inmediatamente supe que me había roto un dedo del pie. Conociendo el poder de las palabras en un momento como ese, exclamé: “¡Jesús, te alabo! ¡Gloria a Dios! ¡Aleluya!”
Y continúe por unos instantes declarando la PALABRA de Dios sobre mi dedo para luego irme a acostar. Pude dormir por fe; sin embargo, en la mañana, cuando me desperté, el diablo estaba ahí esperándome. Tan pronto abrí mis ojos, me dijo: “¡Mejor mira ese dedo! ¡Está de color azul y negro!”
Basado en la palpitación que subía, sabía que probablemente era correcto, pero me negué a observarlo. Hasta cerré mis ojos mientras me ponía las medias. Fui a la cocina donde Gloria estaba preparando el desayuno y por supuesto, lo primero que quería decirle era: “¡Gloria, mi dedo está roto y el dolor es terrible!”
Sin embargo, sabía que si ella se ponía de acuerdo conmigo, estaría en problemas, porque las leyes espirituales funcionan de esa manera. Así que solamente le dije: “Gloria, pateé la silla anoche en la oscuridad, y en el Nombre del Señor Jesús de Nazareth, creo que recibo mi sanidad”.
Ella dijo: “Estoy de acuerdo con eso”, se dio la vuelta y me impuso las manos.
Yo tenía una cita esa misma mañana para ir a ver un avión monoplaza que estaba interesado en comprar para el ministerio, así que después de desayunar, conduje hasta el aeropuerto. Por todo el camino mi dedo me habló acerca de lo mal que estaba. Así que yo le respondí. Le dije que, por las llagas de Jesús, estaba sano.
Cuando llegué al aeropuerto y entré a la oficina, la recepcionista notó que estaba cojeando y me preguntó qué me había pasado: “Anoche me golpeé con una silla y me rompí el dedo”, le dije. “Pero, Jesús dijo cuando estaba en la Tierra: «Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá». Por lo tanto, yo creo que mi dedo está sano”.
Ella salió tan rápido como le fue posible, y yo me dirigí hacia el lugar donde el avión estaba estacionado. Estaba muy lejos y ciertamente no iba a caminar, así que conduje el auto diciéndome todo el tiempo: ¡Gloria a Dios! ¡Creo que recibo mi sanidad! Tengo un dedo sano. Amén.
¿Por qué te estoy diciendo todo esto? Porque así es como luce el vivir por fe.
Cuando me bajé del auto para mirar el avión, al instante que apoyé el pie en el piso, me di cuenta de que el dolor se había ido. Mi sanidad se había manifestado y mi dedo estaba perfecto.
Mantente subiendo la temperatura
¡Esa es la razón por la que necesitas meditar constantemente en las escrituras! Debes estar preparado espiritualmente para esa clase de situaciones. Aun si eres demasiado inteligente para golpearte con una silla en la oscuridad y romperte el dedo, alguna vez enfrentarás alguna clase de problema en este mundo y, cuando lo hagas, quieres estar listo para responder en fe.
La fe es el conector. Te conecta a ti y a lo que Dios ya ha provisto para ti, y llega por un estudio constante, diligente, lleno de oración y al alimentarse de La PALABRA de Dios.
“Pero hermano Copeland, yo he pasado tiempo en La PALABRA, y hasta el momento la fe no ha llegado”. Sí lo ha hecho. Simplemente necesitas continuar con el programa. Mantente leyendo tu Biblia, escuchando CDs y mirando los DVDs de La PALABRA predicada. Mantente meditando lo que Dios dice y llamando las cosas que no son, como si fueran. Continúa llamándote sano y no enfermo; próspero, en lugar de quebrado; victorioso y no derrotado. Mientras continúas haciendo eso, la fe continuará llegando. Continuará en ebullición en tu espíritu, cada vez más alto, hasta que eventualmente se derramará.
Gloria se refiere a esto como el punto de ebullición de la fe. ¡Me gusta eso! Es una buena analogía porque en lo natural, no existe agua que no pueda hervirse. Si la calientas hasta 100 ºC al nivel del mar, siempre hervirá. Es predecible, porque es una ley física.
Lo mismo es cierto con respecto a la fe. No existe tal cosa como la fe que no llega. Esta obra por una ley espiritual. Si continúas calentándola con La PALABRA, esta hervirá y se derramará, y tú recibirás cualquier cosa que hayas estado creyendo.
Sin embargo, una vez recibido, para ejercer la fortaleza espiritual necesaria para retenerlo, deberás seguir alimentando tu fe. No puedes pasarte todo el tiempo libre mirando programas policiales y noticieros. Si lo haces, el diablo y las evidencias sensoriales contrarias te robarán lo mejor. Perderás el agarre de La PALABRA y la provisión de Dios se te resbalará de las manos. ¿Por qué? Porque mataste de hambre a tu fe. No la has alimentado lo suficiente y, por ende, no puede continuar haciendo su trabajo.
La inanición espiritual es algo muy serio. Lo vi por mí mismo a través de una visión que Dios me dio en 1967, cuando Gloria y yo estábamos en la Universidad Oral Roberts asistiendo a una reunión de colaboradores con mis padres. Durante la reunión, el hermano Roberts estaba imponiéndole las manos a las personas, y después de que me impuso las manos, me hice a un costado y observé a la gente que llegaba para que oraran por ellos.
De repente, ante mis ojos, los cuerpos físicos de las personas desaparecieron. Se volvieron translúcidos y pude apreciar su espíritu interior. ¡Fue una visión muy dolorosa para el corazón! Sus espíritus estaban terriblemente demacrados. Se veían como las imágenes que has visto de las víctimas del Holocausto en los campos de concentración. Estaban tan desnutridos, débiles y enfermizos, que parecían casi muertos. Tenían grandes cabezas pero espíritus frágiles y marchitos.
Llorando a causa de lo que más adelante identifiqué como la compasión de Dios, dije: “SEÑOR, ¿Qué es esto?”
Este es mi pueblo, me dijo. Sus espíritus están desnutridos. Sus cabezas están llenas de conocimiento religioso a costa de su hombre espiritual.
“¡Oh, Dios!” clamé. “¿Por qué me muestras esto?”
Te he llamado y te he ungido para hacer algo al respecto, me respondió.
En ese momento supe que tenía que obedecer a Dios y cumplir con esa tarea — y eso es lo que he estado haciendo desde entonces. He estado enseñándole a la gente cómo desarrollar su fe. Los he estado alimentando con La PALABRA de Dios y ayudándolos a mantenerla delante de sus ojos, en sus oídos y en sus bocas, hasta que ésta llena sus espíritus y se derrame.
El hermano Roberts solía hablar acerca del punto de desbordamiento como el momento en el que la fe llega a su clímax. Él solía dar el ejemplo de la mujer con el flujo de la sangre y compartía que, en el momento en que su fe llegó a su clímax, ella tocó el dobladillo del manto de Jesús y ¡BANG! ella recibió su sanidad.
¿Cómo identificas en tu vida cuándo llega ese momento?
La mejor manera en la que puedo responderte es diciéndote lo que mi mamá me dijo cuando era un niño y le pregunté: “¿Cómo sabes cuándo te enamoras?”
“Lo sabrás”, me respondió.
Con la fe es lo mismo. Solamente continúa poniendo La PALABRA en tu corazón, y a pesar de que por algún tiempo parezca que nada está sucediendo, un día sentirás una conmoción en tu espíritu. Similar al agua que comienza a hervir en una olla, pequeñas burbujas de fe comenzarán a hacer erupción, y de repente sabrás, que sabrás, que sabrás que lo que La PALABRA dice, es tuyo.
Puedes verte como dueño.
Lo has atrapado en tu espíritu.
Ya no te preguntas más si Dios alguna vez hará algo para suplir tu necesidad; estás completamente convencido de que Él ya lo ha hecho, y puedes declararlo con total confianza. “¡Es mío! ¡Lo tomo ahora mismo!”