Pete Ford contemplaba desde la cabina los picos nevados de las Montañas Rocallosas a la distancia. Para algunas personas, volar significaba abrocharse el cinturón de seguridad en un avión. Sin embargo, para Pete, volar era una experiencia completa. Él sentía como que el avión estuviera amarrado a su cuerpo.
Él giró, haciendo una maniobra a prueba de todo estómago, para continuar en ascenso; tan alto, que casi podía tocar el rostro de Dios.
Allí, a una altura superior a los confines de la Tierra, Pete percibió la presencia de Dios de una manera más tangible que en cualquier otra catedral sagrada. Él se había inscrito en la Fuerza Aérea para conseguir un título profesional. Sin embargo, terminó siendo mucho más que una simple carrera universitaria. Él había encontrado su pasión: su llamado.
Pete entendía mucho acerca del llamado de Dios. Su papá, Ken Ford, había aceptado el llamado de Dios para pastorear. Pete sabía que él también tenía un llamado en su vida; siempre había asumido que, como su padre, un día sería un pastor. Pero a solas con el Señor en el sagrado silencio del vuelo, sabía que ese no era su llamado. Te he llamado como un guerrero, el Señor le había susurrado.
Pete pensó en los hombres valientes que habían peleado junto al Rey David en tiempos bíblicos. Ese era su llamado; no era un púlpito, era un avión.
Su llamado implicaba enfrentar el peligro cada vez que se abrochaba el cinturón de seguridad en la cabina. Él había hecho a Jesús el Señor de su vida desde niño. Como piloto de guerra, todos los días tenía que vivir preparado para encontrarse con Jesús.
Pete aterrizó con un suspiro de felicidad. Ese había sido su último vuelo académico. Había sido seleccionado para el entrenamiento especializado conjunto de la OTAN en la ciudad de Wichita Falls, Texas.
Empacó sus maletas, las cargó en el vehículo y salió rumbo a Texas en un largo viaje desde Colorado. Mientras conducía, habló por teléfono con su papá en Tennessee.
“Hola hijo”, le dijo su papá. “Si tienes tiempo antes de comenzar, ¿por qué no vienes? No me siento muy bien y me gustaría mucho verte”.
“Seguro, papá.”
Pete manejó toda la noche, y llegó la mañana siguiente a su nuevo apartamento. Estaba firmando su contrato de arrendamiento cuando lo llamó su mamá. “Hijo”, le dijo, “tu papá falleció anoche”.
Fundamento de fe
“Mi papá sólo tenía 46 años”, relata Pete. “Los doctores piensan que murió de un aneurisma. Mi mamá se lastimó la espalda tratando de resucitarlo. Fui a casa en estado de shock. Mamá tuvo que enterrar a papá y mudarse de la casa pastoral. Después del funeral, me quedé para ayudarla con la mudanza”.
“Estaba agradecido por la base sólida de fe que mis padres me habían provisto. Sabía que sin importar cuán sombrías parecieran las cosas, Dios era bueno, y tenía un plan para nosotros. Reflexionando sobre esta situación y el llamado de Dios en mi vida, supe que tenía que vivir por fe”.
“Las otras voces de mi niñez que recordaba tanto como las de mis padres eran la voz de papá Kenneth y mamá Gloria Copeland. Escuchar sus enseñanzas de fe eran una parte integral de nuestra vida familiar. Cuando adolescente, en camino a mi trabajo de la secundaria, puse una casete de papá Kenneth en el que cantaba: ‘Yo soy Jehovah’. Tenía el volumen al máximo y doblé en una esquina a gran velocidad. Mi auto derrapó y atravesó una reja, terminando en un terreno desocupado. Papá Kenneth todavía estaba cantando”.
“Esta fundación de fe en el Señor y confianza en Su Palabra —sin importar las circunstancias— fueron el cimiento para moldear mi identidad actual. Yo ya era un colaborador con KCM cuando entré a la Fuerza Aérea. Diezmaba y ofrendaba, tanto en las iglesias locales como en KCM”.
En los años venideros, Pete entendería aún más la importancia de esta fundación de fe en su vida.
Después de la muerte de su papá, Pete regresó a su entrenamiento de piloto, ya atrasado. Después de tres meses en el programa, un accidente le causó daños en un ligamento de la rodilla derecha. Después de la cirugía, estuvo en tierra sin poder volar hasta que se recuperara. Aun así, se graduó entre los primeros de su clase. Finalmente, él estaba listo para su carrera como piloto de la Fuerza Aérea.
Mientras se graduaba, la operación “Desert Storm” (Tormenta del Desierto) finalizó, lo que significaba que la Fuerza Aérea ya no necesitaba tantos pilotos de combate. ¡Había sido castigado antes de tener la oportunidad de comenzar! Pete sintió como si le hubieran dado tres mazazos muy fuertes. Primero la muerte de su papá. Luego, el problema en su rodilla y la cirugía. Ahora, no había trabajo para pilotos.
Escuela de Armas
Pete se concentró en la Palabra de Dios y confió en Él para el futuro. Un escuadrón de combate en la base de la Fuerza Aérea en Mountain Home, Idaho necesitaba un teniente para dirigir su oficina ejecutiva. A pesar de que no era un cargo de piloto, Pete tenía la esperanza de que en unos años volvería a la cabina.
Durante su tiempo libre, Pete voluntariaba como guía en el río a través del Parque Nacional Yellow Stone y como instructor de ski para niños. Disfrutaba de la camaradería y la hermandad del grupo de combatientes, al darse cuenta de que esta también era la identidad de la hermandad cristiana. Conoció a un coronel (el comandante del grupo a cargo de la aviación) en la base, un hombre al que admiraba.
“El coronel me dijo que debería conocer a su hija, Jen”, recuerda Pete. “Ella estaba estudiando para ser una fisioterapeuta. Era inteligente y hermosa. Fuimos amigos por mucho tiempo antes de empezar una relación más formal. Un año después, le propuse matrimonio y ella aceptó. Dios no solo me dio una esposa después de estar relegado por año y medio; también me calificaron para volar un F-15”.
“Después de nuestra primera asignación en Idaho, fui seleccionado para una misión en Florida, donde desarrollamos tácticas de vuelo para condiciones de combate de la próxima generación”.
Pete asistió a la Escuela de Armas de la Fuerza Aérea, lugar donde sólo los mejores afinan sus cualidades. Después de un programa muy intenso, él se graduó en 1999 a los 31 años. Ya comisionado como un oficial y altamente entrenado como piloto de combate, estaba cumpliendo su llamado y disfrutando el plan del Señor.
Ser un piloto de combate era demandante para el cuerpo. Durante el despegue de un avión comercial, la presión que siente un pasajero contra el asiento es aproximadamente equivalente a la mitad de la fuerza de gravedad (1/2-G). Pete pesaba 82 Kg (90 Kg cuando usaba su equipo) y medía 1,85 metros. La mitad de una fuerza de gravedad (1/2-G) hacía que Pete pesara el equivalente a 136 Kg. Volar un F-15 era como volar una montaña rusa de costado. La presión a la que era sometido equivalía a 9-G durante el vuelo, equivalente a unos 820 Kg de presión.
¡Después de una salida en su F-15, Pete podía escurrir el sudor de su camisa! Él pensaba que era el mejor entrenamiento que existía. Aunque cada día duraba 12 horas, el disfrutaba cada minuto.
Volando en combate
La primera gira de combate de Pete fue en el norte de Irak. La segunda fue en el sur de ese país. En su tercera gira, voló desde Bahréin, una isla en el Golfo Arábico, a Irak.
Justo antes de partir desde Florida, Jen dio a luz a su primera hija, Anna. Un mes después del nacimiento, la familia se mudó a Okinawa, localizada unos 650 kilómetros al sur de la Isla Kyushu en Japón.
“En Okinawa, tomaba mucho tiempo para que el correo y los materiales del colaborador llegaran a nuestras manos”, comenta Pete. “Nosotros recibíamos la revista LVVC y Jen escuchaba el programa mientras yo volaba. No teníamos televisión por cable. Mientras estuvimos asignados allí, muchas de nuestras misiones literalmente significaron volar alrededor del mundo en un F-15, un avión de combate bimotor sin baño. Nuestro escuadrón voló desde Okinawa hasta Alaska, a Portugal y a Turquía. Después, volé desde Okinawa en el este del mar de China, alrededor del mar del Sur de China hasta Singapur y hasta Arabia Saudita”.
“Días previos al 11 de septiembre, volé una nave de combate interceptora y llegué a sobrevolar el Monte Ararat. Tenía en la mira a un avión iraquí enviado a derribar a uno de nuestros aviones. Estuve a unos segundos de disparar cuando el piloto enemigo decidió retirarse. En lugar de disparar a nuestro avión, simplemente giró y se fue. ¡Todos sobrevivimos ese día y estaba completando mi llamado!”
El 11 de septiembre de 2001, mientras hacía vuelos de combate desde Turquía, Pete recibió un correo electrónico de Jen, quién estaba en Okinawa, con su lento acceso telefónico: “Amor, te amo. Las cosas marchan bien. El cumpleaños de Anna fue genial. Estamos orando por ti. Por cierto, Estados Unidos acaba de ser atacado… en Okinawa estamos con alerta de tifón… Estoy instalando el cable”.
Una Gran Caída
Después de su asignación en la base aérea japonesa en la ciudad de Kadena, Pete fue elegido para asistir a un nuevo programa de maestría en Monterey, California. Estudió relaciones internacionales y la proliferación/contra-proliferación nuclear, ciencia que involucra el estudio de materiales nucleares entre las naciones. Él escribió su tesis sobre la acción israelí de contra-proliferación y ataque a Irak. Viajó a Israel para investigar y el Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional publicó su tesis como un libro: El ataque de Israel a Osirak: Un modelo para ataques preventivos en el futuro.
“Yo llevaba a Jen de luna de miel una vez al año”, explica Pete. “Al finalizar uno de nuestros viajes, visitamos KCM y asistimos a un estudio Bíblico en EMIC. Cuando se enteraron de que yo era piloto, nos llevaron al estudio de TV donde conocimos a papá Kenneth y a Bill Winston. Ellos estaban filmando, así que la reunión fue rápida; sin embargo, fue una bendición muy grande”.
Después de terminar su maestría, fue seleccionado para otro trabajo de vuelo. Las cosas iban maravillosas para la familia, la cual continuaba creciendo. El segundo hijo de Pete y Jen, Zachariah, había nacido en Okinawa. Ahora, en el 2004, Jen estaba embarazada de otra niña: Julia. Para esa Navidad, Pete visitó a su mamá en Tennessee. Si bien Pete era un piloto de combarte, Karen era una guerrera poderosa de oración.
Los dos estaban tomando café un sábado en la mañana, cuando de repente Karen comenzó a llorar. “Hijo: es muy duro para mí decirte esto”, comenzó. “El Señor me mostró que sufrirás una caída muy grande. Será duro para ti. Sin embargo, recuerda que Dios tiene un plan para tu vida. No te des por vencido”.
“Tres meses después, el 25 de marzo del 2005, estaba volando en la base Área Nellis cercana a las Vegas”, recuerda Pete. “En ese momento, Jen tenía 6 meses de embarazo. La Fuerza Aérea estaba desplegando aviones caza F-22, unos aviones fenomenales. Los F-15 que volé son muy poderosos en combate. Nunca hemos perdido uno solo en batalla. El puntaje es de 105 a cero. El F-22 es el avión de combate de próxima generación, y tuvimos que hacer pruebas operativas para demostrar que podría ser un buen reemplazo de las necesidades aire-aire de nuestra Fuerza Aérea”.
Giro Plano
“Era un viernes santo, un día hermoso. Yo estaba programado para enfrentarme a un F-22 en un duelo de aviones. Comenzamos con el F-15 en una posición defensiva. En estos enfrentamientos, no es nada raro alcanzar fuerzas de 9-G, y maniobrar agresivamente en lugares cerrados. Cuando comenzamos, el F-22 estaba a 2.000 metros de distancia. Este tipo de duelos usa maniobras básicas de combate”.
“Durante el duelo, maniobré muy agresivamente el F-15 y perdí el control… girando boca abajo a 180 grados, fue el viaje más dificultoso. Activé los controles anti-giro, pero el F-15 descendió en giro vertical y luego en un giro plano”.
“En la mayoría de los aviones, es difícil recuperarse de un giro plano. El F-15 no respondió. La verdad es que no lo iba a hacer. En una fracción de segundo, inicié los procedimientos de emergencia. ¡Fue difícil! Conocía a este avión. Era un tesoro para la nación. Acababa de volarlo para disparar un misil hacía una semana. Y ahora, tendría que abandonarlo”.
“Entonces me percaté de que había dudado demasiado, y que podía morir en la bola de fuego. Estaba cayendo en un espiral rápido. A unos 700 metros del suelo, activé el asiento eyectable, sabiendo que muchos pilotos de categoría mueren en el proceso”.
La expulsión disparó a Pete con una fuerza equivalente a 30 ó 40 G. La increíble fuerza bruta impactó su cabeza contra el asiento y tiró de su hombro mientras el avión seguía girando en espiral. A 600 metros de altura, Pete maniobró el paracaídas para evitar caer sobre las llamas del accidente. Observando las rocas, los cactus y la bola de fuego, Pete oró: “Señor, protege mis rodillas y mi espalda”.
El paracaídas hizo su trabajo, disminuyendo el impacto mientras se estrellaba en un banco de arena. Rodó, aterrizando la espalda contra una planta rodante, 100 metros al sur del F-15 en llamas.
A la espera del veredicto
Lo trasladaron a la sala de emergencia para tratar sus heridas. Su esposa Jen arribó con seis meses de embarazo y dos niños pequeños que la seguían; su gracia elegante le recordó a Pete el ojo de la tormenta: pacífico y tranquilo, mientras los demás corrían a su alrededor en círculos. Ella se agachó para besar a su esposo. “Estoy feliz de que todavía estés con nosotros”.
Sin lágrimas, sin drama. Pete se hubiera casado con ella de nuevo en ese mismo instante.
“La palabra que el Señor le había dado a mi mamá era correcta”, recuerda Pete. “Sufrí una caída muy grande; a pesar de que no se me partió ningún hueso, mis heridas no fueron el final de la caída. Me prohibieron volar durante tres meses mientras dos equipos distintos investigaban el accidente”.
“Si los equipos determinaban que había sido un error humano lo que había causado el accidente, me prohibirían volar para siempre. Este fue uno de los momentos más negros de mi vida. No me podía imaginar que mi último vuelo terminara de esa manera. No me podía imaginar que me condenaran a estar en el suelo. La única cosa que me mantenía era la palabra del Señor a través de mi mamá. Me adherí a Su instrucción de no darme por vencido”.
“El segundo equipo me exoneró. Una superficie de control de vuelo conocida como ‘el elevador’ hace que la nariz del avión se mueva hacia arriba o hacia abajo. Hay una a la izquierda y otra a la derecha. Descubrieron que una de ellas no funcionó bien, lo que significó que el avión no podía recuperarse. Fui restaurado para volar”.
La vida después del accidente
Desde el 2006 hasta el 2010, Pete y Jen vivieron en Florida donde él se convirtió en comandante de escuadrón, disparando y evaluando misiles vivos aire-aire. Mientras estaba allí, Jen dio a luz a su cuarto hijo, Jacob.
Posteriormente, fueron enviados a Hawái, donde Pete pasó dos años trabajando en ejercicios militares conjuntos en el Pacífico. Su función era desarrollar nuevas tecnologías para uso militar. El patio trasero de su casa tenía vista a Pearl Harbor.
“Me enviaron a Fort Worth para asistir a una reunión en la Lockheed Martin”, recuerda Pete. “Al finalizar, manejé hasta KCM. Jen y yo habíamos sembrado fielmente en el fondo para el avión Citación X, y esperaba verlo. El avión no estaba allí, pero pude visitar el hangar. Tenía una imagen de un F-15 firmada por el artista, que decía Invicto en Combate. Pensé que se vería genial en el hangar y decidí dársela a papá Kenneth”.
“Un mes después, escuché que papá Kenneth y mamá Gloria iban a hablar en Hawái. Llamé a KCM y le expliqué que quería ponerme en contacto con la tripulación de vuelo para obsequiarles la pintura. En la noche en que hablaron, los seis de nosotros estábamos en línea con cientos de personas que esperaban para conseguir un asiento, cuando el piloto principal de papá Kenneth nos escoltó hasta la primera fila. ¡Fuimos invitados a cenar con ellos la noche siguiente! Papá Kenneth y yo hablamos sobre aviación y la fe durante tres horas. Después, se quitó el reloj y me lo obsequió. Él dijo: ‘Vas a volar con esto, y ora por mí cuando lo hagas’ ”.
“Le di el reloj de mi abuelo que mi abuela me había dado. Acordamos volar usando esos relojes y orar el uno por el otro. Le gustó tanto la pintura que la colgó en su oficina. Fue el comienzo de una amistad maravillosa que se estableció en la fe, la aviación y el compañerismo”.
Después de haber sido promovido, ahora el coronel Pete Ford fue puesto a cargo de cientos de personas en la base Nellis de la Fuerza Aérea en Nevada. Como comandante táctico del adversario, durante dos años simuló a los malos en el entrenamiento de combate. Ya listo para su siguiente tarea, se sorprendió cuando le preguntaron: “¿Trabajarías con científicos para ayudarlos a entender lo que necesitamos en el departamento de defensa?”
Pete cambió su traje de vuelo por un traje de negocios y se mudó con su familia al área de San Francisco, cerca del Valle de Napa. El llamado del Señor los movió del vuelo avanzado a la ciencia avanzada.
En 2016, después de 26 años y medio de servicio, Pete se retiró de la Fuerza Aérea.
“Ahora soy un ejecutivo cerca de Silicon Valley”, Pete comenta. “Cuando miro hacia atrás en mi vida, suelo decir que la colaboración con KCM significa todo para mí. La camaradería que experimentas en combate es la misma que tenemos nosotros, los colaboradores de KCM. Es un tipo diferente de guerra, pero tiene consecuencias eternas mayores”.
“Aprender a vivir por fe desde una edad temprana fue crucial para mi éxito. Mi señal de llamada, Sombra, me fue asignada hace años después de un vuelo de entrenamiento en Egipto. Me gusta saber que lo que me mantuvo vivo tantas veces fue vivir bajo ‘la sombra del Todopoderoso’, del Salmo 91”.
“Una cosa que sé es que al Espíritu Santo le gusta volar. Creo que Dios disfruta más invertido (boca abajo). Cuando llegue al cielo, algunas de las primeras palabras que quiero escuchar del Señor son estas: Sombra, ¿quieres dar un paseo en mi carruaje?”