Hace varios años, hice una oración en particular de la que nunca me olvidaré. Fue en los comienzos de mi ministerio; había estado predicando una serie de reuniones que no tenían buena convocatoria. Millares de personas nos evitaban y las cosas no lucían bien en lo absoluto.
Desesperado por ayuda, estaba orando una mañana al respecto y comencé a repetir lo que había escuchado decir a alguien una vez. Empecé a suplicar sin cesar: “¡Oh Dios, envía el poder ahora mismo! ¡Oh Dios, envía el poder ahora mismo! Oh Dios…”
En ese momento pensé que esa era una oración perfecta. Sin embargo, tan pronto comencé a calmarme, el SEÑOR me interrumpió: ¡Kenneth!, me dijo, ¿Dónde voy a conseguirlo?
¿Qué quieres decir, SEÑOR?, le pregunté.
Bueno, has estado clamándome toda la mañana acerca de que te envíe poder. ¿Dónde crees que voy a conseguirlo? Ya te he llenado con mi Espíritu. Ahora no puedo buscar a alguien más y decirle: Kenneth necesita más poder.”
Después de darme unos instantes para reflexionar al respecto, agregó algo que me sacudió profundamente. Hijo, podría haberte llenado con un ángel. Tengo algunos ángeles sumamente astutos y poderosos. He podido crear alguna cosa nunca antes vista para que llegara y te diera poder; sin embargo, no te confié a un ángel ni a algún otro ser creado. No te confié a nadie más que a Mí mismo—y voy a decirte algo: Yo soy todo lo que necesitas. Ahora ve y haz lo que te he enseñado a hacer.
¡A eso le llamo un despertar! Cuando Dios me dijo eso, cambió de raíz y para siempre mi manera de pensar. Él enfocó mi atención para que buscara el poder en el lugar correcto, y no proveniente de algún lugar extraño. Así fue como comencé a buscar que el poder emanara desde aquél que vive en mi interior.
¡Eso es lo que Dios quiere que nosotros los creyentes hagamos! Él quiere que poco a poco comencemos a pensar que Dios está en nuestro interior. Él quiere que pensemos todo el tiempo, todos los días: ¡Dios habita en mi interior, y Él que está en mí es más grande que el que está en el mundo!
¿Por qué quiere que pensemos así? Porque así fue como Jesús pensó cuando estuvo en la Tierra. Él nunca oró: “¡Dios, envíanos el poder!” cuando necesitaba que algo sobrenatural ocurriera. Él simplemente depositó Su fe en el poder del Padre que moraba en Él, hizo todo lo que el Padre le dijo que hiciera, y el Padre llevó a cabo la obra (Juan 14:10).
Puedes ver un buen ejemplo de este proceso en Lucas 5, cuando Jesús ministró al hombre paralítico. Probablemente hayas leído la historia. Me refiero al hombre que los cuatro amigos llevaron a una reunión de Jesús creyendo que sería sanado, y cuando no pudieron entrar a la casa por la multitud, removieron parte del techo para luego proceder a descender a su amigo: «juntamente con la camilla, lo bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús» (versículo 19).
¿Qué hizo Jesús cuando levantó su mirada y vio al hombre bajando a través del hueco en el techo? Simplemente miró al hombre (con seguridad, esbozando una gran sonrisa) y dijo: «—Hombre, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a razonar diciendo: —¿Quién es este que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios? Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, respondió y les dijo: —¿Qué razonan en sus corazones? ¿Qué es más fácil? ¿Decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pero para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! De inmediato se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que estaba recostado y se fue a su casa glorificando a Dios».
No fue un rayo caído del cielo
Muchos cristianos leen acerca de este milagro y piensan que sucedió porque algún rayo invisible cayó desde el cielo ese día. Piensan que Dios escogió de la multitud a ese hombre en particular y soberanamente decidió sanarlo. Sin embargo, de acuerdo con la Biblia, cualquier persona en esa reunión podría haber sido sanada ese mismo día. De creer y actuar en la PALABRA que estaban escuchando, todos podrían haber recibido de la misma manera que lo hizo el hombre paralítico, porque Lucas 5:17 dice: «El poder del Señor estaba con él para sanar».
¿Dónde estaba ese poder? Estaba en el interior de Jesús. Estaba fluyendo desde Él porque Dios estaba en su interior.
“Sí hermano Copeland, ¡pero estamos hablando de Jesús!»
Lo sé, pero Él mismo fue quien dijo que nosotros como creyentes podemos operar de la misma manera. Él declaró a sus discípulos antes de ir a la cruz: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aún mayores obras hará, porque yo voy al Padre» (Juan 14:12).
¡Así es como los apóstoles de la Iglesia naciente pudieron hacer cosas tan maravillosas! Por esa misma razón, Hechos 5 dice: «Dios hacía muchas señales y prodigios entre el pueblo por medio de los apóstoles y en sus camas y lechos sacaban a los enfermos a la calle, para que al pasar Pedro por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. Aun de las ciudades vecinas venían muchos a Jerusalén, y traían a sus enfermos y a los atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados» (12,15-16).
“Sí, hermano Copeland, pero una vez más debes recordar que ellos eran los apóstoles. ¡Ellos eran especiales!”
Ciertamente lo eran; sin embargo, esa no es la razón por la que se manifestaron esos milagros. Sucedieron por la fe en el Nombre de Jesús (Hechos 3:16). Ocurrieron porque los apóstoles estaban haciendo lo que Jesús les había enseñado a hacer—y de la misma manera que en el ministerio terrenal de Jesús—el poder del Padre estaba haciendo la obras.
¿De dónde provino el poder del Padre que produjo esas obras? Salió del interior de los apóstoles. Fluyó e irradió a través de ellos—no porque hubieran tenido el privilegio de seguir a Jesús durante Su ministerio terrenal, sino porque Él ascendió al Padre, y como resultado, ellos tenían a Dios en su interior.
Ese es el mismo caso para cada creyente nacido de nuevo. ¡Todos nosotros tenemos a Jesús en el interior! Cada uno de nosotros es “el templo de Dios” y el lugar donde el Espíritu Santo habita (1 Corintios 3:16).
¡No hay escasez de poder en el Cuerpo de Cristo! Hoy, tanto como en el libro de los Hechos, en cada miembro de Su Cuerpo habita Aquel que creó el universo. Tenemos en nuestro interior el Dios para que el que nada es imposible, y Él está en nuestro interior para fortalecernos tal como Efesios 3:16 dice: «para que por su Espíritu los fortalezca interiormente con poder».
¡El poder que sostiene el Universo, conquista la muerte y derrota al Diablo!
¿Qué significa ser fortalecido interiormente con poder? La palabra traducida como poder en el griego original es la palabra dunamis. Esta describe la habilidad sobrenatural de Dios de obrar Milagros. También puede ser traducida como autoridad:
Es la palabra usada en Hechos 10:38 para describir: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder».
Es la Palabra usada en Efesios 1:19-20 para referirse a «y cuál la supereminente grandeza de su poder… la cual operó en Cristo, y lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en los lugares celestiales».
Es la palabra que Jesús uso en Hechos 1:8 cuando les dijo a Sus discípulos: cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder y es la misma palabra usada en Hebreos 1:3 la cual dice que Jesús es: «quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder».
¡Esos versículos confirman que el poder fortalecedor de Dios en tu interior es el poder más asombroso que existe! ¡No solamente es el mismo poder que operó a través de Jesús cuando estuvo en la Tierra y a través de los primeros apóstoles; es el mismo poder que explotó en el infierno después de que Jesús fue crucificado y resucitó de entre los muertos! ¡Es el poder que sostiene el universo que está en Su interior ahora mismo como Rey de Reyes y SEÑOR de señores!
Con razón el Apóstol Pablo dijo en Efesios 3:20 que Dios «es poderoso para hacer que todas las cosas excedan lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros». De razón que oró en Efesios 1: «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos» (versículos 17-19).
Mientras más crecemos en la revelación del poder de Dios que está en nuestro interior como creyentes, más actuaremos conforme a él. A medida que más actuemos en él, más fluirá con libertad y plenitud ese mismo poder.
Por esa razón el diablo trabaja sin cesar para evitar que continuemos afianzándonos en la PALABRA y descubriendo nuestra verdadera identidad en Cristo. Es por eso que trata con ahínco evitar que comprendamos la verdad acerca del poder que mora en nuestro interior. Él sabe por experiencia propia lo que ese poder puede hacerle. Él fue derrotado completamente por ese poder hace 2.000 años, cuando Jesús resucitó de entre los muertos y «desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15).
El diablo jamás se recuperará de lo que le sucedió ese día. Él perdió todo en ese momento. El poder dunamis de Dios, operando en y a través de Jesús, lo desarmó completamente y le quitó todo lo que tenía. Por esa misma razón el diablo huye cuando nosotros, como creyentes, lo resistimos. Él ve en nosotros el mismo poder y está aterrorizado del mismo y sus consecuencias.
Él está en una situación similar a la que yo me encontré hace muchos años cuando era un joven, todavía huyendo de Dios. Había llegado a casa del ejército y me desperté una mañana cansado y enojado con el mundo; cuando caminé hacia la cocina para desayunar, me desquité con mi mamá y le respondí mal.
Justo en el momento que las palabras salían de mi boca, mi papá cruzó la puerta. Él agarró las cintas de la bata que llevaba puesta, me empujó contra la nevera y me dijo a la cara: “Tú y yo vamos a pelear ¡y por Dios que saldré ganando!”
A pesar de que me había fortalecido en mi estadía en el ejército, me di por vencido de inmediato. “¡No señor!” le dije. “No tenemos que pelear, ya ganaste. Solamente bájame y no provocaré más problemas”.
¿Qué me motivó a responderle de esa manera?
Recordé lo que había pasado hacía unos años cuando tenía dieciséis. Mi papá había dicho algo que me había enojado. Yo había tratado de golpearlo y él me detuvo con un puñetazo tal que me sacó volando a través de la puerta abierta de un armario… ¡haciéndome ver las estrellas!
Después de salir tambaleándome del mueble, mi mamá me dijo: “Kenneth, ¿qué estabas pensando? ¿No sabes que tu papá era un boxeador?”
¡No, no lo sabía! Nadie me lo había dicho, y me tocó descubrirlo de la peor manera—y una vez descubierto, nunca más quise pelear con ese “hombre anciano”. Para mí, él ya había ganado.
¿Cómo había ganado? ¡Por el poder que estaba en su interior!
Eso mismo es lo que sucede contigo cuando estés tratando con el diablo. Tú te encuentras en la misma posición que mi papá. Tienes un poder superior en tu interior. Como 1 Juan 4:4 dice: «ustedes son de Dios, y han vencido a [el diablo y sus secuaces], porque mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo».
¡Empieza ahora mismo a prestarle más atención a ese hecho! Anima el poder que está en tu interior y edifícate sobre tu fe más santa orando en el Espíritu Santo (Judas 20).
Pasa tiempo leyendo los evangelios, y mientras los lees con propósito, identifícate, no con las personas que recibieron del ministerio de Jesús, sino con Jesús mismo. Recuérdate que te ha sido dado el Nombre de Jesús, que llevas en tu interior Su Unción y que has sido asignado para llevar Su ministerio a la Tierra.
Se supone que pienses como Jesús, hables como Jesús y obtengas Sus resultados —tienes la habilidad de hacerlo porque tienes a la Trinidad viviendo en tu hombre interior. El Padre está allí. Jesús está allí. El Espíritu Santo está allí.
El Dios Todopoderoso está en tu interior las 24 horas del día y no solamente para que lo lleves a todos lados como un acompañante espiritual. Está ahí mismo para trabajar… así que dale la oportunidad de hacerlo. Aprende a confiar en él y haz lo que te guíe a hacer. ¡Vive más tiempo pensando en que Dios está en tu interior y vive cada día como si el Gran Yo soy verdaderamente viviera en tu interior!