Durante el transcurso de los años me han llamado de muchas maneras; una de ellas es crédulo. :: Probablemente soy crédulo, pero prefiero serlo a tener el corazón duro.
Por ejemplo: si un hombre se me acerca y me dice que se cayó del transbordador espacial la semana pasada, se desplazó por el espacio exterior un par de días, luego volvió a entrar en la atmósfera terrestre cayendo al océano Pacífico y nadó a California bajo el poder del Espíritu… por supuesto que en lo natural no le prestaré atención a una historia tan loca como esa. Pero cuando el Espíritu Santo está involucrado, eso lo cambia todo—la creería. Al menos, la creeré hasta que alguien demuestre lo contrario.
Por supuesto, me doy cuenta que algunas personas pueda que piensen que creer una historia como esa es muy tonto. Sin embargo, pueden pensar lo que quieran. Yo me he acostumbrado a creer siempre. He escogido vivir en el lado de la vida identificado con creer.
A propósito, me mantengo en el lado positivo… ese lado que dice: “¡Todas las cosas son posibles!”
Ten un corazón que cree
Conocemos al menos una ocasión cuando Jesús reprendió a sus discípulos por la dureza de su corazón. Todo comenzó cuando Tomás tomó la decisión de no creer después de haber escuchado los rumores de que Jesús había resucitado. Tomás les dijo a los discípulos: «Si yo no veo [a Jesús]… no creeré» (Juan 20:25).
Bueno, no mucho tiempo después Jesús «…apareció a los once cuando estaban sentados a la mesa, y les reprendió por su incredulidad y dureza de corazón porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado» (Marcos 16:14, RVA-2015).
Jesús llamó a Tomás «incrédulo» (Juan 20:27). Lo hizo con todo el derecho. Tomás rechazó la PALABRA de Dios. Él rechazó las cosas que Jesús había dicho los últimos tres años. Y rechazó los testimonios que había escuchado acerca de la resurrección.
Sin embargo, Tomás no fue el único. Los otros discípulos no creyeron lo que Jesús les había dicho en lo que concierne a Su muerte y resurrección. Ellos, de igual manera, rechazaron los testimonios de aquellos que dijeron que habían visto a Jesús vivo.
Así que Jesús los regañó a todos por “la dureza de corazón”. Sus corazones estaban duros porque ninguno de ellos tenía la costumbre de creer.
Como muchos creyentes hoy en día, los discípulos habían procesado prácticamente todo lo que habían visto u oído con su mente, en lugar de su corazón.
La Fe es una palabra que actúad
Muchos cristianos fallan en entender que la fe es una acción del corazón, definida y con propósito. No se trata de un ejercicio mental.
Aceptar algo como un hecho no es fe. Eso solamente es asentir mentalmente. Es razonar con tu mente. Puedes reconocer mentalmente algo como cierto y todavía no creerlo verdaderamente en tu corazón.
La fe real y bíblica es un asunto del corazón, y lleva consigo las responsabilidades dadas por Dios.
Un hombre una vez fue a Jesús para pedirle ayuda por su hijo.
«Maestro, te he traído a mi hijo. Tiene un espíritu que lo ha dejado mudo. Cada vez que se posesiona de él, lo sacude; entonces mi hijo echa espuma por la boca, rechina los dientes, y se queda rígido…» (Marcos 9:17-18).
Después el desafío a Jesús con la siguiente declaración: «Si puedes hacer algo, ¡ten compasión de nosotros y ayúdanos!» (versículo 22).
Cuando el padre rogó por compasión, Jesús le devolvió la responsabilidad, diciéndole: «¿Cómo que “si puedes”? Para quien cree, todo es posible.» (versículo 23).
El padre del niño estaba tratando de que Jesús creyera por él. Pero Jesús no puede hacer eso.
Finalmente, el hombre se derrumbó en medio de llantos y clamó: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!» (versículo 24). Él estaba creyendo en su corazón, pero aun así estaba teniendo problemas con su cabeza. Su corazón decía: ¡creo, creo, creo!, pero su mente se resistía.
Si este hombre hubiera estado familiarizado con Proverbios 3:5: «Confía en el SEÑOR con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia» (RVA-2015), no hubiera tenido ningún problema con su cabeza. Él hubiera podido confiar más con su corazón y menos con su mente.
Jesús hará la obra por ti, pero Él no puede hacer la parte que te toca a ti: creer. Tú tienes que hacer eso.
Sin embargo, recuerda: la fe del corazón brota de la PALABRA de Dios.
Si quieres acondicionar tu corazón para que tenga la costumbre de creer, entonces deberás darle a la PALABRA de Dios el primer lugar en tu vida. Deberás alimentar constantemente tu corazón con ella. Tienes que darte cuenta que la PALABRA es en realidad el mismo Dios hablándote… en persona. No es solamente un montón de información para que tu cabeza almacene.
Entonces, debes hacer la decisión de calidad de que tu cuerpo y todos tus sentidos nunca estarán por encima de la PALABRA de Dios en ninguna situación o circunstancia.
Si tu cuerpo grita: ¡Estoy enfermo! ¡Estoy enfermo! ¡Estoy enfermo!, no permitas que la evidencia natural y física sea la autoridad final acerca de lo que crees. Ve a la PALABRA como tu autoridad final. Y la PALABRA dice: Por sus heridas [de Jesús] fueron ustedes sanados (1 Pedro 2:24).
Así que habita en la PALABRA y deja que la PALABRA habite en ti (Juan 15:7).
Esta llegará a tu cabeza y a tu corazón. Te sacará de lo imposible y te llevará a lo posible. Te acostumbrarás a vivir en el lado de la vida identificado con creer.